sábado, 26 de enero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 6




Paula, de pie y sola en el salón, tenía el estómago lleno y la mente confusa. El estofado de pollo de Marina había estado riquísimo y la conversación había girado sobre antiguos amigos y anécdotas divertidas de sus tiempos del instituto. Mientras Pedro se cambiaba de ropa y Marina recogía la cocina, rechazando su ayuda, Paula se había quedado a solas con sus pensamientos.


Había observado a Pedro durante la cena, recordando la extraña sensación de familiaridad que había sentido bajo la lluvia, y la admiración que le habían causado sus musculosos brazos y piernas mientras cambiaba la rueda. Parecía ocurrente y encantador. Su héroe de la autopista.


Negó con la cabeza. Pedro... ¿su héroe? La asaltó un torbellino de emociones. Para tranquilizarse, paseó por la habitación mirando las fotos familiares y los libros antes de dejarse caer en el sofá. Sumida en sus pensamientos, se sobresaltó al ver a Pedro observándola desde el umbral.


—Bueno... ahora que hemos acabado con los saludos preliminares, hablemos de nosotros —dijo él, entrando y sentándose a su lado.


—¿Nosotros? —Paula lo miró sorprendida—. ¿Por qué no me hablas de ti? ¿Cómo es que sigues en Royal Oak? Imaginé que estarías jugando con los Packers o los Rams —dijo, imaginándose al Pedro de antaño en el campo, con la pelota de fútbol sujeta contra su abultado estómago. La pregunta pareció desconcertarlo y Paula se arrepintió de haberla hecho.


—Jugué al fútbol para el Estado de Michigan... pero ahora soy locutor.


—¿Locutor? —sus oídos captaron esa voz tan personal y profunda, y se lo imaginó como pinchadiscos en algún programa nocturno.


—Soy reportero. Doy las noticias en televisión. Canal 5. ¿Sorprendida?


—Un poco —mintió Paula, atónita. Desde que Pedro había entrado a la sala con el vaso de leche y las galletas, intentaba cambiar la imagen del grueso adolescente de un metro noventa por la del hombre considerado, guapo y delgado que la había ayudado en la autopista.


—Así que por eso sigues aquí en casa de tus padres —comentó Paula haciendo un movimiento con el brazo. Se corrigió inmediatamente—. Es decir, tu casa. Marina me dijo que la compraste.


—Le compré su parte a Marina —asintió Pedro—. Mamá nos la dejó cuando murió. Supongo que sigo aquí porque este mi hogar.


—Cuando Marina me llamó empecé a pensar en tus padres. Me acordé de que tu padre había muerto y ahora... —titubeó, recordando emocionada a esas dos personas tan bondadosas—. Siento mucho lo de tu madre, Pedro.


—Gracias —aceptó él.


En el silencio que siguió, Paula intentó centrar sus ideas para cambiar a un tema menos deprimente.


—Has venido a casa para el centenario —Pedro rompió el silencio—. Me alegro. Será divertido.


Las palabras «Has venido a casa» la hirieron como un dardo. Llevaba muchos años viviendo en Cincinnati, pero no lo consideraba su hogar. 


Su corazón se había quedado en Royal Oak.


—Echo de menos esto —alzó los ojos y el tiempo se paralizó. Pedro, el terror de su adolescencia, estaba revolucionando sus emociones. Supuso que se debía a un exceso de cansancio. Había recorrido cuatrocientos cincuenta kilómetros temiendo que la asaltaran en la autopista, y había conocido al Príncipe Azul... que era ese hombre que tenía ante sí.


—¿Por qué no vuelves? —preguntó él. Antes de que pudiera responder, Marina entró con una jarra de café. Puso una taza ante Paula y le dio otra a Pedro.


—¿Por qué no vuelves? —insistió Pedro tras dar un sorbo al café.


—Porque tengo un negocio en Cincinnati.


—Se dedica al catering —dijo Marina


—Buenos Principios —aclaró Paula.


—¿Buenos Principios? Un nombre fascinante —dijo Pedro—. Cuéntame a qué se debe.


Paula, temiendo que estuviera burlándose de ella, no se atrevió a mirarlo a los ojos. Se preguntó cuánto tiempo tardaría en fiarse de él.


—Mi socia y yo pensamos que era un buen nombre, porque nuestra especialidad son los hors d'oeuvres.


El ladeo la cabeza con gesto interrogante. —Aperitivos, entremeses, canapés. Lo que se toma antes de la comida... o en una fiesta —explicó ella, sin saber si la entendía. El sonrió divertido y Paula supo que le tomaba el pelo—. Ya sabes a qué me refiero —añadió con frustración.


—¿Insinúas que la gente de verdad se come esas cosas diminutas?


Lo miró de reojo, preguntándose si debía contestar o ignorar su broma. Decidió ignorarlo y cambiar de tema.


—Explicarme la celebración del centenario.


—Han preparado un montón de acontecimientos —dijo Pedro—. El Canal 5 va a hacer un reportaje. Como soy de Royal Oak... —se aclaró la garganta— y nadie quería ocuparse, me ofrecí voluntario para hacer algunas entrevistas. Ya sabes, para impresionar al jefe.


—No me digas que tienes que esforzarte para impresionar a la gente —comentó Paula irónica, decidiendo que le tocaba a ella burlarse.


—No contestaré a eso —Pedro le dio un golpecito bajo la barbilla. Ella sintió que su piel ardía.


—No quería distraerte —dijo, consciente de que la distraída era ella—. Volvamos al centenario. ¿Qué hay además del reportaje en televisión?


—Veamos —sonrió él—. Hay... —miró a Marina como si necesitara ayuda, pero ella dio un sorbo al café y siguió en silencio— un desfile y una visita guiada a las nuevas instalaciones del instituto. Ah, y un partido de fútbol —se volvió hacia su hermana de nuevo—. ¿Qué más Marina?


—Una recepción —replicó ella.


—Parece divertido —dijo Paula.


—Y un baile para concluir la celebración —Pedro alzó la taza y bebió un sorbo con los ojos clavados en los de Paula.


—Baile —repitió ella. Sus sentimientos emprendieron el vuelo de nuevo, como pájaros asustados. Como había hecho en el pasado, Pedro la ponía nerviosa pero, en vez de frustración, notaba una extraña sensación de calidez en la boca del estómago, que hacía tiempo que no sentía.


—¿Te gusta bailar? —la voz profunda y suave de Pedro la acarició.


—Claro, pero hace años que no bailo. Seguramente se me habrá olvidado —replicó ella, pensando que también se le había olvidado llevar ropa adecuada para un baile.


—Me encantará darte un curso de...


Pedro —interrumpió Marina—. Creía que tenías una reunión esta noche.


—Preferiría estar aquí —le dijo a Paula, lanzando una mueca de disgusto a su hermana, que disimuló rápidamente con una sonrisa forzada.


Paula miró sus ojos brillantes y el corazón le dio un vuelco. Eran del azul brillante de una laguna del Caribe. Al ver la expresión divertida de Pedro, supuso que él probablemente sabía que era incapaz de dejar de mirarlo. Volvió a sentir desconfianza. Esa era una antigua maniobra suya.


—Hola —dijo Marina. Paula se volvió hacia su amiga y vio que los contemplaba con curiosidad—. ¿Os he interrumpido?


—En absoluto —negó Paula, pensando que era una suerte que lo hubiera hecho.


—Yo creo que sí —Pedro carraspeó. Se acercó a Paula y rodeó sus hombros con un brazo—. Consigues que salgan a la luz mis peores cualidades —murmuró—. Siempre lo hiciste. Me comportaba como un imbécil cuando éramos adolescentes y...


El sonido del teléfono interrumpió su confesión, e impidió a Paula decirle que no había cambiado ni un poco, aunque en el fondo sabía que sí lo había hecho.


—Contesta tú, Pedro —dijo Marina—. ¡Seguro que es para ti!


—Es tu turno, Marina —replicó Pedro con los ojos clavados en Paula y sin soltarla.


—¿Mi turno? —Marina lo miró intrigada. Sin esperar una respuesta, agarró la jarra de café y fue a la cocina.


—Hace mucho que no hablamos, Pau —Pedro se acercó más a ella—. Me encantaría saber más sobre ti... y sobre tu negocio. Suena...


Pedro —gritó Marina desde la cocina—, es para ti. Patricia.


—¿Patricia? —repitió Pedro incómodo—. Volveré enseguida —soltó a Paula y fue a la cocina.




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