miércoles, 30 de enero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 20



Mientras iban hacia el río Paula pensó que le había jugado una mala pasada a Pedro la tarde anterior, cuando Holmes malinterpretó su sugerencia. Pero en ese momento le había parecido un justo castigo para Pedro, por atormentarla durante años, aunque habría preferido ir con él.


Caminaron de la mano por la orilla del río. Pedro hablaba de su apretada agenda y de lo agitado que había sido el día. Ella percibió que evitaba contarle algo importante pero, para no estropear la noche, decidió no presionarlo.


El sol empezó a ponerse y la gente entró en el anfiteatro al aire libre. Ellos también lo hicieron, sentándose en un banco de piedra. Cuando empezó la música, Paula sonrió al ver que Pedro seguía el ritmo con el pie. Parecía relajado y contento. Ella también lo estaba, pero siguió preguntándose qué era lo que no le había contado. Escrutó su rostro, pero estaba en las sombras y no pudo adivinar su pensamiento.


Después del concierto, fueron al bar de un hotel que había al otro lado de la calle y Pedro pidió vino. Después puso la mano sobre la suya.


—Un buen concierto —dijo Pedro—. Hacía mucho que no iba a uno.


—Seguro que menos que yo —replicó Paula—. Y era una tarde preciosa. Los edificios recortados sobre la puesta de sol, las luces reflejándose en el río, la música. Gracias por algo tan especial.


—Paula —tomó su mano entre las suyas—, espero que entiendas lo que ocurrió ayer, yo quería...


—Lo entiendo, vi lo que ocurría.


—Dentro de una semana volverás a Cincinnati —dijo—él, observando su rostro—. No es eso lo que quiero, Paula.


—No siempre conseguimos lo que queremos —dijo ella, temiendo el resto de sus palabras.


—No sé, Paula —apretó su mano—. He cambiado desde que volviste a mi vida... y me alegro.


—A lo que he vuelto es a mi vida, Pedro. Nuestras vidas están en el aire. Estamos inmersos en cambios. Tengo muchas dudas.


—No dudes —Pedro se llevó su mano a los labios y ella sintió un cosquilleo en el brazo—. Tú me importas, y creo que lo sabes.


—Tú también me importas pero... estoy confusa —confeso Paula con el pulso disparado—. Todo va demasiado rápido. Durante años, lo que recordaba de ti hubiera servido para forrar un cubo de basura. Ahora... ahora soy como un péndulo, oscilo de un lado a otro y no sé cuál es el real.


—No luches contra eso, Paula. ¿Recuerdas la tarde en el ático? No puedes negar lo que ocurrió entre nosotros. Ambos lo sentimos. Fue más que pasión: una unión. No se me da bien la poesía, me dedico a las noticias. Pero lo que ocurrió allí me pareció una buena noticia.


—Olvídate del ático. Teníamos los ojos llenos de pelusas. Los áticos provocan nostalgia y ensueños. Nuestros mundos están muy lejos el uno del otro. Ambos vivimos una situación inestable. Tu buscas un ascenso a un puesto que te exigirá tiempo y concentración, yo quiero separarme de mi socia y montar mi negocio en solitario —dijo ella. Mentalmente añadió: «y volver a casa».


—Oigo tus palabras pero, admítelo, podemos crear nuestra propia realidad —insistió Pedro—. ¿A quién le importa lo que ocurrió hace años? Somos personas nuevas y entre nosotros hay algo más que amistad, Paula. Piénsalo. Dale una oportunidad a nuestra relación.


—Dejemos el tema, de momento —dijo ella—. No quiero estropear la velada. Si no me importaras, me daría igual. Disfrutemos del momento.


—Eres maravillosa, Paula —más animado, Pedro sonrió con ternura— Tienes talento y eres adorable —alzó una mano y acarició su mejilla.


Paula se llevó una mano al corazón, intentando tranquilizar el revoloteo que sentía. No sabía si debía olvidar sus miedos, el pasado y la realidad.


—Has sido mi fantasía durante años, Paula —la miró a los ojos, interrogante—. Has vuelto a mi vida, llenándola de equilibrio y placer. A pesar de todo, aquí estoy, suplicándote de nuevo —puso las manos sobre sus hombros y la miró con anhelo—. Te necesito. No sé que haré sin ti.


Paula sintió una oleada de deseo y añoranza. Intentó hablar, pero Pedro la había cautivado. 


Estudió su rostro serio. Sus ojos, sus labios, la sonrisa tímida. ¿Cómo podía rechazarlo? Su resistencia se derrumbó. Pedro la quería, y ella a él. Dejó que la coraza cayera al suelo y puso una mano en la suya.


—¿Cuánto, Pedro? Dime cuánto me necesitas.



****

Asombrado por su respuesta, Pedro la miró fijamente, sin habla. Ella se inclinó desde el otro lado de la mesa, con los ojos nublados de emoción. Los ruidos del restaurante se convirtieron en un zumbido lejano; Pedro solo oía a Paula y los latidos de su propio corazón. Su generosidad lo acarició como una cálida brisa de verano.


—¿Estás segura, Pau? No quiero pedirte nada de lo que te arrepientas, pero estoy desesperado.


—Estoy dispuesta, Pedro... si estás seguro —lo miró con ternura—. Simplemente, pídemelo.


Él suspiró con alivio, pero aún así titubeó. El rostro de Paula resplandecía de compasión, y odiaba la idea de que no le gustara su petición. Pero parecía tan segura, que decidió confiar en ella.


—Gracias por entenderlo, Paula. No lo olvidaré.


—Yo tampoco, Pedro.


—Sé que estás de vacaciones, así que tu oferta es doblemente generosa —mientras hablaba, notó que Paula lo miraba con extrañeza, pero siguió adelante—. La empresa que contraté para el cóctel del lunes ha cancelado el contrato, y me cortarán los... supongo que no necesitas detalles gráficos, pero necesito tanto tu ayuda que... —al ver que el rostro de Paula pasaba de la confusión a la ira, se preguntó qué había hecho.


Revisó la escena mentalmente y su estupidez lo arrasó como un dique roto. Su cerebro de mosquito había pasado de hablar de romance y relación a su problema laboral, sin un respiro.


—Paula, lo siento. Pensaste que...


—No pensé nada —soltó ella fogosa. Le ardían tos mejillas—. ¿Qué necesitas? —preguntó. Él abrió la boca, pero ella no lo dejó hablar—. Es obvio que necesitas un proveedor para el cóctel. Claro, ¿por qué no? Me voy dentro de una semana, pero ¿por qué iba a poner en peligro tu ascenso dejándote en la estacada?


—Por favor... entiende que...


—¿Qué hay que entender?


Pedro sintió una opresión en el pecho, al ver cuánto la había mortificado. Si pudiera, borraría sus palabras. Perder el ascenso no significaba nada comparado con hacerle daño a Paula.


—Te ayudaré con una condición —escupió ella—. Tendremos que trabajar mano a mano en el proyecto. Aquí no tengo ayudantes, y no pienso embarcarme en algo así yo sola. Organiza tu tiempo de modo que puedas ayudarme, y...


—No, Paula, olvídalo. Siento habértelo pedido. Fue una estupidez mencionarlo.


—Insisto. Le pediré a Louise que me envíe algunas recetas por fax. Dime el número de invitados, y haré que triunfes.


—Vamos, Paula. Salgamos de aquí —le pidió la cuenta al camarero y dejó el dinero y la propina en la mesa. Tomó el brazo rígido de Paula y la llevó al exterior. Ya en el aparcamiento, puso una mano en su barbilla y giró su rostro.


—Mírame —pidió, viendo el brillo de la humedad de sus pestañas—. Soy un tonto, Paula. Mi mente estaba tan centrada en mi trabajo que no me di cuenta de la impresión que daban mis palabras —la rodeó con un brazo y notó su rigidez—. ¿No te das cuenta de que siento lo mismo que tú? Te necesito, no porque hagas canapés, sino porque eres maravillosa. Lamento ser tan burro.


—No me puedo creer que estuviera a punto de aceptar acostarme contigo —Paula lo miró con ira y frustración—. Y, ¿para qué? Para nada, porqué lo único que querías era una bandeja de entremeses. Me avergüenzo de mí misma.


—Paula, nadie ha significado para mí lo que significas tú. Te lo prometo. Nadie. Lo he dicho sin pensar —apoyó la mejilla contra su pelo, inhalando su exótica fragancia—. Para mí eres mucho más que una aventura. No te pido que te acuestes conmigo. Cuando te haga el amor, será algo lento y maravilloso, en un lecho de rosas. Sin espinas —añadió, buscando una sonrisa.



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