miércoles, 30 de enero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 18




Si no te comportas, te dejaré solo aquí —amenazó Paula. Pedro le guiñó un ojo y se volvió para abrir otra caja. Ella observó cómo se remangaba la camisa y recordó las enormes manos de Pedro capturando un pase de balón, años atrás. Por más que la enfureciera, ya entonces admiraba sus dedos largos y delgados, pero no se lo habría confesado por nada del mundo.


Todo el ático le traía oleadas de recuerdos. Allí habían probado los cigarrillos, Marina y ella por primera vez, y allí se escondían cuando querían estar a solas y hablar sobre sus primeros besos sin que Pedro las molestara. Intentando olvidar, Paula miró en una caja recién abierta y soltó un hurra.


—¿Los anuarios? —preguntó Pedro, mirándola.


Ella asintió y sacó uno. La fecha de la cubierta le hizo retroceder once años. Hojeó las páginas hasta encontrar su foto del penúltimo año.


—Mira —dijo, señalándola. Pedro se acercó y soltó una risa.


—No te extrañe que te llamara Palillo. Eras recta, ni una curva ni un bulto en todo el cuerpo.


—He madurado, ¿recuerdas? —dijo ella, consciente de su sonrisa burlona. Deseó vengarse. Buscó una foto de Pedro y le puso el libro sobre las rodillas—. Palillo, ¿eh? Espera a ver esto.


El anuario resbaló y cayó sobre un saco de dormir. Como si lo hubieran acordado, se tendieron sobre los sacos y se apoyaron en los codos.


—Y dices que yo tenía mala pinta —hizo una mueca burlona—. Mírate —Paula señaló la foto con el índice. Disfrutando de la vergüenza de Pedro, lo hizo fijarse en la barriga que estiraba la camiseta y sobresalía por encima de los vaqueros.


—Era lamentable —masculló Pedro—. Gracias a Dios, aprendí a hacer ejercicio y que las verduras no eran solo comida para conejos —le puso una mano sobre los hombros—. Menuda pareja hacíamos, ¿eh, Paula? Tú no tenías suficiente y a mí me sobraba un montón.


Paula vio cómo Pedro fijaba la vista en su pecho, apretado contra la camiseta, antes de mirar su rostro. Después, él pasó la palma de la mano por su mejilla y le agarró la barbilla. A Paula se le aceleró el pulso con el contacto.


Pero no fue solo a ella. Pedro también parecía luchar contra la emoción. Él se puso de costado, le pasó el brazo por la cintura y su mirada paseó de su cuello hasta su pecho. Paula, hipnotizada, sintió que una mano trazaba suaves círculos en su espalda y se estremeció.


Cuando él entreabrió los labios como si fuera a preguntar, o pedir, Paula contestó entregándole los suyos. Sus bocas se tocaron como una cerilla al encenderse, un estallido de chispas, fuego y calor. Paula se hundió en un calor líquido, ondulante y sinuoso, derritiéndose. 


Sintió una oleada de emoción y su gemido se unió al de Pedro. Él la soltó, pero ambos siguieron mirándose con sorpresa en los ojos, sin hablar.


Pedro acarició la parte inferior de su antebrazo. 


Sus dedos se acercaron a la curva de su pecho y ella inhaló y retuvo el aire. Él se detuvo, y la miró interrogante. Sorprendida por su propia excitación, Paula se apartó un poco. Sin una palabra, él entendió y respetó sus deseos. Volvió a besarla, mientras le acariciaba la mandíbula y la mejilla sonrosada. Rozó su labio superior con el borde de la lengua y ella sintió que el deseo la atenazaba; asustada, se apartó un poco más.


—Eh, vosotros, la cena esta lista —la voz de Marina se oyó desde abajo de la escalera.


Como si fueran dos niños a los que hubieran sorprendido jugando a los médicos, Paula y Pedro se separaron de un salto, ajustándose la ropa, con cara de culpabilidad. Al darse cuenta de lo que estaban haciendo, su excitación se convirtió en un estallido de risas.


—¿Qué es lo que os hace tanta gracia? —preguntó Marina.


Pedro se levantó del saco y le ofreció una mano a Paula, percibiendo que respiraba con tanta agitación como él.


—¿Bajáis ya? —dijo Marina. Su pregunta hizo que se apresuraran a recuperar el control y fueran hacia la escalera.


—Perdí la cabeza durante un minuto, Pedro —aclaró Paula—. Pero sabes que esto es una tontería. No puede volver a ocurrir.


Lo dijo tanto para sí misma como para él. Pero Paula sabía que le harían falta más que palabras para proteger su corazón. Necesitaría una coraza para no rendirse al encanto de Pedro.


Paula pasó un mal rato en la cena, intentando que sus ojos no se cruzaran con los de Pedro


Comieron en silencio mientras Marina les contaba el argumento de su última novela. Pero después de un cato, Marina dejó caer el tenedor contra el plato y los miró fijamente.


—¿Qué ocurre? —preguntó. Como si fueran niños traviesos, callaros—. Tenéis cara de culpabilidad —miró de uno a otro—. ¿Qué habéis hecho en el ático? —Marina estrechó los ojos.


—Cielos, Marina, ¿qué quieres decir? —preguntó Paula, con más vergüenza que sorpresa.


—Creo que tenemos clase suficiente para no tontear en el ático —Pedro se recostó en la silla—. ¿No te parece, Marina? —un ligero rubor tiñó su cuello, pero se mantuvo firme, mirando a su hermana con calma.


—Bueno, no lo sé. Tenéis cara de haber hecho algo—Marina calló, obviamente desconcertada.


—Yo estoy cansada, nada más, Marina —se excusó Paula—. Ha sido un día muy ajetreado y ya sabes lo que pasa cuando se está en un sitio distinto. A veces resulta difícil dormir —se llevó el tenedor a la boca e intentó tragar—. Eso es todo.


Paula se sentía culpable y avergonzada por culpa de Pedro. Se preguntó si el recuerdo del pasado siempre se interpondría con lo que sentía por él en el presente. Para aliviar la tensión, Paula pinchó un trozó de pollo y llevó la conversación a un tema más seguro.


—¿Cuánto tiempo te quedaras en Royal Oak, Marina? ¿Qué planes tienes?


—Hasta que no lo soporte más, supongo. El hogar está donde uno tiene el corazón, pero la diversión suele estar en otro sitio


De nuevo, la palabra «hogar» emocionó a Paula. Cincinnati había sido muy buena para su carrera, pero la pequeña ciudad en la que había crecido seguía ocupando el centro de su corazón.


—Supongo que vivir aquí es muy aburrido, después de Nueva York.


—Más tranquilo, pero Nueva York a veces es tedioso —aclaró Marina—. No se puede conducir en la ciudad si se valora la vida... o la cartera. El precio de los aparcamientos es atroz, así que hay que moverse en taxi y en metro.


—A mí me suena muy bien —dijo Pedro—. Entregaría mi coche a cambio de un trabajó en Nueva York —miró a Paula de reojo.


A Paula se le encogió el estómago. ¿Era Nueva York el plan de Pedro? La visita de los neoyorquinos a la cadena adquirió un nuevo sentido. Escrutó su rostro sin éxito. Con el estómago revuelto, dejó de comer y se centró en Marina.


—¿Algún hombre guapo a la vista?—preguntó Paula y, al ver la expresión de Marina, deseó no haberlo hecho. Marina tardó un rato en contestar. 


Cuando lo hizo, fue con voz pensativa.


—Quizá algún día. Jack no era mal tipo. Simplemente nos hacíamos infelices el uno al otro. Viajábamos en barcos, distintos a puertos diferentes. Nuestros intereses se desviaron.


Pedro soltó un gruñido. Marina entrecerró los ojos y le lanzó una mirada asesina, de las que solo se utilizan entre hermanos.


—Perdona, Marina. Ha sido lo de «los intereses se desviaron» —se excusó Pedro, compungido.


El críptico intercambio picó la curiosidad de Paula y los miró, esperando una explicación. 


Marina dejó caer los hombros y se volvió hacia ella.


—Más vale que lo sepas. Jack tuvo una aventura —miró a Pedro fríamente—. Ya está, lo he dicho —se volvió hacia Paula—. Que nuestros intereses se «desviaron» es una manera de decir que los míos se centraron en escribir, y los de Jack en otra mujer. Siento no habértelo dicho antes.


—Lo siento Marina —la curiosidad de Paula se convirtió en compasión—. No lo sabía. No puedo creer que un hombre que te tuviera a ti mirase a otra mujer. Siempre te he envidiado.


—¿A mí? ¿Por qué?—Marina abrió los ojos de par en par.


—Eras perfecta —la confesión fue difícil para Paula pero pensó que a su amiga no le iría mal un poco de ánimo—. Guapa, con buen tipo, divertida. Tenías una preciosa melena pelirroja. Admiraba tu ropa, siempre supiste conjuntar las prendas. Me sentía como un saco a tu lado.


—¿Saco? —Pedro rió—. Eso era porque no tenías forma.


—Gracias, Pedro, por otro viaje al pasado. ¿No vas a crecer nunca? —lo señaló con el tenedor—. ¿Tienes que hacer un chiste de todo?


—Bromeaba, Paula —dijo él. Esquivó el tenedor y se llevó su mano a los labios. Paula la apartó de un tirón.


—No intentes camelarme. No tienes ninguna sensibilidad por lo que sienten las personas. Sigues siendo el mismo idiota que eras.


En cuanto terminó de hablar, a Paula se le encogió el corazón. Se preguntó si había atacado a Pedro porque tenía tanto miedo de su atracción por él que quería destruirlo. Se imponía pedir disculpas, pero tenía un nudo en la garganta. En el silencio que siguió, Pedro miró su plato, incómodo y pensativo.


—Antes que nada, Paula, solo quería aligerar la tensión —aclaró Pedro finalmente—. Pero ahora quiero que las dos me escuchéis —frunció el ceño—. ¿Acaso creéis que yo no tenía problemas en el instituto? Pensáis que todos los adolescentes gigantescos tienen confianza en ellos mismos, pero os equivocáis. Esas fotos del anuario han sido un recordatorio terrible. No tenéis ni idea.


Asombrada, Paula echó una ojeada a Marina y luego volvió a fijar su atención en Pedro.


—Las dos sabéis cuánto significaba el fútbol para mí. ¿Os imagináis cómo me sentí cuando no me consideraron suficientemente bueno para hacerme una oferta profesional, como a algunos de mis amigos? Decidí dedicarme a la radiodifusión. Trabajé mucho para forjarme una carrera y estoy harto de que me recuerden lo imbécil que era —se levantó de golpe, dejó el plato en el fregadero y salió de la habitación.


Paula, con los ojos nublados por las lágrimas, vio a Marina mirar la puerta boquiabierta.


—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Marina.


—Obviamente, ha sido lo que he dicho —Paula se sentía mareada—. ¿Quién lo hubiera pensado?


—Yo no, desde luego —replicó Marina ausente, como si pensara en el pasado.


La mente de Paula siguió el mismo rumbo. En aquella época, Pedro se pavoneaba a su alrededor corno un gallo en un corral. Nunca pensó que le faltara nada, excepto buena educación. Pero dada su reacción, lo que la había preocupado entonces aun no estaba superado.



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