lunes, 3 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 11




Estaba decidiendo qué plan de acción iba a seguir con él cuando el mismísimo rey de Roma asomó la cabeza por la puerta.


Durante un nanosegundo, Paula sintió que el corazón se le subía a la garganta.


—Sigues aquí —comentó Pedro.


—Sí —contestó Paula con mucha dignidad—. Y me pienso quedar, así que a lo mejor te interesa buscarte otro sitio.


—¿Qué ha ocurrido? ¿No has podido cambiar el vuelo? —quiso saber Pedro mirándola con malicia.


Paula apretó los dientes.


No podía soportar que Pedro adivinara sus pensamientos y que, para colmo, encontrara la situación divertida.


—Por lo visto hay un frente de tormentas muy fuerte que ha hecho que el tráfico aéreo se ralentice y, a lo mejor, no voy a poder volver a Los Ángeles el día que tenía previsto.


—Pues vete a un hotel —propuso Pedro apoyándose en el marco de la puerta de madera.


—¿Por qué no te vas tú?


—Cierto es que nos podríamos ir cualquiera de los dos, así que la partida está en tablas. Ya hemos hablado de esto antes y hemos llegado a la conclusión de que ninguno de los dos se quiere ir, así que parece que no tenemos más remedio que quedarnos aquí juntos.


A Paula no le hacía ninguna gracia admitirlo, pero Pedro tenía razón. Estaban atrapados bajo el mismo techo.


—Venga, si vamos a ser compañeros de piso durante unos días, creo que será mejor que nos llevemos bien —dijo Pedro haciéndole una señal para que lo siguiera a la cocina—. He preparado el desayuno.


Dicho aquello, se giró y se perdió por el pasillo, dejándola a solas con la decisión de seguirlo o no.


Paula se debatió durante un minuto más, intentando decidir si debía bajar la guardia y comer con él o mantenerse firme e intentar evitarlo todo lo que pudiera.


El olor de las tostadas recién hechas tomó la decisión por ella.


Estaba muerta de hambre, Pedro había preparado el desayuno y lo último que iba a permitir era que aquel hombre le impidiera alimentarse cuando tenía hambre y, además, en su propia casa.


Así que salió del despacho de su hermano, avanzó por el pasillo y llegó a la cocina, donde encontró a Pedro removiendo algo en una sartén y sirviéndolo en dos platos.


Al sentir su presencia, Pedro se giró hacia la puerta y dejó los dos platos sobre la mesa.


—Siéntate —le indicó—. Voy por las tostadas y por las servilletas.


Paula se sentó en la silla que estaba más cerca de la pared para tener bien vigilados todos sus movimientos y tener una vía de escape fácil en caso de necesitarla.


Pedro colocó cuatro tostadas con mantequilla en una fuente y las dejó también sobre la mesa junto a un par de servilletas de papel.


—No me esperes, empieza.


Paula agarró el tenedor, pero se limitó a juguetear con los huevos revueltos que tenía ante sí mientras Pedro continuaba moviéndose por la cocina.


—¿Leche o zumo? —le preguntó sacando dos vasos de un armario y yendo hacia la nevera.


Paula hubiera preferido zumo para desayunar, pero no creyó que a su úlcera le sentara muy bien, así que se tuvo que resignar.


—Leche, gracias —contestó.


Tras llenar un vaso de leche para ella y otro de zumo para él, Pedro se sentó y sonrió.


—¿Están buenos los huevos revueltos? —le preguntó.


Fue entonces cuando Paual se dio cuenta de que todavía no los había probado.


—Ah —exclamó apresurándose a hacerlo.


Al llevarse el tenedor a la boca, una deliciosa mezcla de queso, cebolla, champiñones, pimiento verde y huevo hizo las delicias de sus papilas gustativas.


Su entrenadora personal la habría matado si la hubiera visto desayunar así y eso que Paula había tenido la prudencia de apartar el beicon porque era vegetariana.


Lo cierto era que aquellos huevos revueltos estaban deliciosos. Por supuesto, no lo iba a admitir delante del cocinero.


—Están muy buenos —contestó de manera neutral, limpiándose las comisuras de los labios con la servilleta.


—Me alegro de que te gusten —dijo Pedro dando buena cuenta de su desayuno.


Por la velocidad a la que comía, cualquiera hubiera dicho que llevaba una semana sin comer. Paula comía más despacio, percibiendo el silencio que se había instalado entre ellos como un terrible peso en el corazón.


—No sabía que supieras cocinar —murmuró cuando ya no pudo soportarlo más.


Pedro dio un trago al zumo de naranja y sacudió la cabeza.


—Lo cierto es que no cocino mucho, solo sé hacer lo justo para ir tirando.


—Supongo que eso será porque Laura-Lorena-Lisa se ocupa de cocinar —comentó Paula con acidez arrepintiéndose al momento de haber hablado así.


—¿Laura-Lorena-Lisa? —preguntó Pedro enarcando una ceja.


Paula se encogió de hombros, decidida a no mostrarse avergonzada por su comentario.


—No sé cómo se llama, solo que empieza por ele.


—Se llama Lorena —contestó Pedro—. No, a Lorena tampoco le gusta demasiado cocinar, así que solemos salir o pedir comida desde casa. ¿Y tú? ¿Qué comes en Los Ángeles?


—Desde luego, no como huevos con beicon —contestó Paula relajándose ante el curso que tomaba la conversación—. Como mucho tofu, batidos de proteínas, ensaladas y muchas cosas crudas.


—¿Carne humana, por ejemplo? —bromeó Pedro.


Paula no pudo evitar sonreír.


—No seas pervertido —contestó.


Pedro también sonrió.


—No, en la Costa Oeste hay una gran tendencia crudívora, tenemos mucho cuidado con lo que comemos, yo solo compro alimentos ecológicos. Hay cosas maravillosas. Lo último que he descubierto son unas hamburguesas vegetales de guisantes con zanahorias y coco que están de muerte.


—Madre mía, lo que no sé es cómo estás viva comiendo eso.


—No seas exagerado.


—¿No deberías comerte un par de buenas hamburguesas antes de volver? Lo digo por la proteína y esas cosas…


—Eso es lo que decís todos los que coméis carne. Los que no comemos proteína animal, tenemos mucho cuidado de sustituirla con proteína vegetal, sabemos mezclar la legumbre con el arroz integral y obtener así proteína de alta calidad biológica. Estoy perfectamente sana, no te preocupes.


—Te creo porque tienes un aspecto maravilloso —contestó Pedro sinceramente.


—Lo cierto es que tengo mucha fuerza de voluntad, cuido mucho mi alimentación y suelo salir a correr a menudo —le explicó Paula.


—¿Vas a salir a correr hoy también?


—A lo mejor, sí —contestó Paula.


Sin embargo, al mirar por la ventana vio que amenazaba tormenta y decidió que salir a correr no era lo que más le apetecía en aquellos momentos.


—Había pensado que, a lo mejor, podríamos hablar después de desayunar —aventuró Pedro


Paula sintió que el corazón se le aceleraba y que la sangre se le helaba en las venas. No tenía ni idea de por qué Pedro insistía tanto en querer hablar con ella, pero lo cierto era que ya iba la segunda vez que se lo proponía.


Paula sintió náuseas ante el miedo que le daba que Pedro sacara a relucir aquello que había sucedido entre ellos en el pasado y que se abriera una herida que en ella había cicatrizado hacía mucho tiempo.


Paula tragó saliva para intentar ganar tiempo y ordenar sus emociones.


—¿De qué quieres que hablemos?


Pedro se limpió la boca y dejó la servilleta sobre el plato vacío. A continuación, extendió los brazos sobre la mesa y la miró a los ojos.


—De aquella noche —contestó en voz baja.


Paula sintió que se quedaba sin aire, que le costaba respirar.


¿Por qué demonios se empeñaba aquel hombre en hablar ahora de aquello? ¿Por qué después de tanto tiempo?


—¿De qué noche? —contestó intentando disimular.


—Sabes perfectamente de qué noche, Paula, aquella noche después del partido de fútbol.


Paula se rio sin ganas.


—Madre mía —suspiró—. ¿Y por qué sacas ahora aquello a relucir cuando ha pasado una eternidad? Creía que ya te habrías olvidado de eso. Yo, desde luego, ni me acordaba.


Pedro se quedó en silencio asimilando su comentario, se le ensombreció la mirada y una mueca de disgusto se dibujó en sus labios.


—Vaya, pues yo es algo en lo que suelo pensar constantemente.


Paula no supo cómo asimilar aquella información. ¿Debía sentirse halagada, enfadada o curiosa?


De momento, se sentía helada.


Así que Pedro pensaba constantemente en aquello, ¿eh? Pues lo había disimulado muy bien en el momento porque ni siquiera se había dignado a llamarla por teléfono.


No la había llamado a la mañana siguiente, ni durante la semana siguiente. Nada. Paula hubiera preferido cualquier cosa, que la hubiera sentado frente a sí y le hubiera dicho que no estaba interesado en ella, lo que hubiera sido, cualquier cosa habría sido mejor que la indiferencia.


Aquella indiferencia que los había llevado a estar casi diez años evitándose, fingiendo, negando que había sucedido algo entre ellos.


Y ahora… bueno, Paula no tenía ningún interés en que Pedro sacara todo aquello a relucir.


Ya había tenido su oportunidad siete años atrás y no la había aprovechado.


—¿Por qué sacas esto a colación ahora, después de tanto tiempo? —le preguntó llevando su plato y su vaso al fregadero.


Pedro se giró hacia ella.


—Porque nunca hemos hablado de ello antes y es obvio que ha dañado nuestra relación.


—Nosotros no tenemos ninguna relación —rio Paula.


—Claro que la tenemos, Paula —contestó Pedro poniéndose en pie y yendo hacia ella.


A Paula, que estaba apoyada en la cimera de frente a él, le entraron ganas de salir corriendo, pero se dijo que debía controlarse y no mostrar sus reacciones internas.


—Todo el mundo tiene relación con los demás, desde las parejas casadas a las cajeras con sus clientes. Eres la hermana de mi mejor amigo, eres casi como de mi familia, así que por supuesto que tenemos una relación. No he querido decir que tuviéramos nada íntimo, tranquila.


—Bien —fue lo único que Paula fue capaz de contestar.


—Pero aquella noche sí lo tuvimos, ¿no? —murmuró Pedro.


Paula se negaba a recordar las sensaciones de aquella noche y, mucho menos, delante de él.


—Fue solo una vez, Pedro, y hace mucho tiempo, así que no le des más importancia de la que tiene.


—Yo no sé la daría si tú no se la dieras, pero es obvio que se la das porque, de lo contrario, no llevarías tantos años evitándome.




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