lunes, 3 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 10




—No me lo puedo creer.


Paula se puso máscara en las pestañas mientras sujetaba el teléfono móvil entre el oído y el hombro.


En cuanto había salido de la cocina y le había dado la espalda a Pedro, se había puesto a dilucidar la manera de deshacerse de él de manera permanente.


Había pensado en volver a bajar y echarlo de su casa por la fuerza, pero había desechado la idea porque probablemente no pudiera con él.


Ahora estaba hablando por teléfono con la agencia de viajes en la que había comprado los billetes de avión para ver si podía adelantar su vuelo a Los Ángeles y, de momento, estaba teniendo tanta suerte como con su intento de desayunar tranquilamente aquella mañana.


Hablando de desayuno, el estómago no paraba de protestar, recordándole que tenía mucha hambre, lo que no hacía sino ponerla todavía más nerviosa.


A lo mejor lo de echar a Pedro de casa no era tan mala idea después de todo.


—O sea que no hay vuelo para hoy —se lamentó—. Bueno, pues búsqueme uno para mañana, por favor —le indicó a la señorita que la estaba atendiendo.


—Lo siento mucho, pero para mañana tampoco tengo nada.


—¿Y con otra aerolínea? No me importa que cueste más, pero por favor necesitó irme de aquí cuanto antes.


—Lo siento mucho, señora, pero no hay nada. De todas formas, me siento en la obligación de advertirle de que la borrasca nos ha obligado a atrasar y a cancelar muchos vuelos y puede que ni siquiera pueda usted hacer uso del billete que tenía reservado.


Paula maldijo en voz baja y tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le saltaran las lágrimas de rabia.


Por supuesto, se le pasó por la cabeza pedirle a la señorita que volviera a verificar la información e incluso pensó en exigir por las malas que la aerolínea la sacara de allí cuanto antes, pero se dio cuenta de que su estado de ánimo no era culpa ni de la señorita que la estaba atendiendo ni de la empresa ni del tiempo.


—Muy bien, gracias —contestó de manera educada antes de colgar.


Así que no había vuelo de regreso a Los Ángeles. Ni ese día ni mañana ni, a lo peor, durante el resto de la semana.


Desde luego, aquello no entraba en sus planes, pero también era verdad que Paula no había llegado a donde había llegado aceptando un no por respuesta tan fácilmente.


Volvió a su habitación, donde había dejado la maleta a medio hacer sobre la cama deshecha, se calzó y bajó de nuevo a la planta de abajo en busca de un listín telefónico.


No sabía dónde estaba Pedro y se dijo que tampoco le importaba. A lo mejor, con un poco de suerte había decidido irse y, si no era así, por lo menos que la suerte la acompañara para no encontrárselo.


Muy atenta por si lo oía moverse, entró en la sala que su hermano utilizaba como despacho y se puso a buscar.


Pronto encontró el listín en uno de los cajones de su mesa. Se sentó en la butaca de Nico y se puso a buscar alojamiento en el directorio.


Había moteles de dos y tres estrellas y un par de hoteles decentes también. Los mejores estaban a más de una hora de coche, pero la verdad era que le daba igual porque a aquellas alturas de la película lo único que quería era una cama y un baño para ella solita.


Ya había levantado el auricular y estaba marcando el primer número cuando, de repente, se dio cuenta de lo que estaba haciendo.


¿Por qué estaba llamando a la agencia de viajes e intentando buscarse otro sitio para dormir cuando estaba en su propia casa?


Bueno, ahora era la casa de su hermano, cierto, pero ella había vivido allí en compañía de su familia durante veinte años.


Obviamente, eso contaba más que la estrecha relación de amistad que unía a Pedro con Nico y el hecho de que él hubiera vivido en la casa de enfrente durante, más o menos, el mismo tiempo.


Así que Paula volvió a colgar el teléfono, cerró el listín telefónico y se puso en pie.


No, aquello no podía ser.


En un instante decidió que no era ella la que se iba a ir de aquella casa, se pensaba quedar allí, en su habitación hasta que tuviera vuelo para volver a Los Ángeles tranquilamente.


Con un poco de suerte eso sería el jueves, que era para cuando ella había sacado billete. Si el tiempo no le permitiera irse antes, se quedaría allí hasta poder volver a la Costa Oeste.


Era consciente de que no iban a ser los días más cómodos de su vida porque tener que estar en el mismo pueblo que Pedro era difícil, pero tener que estar en la misma casa…


Aquello podía ser causa de migrañas de proporciones épicas, pero no pasaba nada, tenía su medicación a mano, así que podría soportarlo.


Por supuesto, se había llevado el Imitrex, el ibuprofeno, las pastillas de antiácido y todos los demás medicamentos que siempre tenía cerca para cuando su cuerpo empezaba a protestar por las interminables horas y los insoportables niveles de estrés que lo obligaba a aguantar.


Llevaba años diciéndose a sí misma que se había olvidado por completo de Pedro, que atrás había quedado aquel enamoramiento infantil, de aquellas fantasías irreales de adolescente y ahora había llegado el momento de demostrarse a sí misma que así era.



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