sábado, 22 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 7




Paula se mordió el labio. Pedro le había curado la herida con amabilidad y profesionalidad, ¿y qué había hecho ella? Se había pavoneado ante él, provocándolo con su feminidad.


Volviéndose de espaldas a él, se puso su camiseta sobre la cabeza y se cubrió con ella los pechos desnudos, consciente del dolor en el costado. La herida era mucho más leve ahora que estaba limpia, seca y vendada. Realmente le debía un agradecimiento a Pedro.


-Pedro -lo llamó, volviéndose nerviosamente hacia él-. Quiero darte las gracias por tu ayuda.


-No hay de qué -respondió él mientras se dirigía hacia la nevera-. ¿Quieres una cerveza?


-¿Una cerveza? Oh, no. Gracias. Se está haciendo tarde -dijo, mirando los colores del crepúsculo por las polvorientas ventanas-. Tenemos que encontrar la manera de avisar a las autoridades antes de que el cocodrilo ataque a alguien.


El sacó una botella de cerveza y retiró el tapón con el pulgar.


-Podría conectar mi vieja radio -dijo, asintiendo hacia una caja llena de polvo en el estante-. Pero hace años que no la uso. Es posible que le falten piezas.


-Merece la pena intentarlo -insistió ella, mordiéndose el labio-. Pero, ¿y si no funciona?


-En ese caso tendremos que esperar hasta que alguien nos rescate -dijo él con una lenta sonrisa.


-Pero podrían pasar horas -dijo ella. No podía estar con Pedro. La gente pensaría que estaba confraternizando con él, y el caso de su hermana se vería comprometido.


-No te preocupes -la tranquilizó. Se sentó en una silla y estiró sus largas piernas-. Si la situación se hace crítica, puedo inflar un bote, llenarlo con chalecos salvavidas e improvisar una cama.


-¿Una cama? -repitió ella, incrédula-. ¿Para qué íbamos a necesitar una cama? No estarás diciendo que... -por un momento se quedó sin habla, horrorizada-. No creerás que tengamos que pasar toda la noche aquí, ¿verdad?


-Míralo por el lado bueno. Como mi padre solía decir: «Detrás de cada horizonte oscuro, siempre hay un sol esperando a salir». Tenemos una nevera llena de bebidas, un armario de latas de conserva y buena compañía -dijo, y levantó la cerveza en un brindis amistoso.


-Pero... tengo que conseguir un teléfono. Debo hacer muchas llamadas y ocuparme de muchas cosas. No puedo quedarme aquí.


-Intentaría dejar atrás al cocodrilo, pero ya casi ha oscurecido -dijo él. Se inclinó hacia delante en la silla y sostuvo la cerveza entre las piernas-. Es bien sabido que los cocodrilos están especialmente hambrientos antes de que anochezca.


Paula se tragó un grito de consternación y se clavó las uñas en las palmas. Empezaba a sentirse realmente atrapada.


-Vamos a probar con la radio.


-Podemos intentarlo, pero...


Unos golpes en la puerta los sobresaltaron a ambos.


Los dos se miraron el uno al otro y se movieron hacia la puerta a la vez.


-¿Quién demonios...? -empezó a mascullar Pedro.


-Gracias a Dios -exclamó Paula, pero enseguida ahogó un grito de pánico-. ¡El cocodrilo! Puede atacar a quien esté ahí fuera.


Pedro abrió la puerta con una expresión más de disgusto que de preocupación. Paula se enganchó a su codo, desgarrada entre el alivio por ser rescatada y temerosa de un posible ataque del cocodrilo.


-Sheriff Gallagher -saludó Pedro, con un tono no especialmente complacido.


-¿Cómo estás, doctor? -preguntó el sheriff, un hombre calvo y achaparrado con el rostro colorado-. Hemos recibido una llamada telefónica de alguien que se había quedado atrapada en la carretera de Gulf Beach. Mi secretaria no pudo entender casi nada de lo que la señora le estaba diciendo antes de que la conexión se perdiera, pero...


-Yo hice la llamada, sheriff -dijo Paula. Agarró el voluminoso brazo del sheriff y tiró de él hacia el interior-. ¡Entre, rápido! --gritó, cerrando la puerta-. ¿Tiene un móvil o un radiotransmisor? Oh, veo que tiene un arma. Espero que no tengamos que usarla, pero si la cosa se pone fea...


-Discúlpeme, señorita -la interrumpió el sheriff, desconcertado-, pero parece muy alterada por algo. ¿Cuál es el problema?


-Eh, sheriff Gallagher, ésta es Paula Chaves -intervino Jack-. La recuerda, ¿verdad? La hija pequeña del coronel Chaves.


-Paula Chaves, ¡claro que sí! -exclamó el sheriff con una amplia sonrisa-. ¡Se ha convertido en toda una mujercita! Su padre estaría muy orgullo si pudiera verla ahora.


Una mezcla familiar de dolor y remordimiento traspasó a Paula cuando oyó la mención de su padre. Hubo un tiempo en el que hubiera dado todo porque se sintiera orgulloso de ella, pero acabó dándose cuenta de la inutilidad de sus intenciones. Tendría que haber sido uno de sus soldados para ganarse su aprobación. Una simple hija jamás podría estar a la altura.


-Gracias.


-Lamenté enterarme de su fallecimiento. Era mi compañero de póquer siempre que venía a Point, ¿sabe? He oído que murió en una misión militar en el extranjero.


-Sí -corroboró Paula.


Ella también lo había oído... muchos meses después de la desgracia. A las autoridades les había costado mucho tiempo ponerse en contacto con ella. Los colegas de su padre no sabían que tenía familia, después de que su esposa hubiera muerto.


-Quiero expresarles mis condolencias a ti y a tu hermana.


Paula no respondió, incapaz de articular palabra. Se sentía como si le hubieran abierto una vieja herida. Había sabido que sería muy duro volver allí.


-Es estupendo que haya vuelto finalmente a casa de visita.


Paula recuperó la compostura, como si fuera un escudo, y dejó de pensar en aquel tema tan doloroso.


-En realidad, sheriff, he venido por asuntos de trabajo. Y ahora, como estaba diciendo, hay un...


-Malena es abogada, sheriff -dijo Pedro-. Una gran abogada en Tallahassee.


-¿En serio? Siempre pensé que lo suyo eran las fiestas glamurosas y todo eso.


-¡Sheriff, por favor! -espetó Paula-. Hay un cocodrilo ahí fuera, y está hambriento. Ha estado persiguiéndome.


-¿Un cocodrilo? -repitió el sheriff. Se volvió con el ceño fruncido hacia Pedro.


-Le juro que es cierto, sheriff -insistió Paula. No podía creerse que Pedro no la apoyara-. Tal vez el doctor Alfonso no me crea, pero un cocodrilo ha estado persiguiéndome por la playa. Estaba muy preocupada de que pudiera atacar a alguien.


-Entiendo... -dijo el sheriff-. Seguramente haya visto al viejo Alfred.


-¿El viejo Alfred? -repitió Paula con el ceño fruncido.


El sheriff no había entendido nada.


-Alfred es el único cocodrilo que nos queda en Point, señorita. No le haría daño a nadie.


Paula lo miró sin comprender.


-Una familia que vivía en la playa empezó a darle de comer hace diez años e hicieron de él su mascota. Cuando se mudaron, Alfred se desplazó a la propiedad del doctor Alfonso, quien se ocupa de él ahora. Si tuviera que cazar para vivir, se moriría de hambre.


-¿Alfred? -preguntó ella mirando a Pedro, quien se había enganchado los pulgares en los bolsillos de los vaqueros y miraba atentamente el techo.


-El doctor incluso le ató un trapo naranja para asegurarse de que todos lo reconocieran -añadió el sheriff Gallagher.


Paula sintió que la sangre empezaba a hervirle.


-Doctor Alfonso -dijo con una voz de ultratumba-, ¿tienes a un cocodrilo llamado Alfred viviendo por los alrededores?


Pedro se aclaró la garganta y se frotó la nuca.


-Ahora que lo pienso, es posible que Alfred esté por aquí cerca.


-¿Y me has dejado creer que estábamos en peligro? -espetó Paula, echando fuego por los ojos.


-¿Cómo podía estar seguro de que no era otro cocodrilo?


-¿Vestido de naranja? -farfulló ella.


El sheriff Gallagher parpadeó, confuso.


-Cálmese, señorita Paula -le dijo, poniéndole una mano en el brazo-. Seguramente el doctor se olvidó por completo del viejo Alfred.


-¿Que se olvidó? -gritó Paula. Se soltó de la mano del sheriff y miró furiosa a Pedro-. ¡He atrancado la puerta con mi cuerpo para impedir que arriesgaras tu vida!


-Te dije que podía ocuparme de un cocodrilo -se excusó él.


-¿Qué derecho tienes a dejar suelto un cocodrilo por ahí? -le preguntó ella entre dientes.


-Yo no lo he dejado suelto. Está en su hábitat natural. Es inofensivo. Apenas tiene dientes.


Paula apretó los puños, intentando contenerse para no estrangular a Pedro.


-Y me ibas a mantener aquí encerrada hasta mañana, ¿verdad?


-No, no. Bueno, tal vez. Pero...


-¡Eres un ser despreciable! --espetó, aunque las palabras no causaron ni de lejos el daño que quería infligir-. Alguien podría sufrir un ataque al corazón sólo por ver a ese cocodrilo. Y no podría contar con ayuda médica competente en cien kilómetros a la redonda.


La expresión de regocijo se borró de los ojos de Pedro.


-Ésa es una acusación muy dura, Paula.


-Pero cierta. Y no vuelvas a llamarme Paula. Para ti es señorita Chaves, maldito... ¡maldito mentiroso! -pasó como una exhalación junto al sheriff y abrió la puerta.


-Maldita sea, Paula, espera un momento -la llamó Pedro mientras ella bajaba los escalones-. No te mentí. En realidad, te dije que no quedaban muchos cocodrilos en Point.


-Vete al infierno, Pedro Alfonso --gritó ella por encima del hombro-. No vuelvas a acercarte a mí, o lo tomaré como una declaración de guerra.


-Eh, eres tú la que ha entrado en mi propiedad. Ambos sabemos que te arrojaste en mis brazos.


Paula se quedó boquiabierta y se giró para fulminarlo con la mirada.


-Eh..., discúlpeme, señorita Paula -dijo el sheriff, bajando los escalones hacia ella-. Se está haciendo de noche y he visto su coche atrapado en la ciénaga. ¿Puedo llevarla a alguna parte?


A través de la neblina roja que le empañaba la visión, Paula se dio cuenta de que, efectivamente, estaba oscureciendo y de que aún le quedaba un buen trecho para llegar a casa de Gaston Tierney. No podía presentarse a esas horas, y menos con una camiseta de hombre y hecha un desastre.


-Gracias, sheriff. Me haría un gran favor si pudiera sacarme de aquí.


-Paula... -volvió a llamarla Pedro desde lo alto de los escalones.


-¡No! -lo cortó ella, apuntándolo con un dedo como si fuese un arma-. Ríete todo lo que quieras por esta noche, doctor Alfonso. Pero recuerda... -bajó la voz a un tono mordazmente sarcástico-. En cada horizonte radiante hay un sol esperando a ponerse. Te veré en el juicio.


Dicho eso, se dirigió muy digna hacia el coche del sheriff.


Pedro apretó los labios y la vio alejarse.


-No, señorita -se murmuró a sí mismo-. Nos veremos antes de eso.




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