sábado, 22 de diciembre de 2018

EL SOLTERO MAS CODICIADO: CAPITULO 10




Mientras una silenciosa y remilgada Paula Chaves se sentaba rígidamente junto a él en la cabina de la grúa, Pedro se obligó a relajar los músculos y las manos sobre el volante.


No le gustaba verla con Tierney. No le gustaba que volviera a Tierney contra él. Y tampoco le gustaba lo mucho que le desagradaba todo. Su reacción ante Paula no era la que debería ser. 


La noche anterior había permanecido en vela analizando esa reacción... ese deseo que le hervía la sangre cada vez que ella estaba cerca. 


¿Por qué lo afectaba de esa manera? Se había convertido en una mujer muy hermosa, cierto, pero las mujeres hermosas no escaseaban precisamente. Revoloteaban a su alrededor como mariposas de colores, y él nunca había intentando retener a una durante demasiado tiempo. Ni les clavaba alfileres en las alas.


No tenía lo que había que tener para hacer feliz a una mujer fuera de la cama. Necesitaba su espacio y su tiempo en soledad, y la libertad para relajarse siempre que el trabajo lo agobiaba. Por muy egoísta que fuera, reconocía que tenía muy poco que darle a una mujer.


Sería una locura perseguir a Paula por un capricho sexual. Quería ser su amigo. Con ella había compartido la época más feliz de su vida. 


La conocía mejor de lo que conocía a su propia hermana, siete años menor que él. Había pasado más tiempo con Paula del que había pasado con su padre, médico del pueblo, o con su madre, profesora de escuela. Hasta que las hormonas empezaron a empujarlo en otra dirección, Paula siempre había estado a su lado. 


Con otras amistades había compartido los buenos y malos momentos, pero sólo Paula se había acercado a sus verdaderos sentimientos y reacciones. Y él a los suyos. Juntos habían creado una dimensión adicional para cada situación. Risas, desafíos, descubrimientos, arrepentimientos...


El día anterior, por primera vez en años, había vuelto a sentir lo mismo.


La quería de nuevo en su vida. Quería esa chispa adicional para los momentos más vulgares. Y haría lo que fuera necesario para recuperarla. Pero no arruinaría su amistad, o la posibilidad de que esa amistad renaciera, por culpa de una atracción sexual.


Se había pasado la mitad de la noche reflexionando sobre esa decisión. Y la otra mitad imaginándose su cuerpo ardiente y desnudo entre sus brazos, mirándola a los ojos mientras le hacía el amor.


Aferró con fuerza el volante y respiró hondo. 


Otra vez la estaba deseando. Quería detener el camión y atraerla hacia él para besarla.


-¿Esto es para mí?


La pregunta le hizo desviar la mirada hacia ella. 


Paula sostenía en alto la bolsa de plástico que él había dejado en el asiento, y lo miraba con las cejas arqueadas. Su aspecto era impecable y autoritario. Inabordable. Intocable. Una mujer de negocios. Un desafío que tendría que ignorar.


-Sí -respondió-. Es para ti.


Ella sacó el contenido de la bolsa. Primero fueron los zapatos de piel, limpios de barro, aunque a uno le faltaba el tacón. Lo siguiente fue la blusa de seda.


-Has limpiado mis zapatos y mi blusa -observó con asombro.


-No ha hecho falta limpiar la blusa. ¿Cómo tienes la herida esta mañana?


-Bien. Mucho mejor.


-¿Crees que debería echarle otro vistazo?


-¡No! -exclamó ella, horrorizada-. Pero gracias por tu interés -añadió, con voz más suave-. Y por limpiarme los zapatos. ¿Qué pasa con mi...-se aclaró la garganta y miró en el interior de la bolsa vacía, como si esperara que otra cosa se materializara- ... sujetador?


-Hubo que dejarlo en remojo. Ahora está en mi secadora.


-No tenías por qué lavarlo -dijo ella frunciendo el ceño-. Podrías haberlo metido todo en una bolsa para entregármela.


-No te gusta ver sangre, y anoche tenía que hacer la colada de todas formas -repuso él, encogiéndose de hombros-. No ha sido ninguna molestia.


Ella se mordió el labio inferior... Un gesto demasiado provocador por su parte, al atraer la atención a su boca sensual y contorneada cuando Pedro estaba haciendo lo posible por no pensar en besarla.


Pero sabía lo que ella estaba pensando. A Paula no le gustaba la idea de que él tuviera su sujetador.


-¿Quieres que me pase por mi casa para recogerlo?


Aquella sugerencia no era particularmente del agrado de Paula. Pedro casi podía oír la indecisión rugiendo en su interior: ¿deberían ir por el coche antes de que empezara a llover, o recoger el sujetador antes de que él hiciera algo atrevido con la prenda?


Ella se cruzó de brazos e hizo un gesto provocador con los labios.


-Eres muy manipulador, doctor Alfonso.


-¿Por qué lo dices?


-Lo sabes muy bien. No debería estar contigo, y sin embargo aquí estoy. ¿Qué pretendes? ¿Influir en mi investigación, tal vez? 
¿Desacreditarme?


-En realidad, mi intención es ayudarte con la investigación. No le administré el medicamento equivocado a Agnes, y me gustaría saber por qué demonios tuvo alucinaciones.


-¿Tienes alguna teoría al respecto?


-Ninguna que valga la pena mencionar.


-Me gustaría hacerte unas preguntas, pero tal vez no quieras responder sin el consentimiento de tu abogado.


-Puedes preguntarme lo que quieras.


Aunque Paula quería respuestas, se sentía extrañamente dubitativa. Lentamente sacó la grabadora del bolso y, tras pedirle permiso para encenderla, le pidió su versión de lo sucedido. 


Concordaba con la de Agnes, aunque Pedro ofreció muchos más términos médicos.


-¿Estás seguro de que fue una reacción alérgica?


-Completamente seguro.


-¿Porque ella lo dijo?


-No, porque me aseguré de comprobarlo. Tenía la boca, la lengua y la garganta hinchadas. He tenido que realizar traqueotomías en situaciones similares, cuando los conductos respiratorios se bloquean. Una inyección suele aliviar los síntomas, como así sucedió en este caso. ¿Cómo es posible, entonces, que la medicación no fuera la adecuada?


Paula quedó sumida en un silencio pensativo. La única explicación posible era que Gaston tuviera razón y la reacción alérgica de Agnes hubiera sido imaginaria.


-¿Dudas que tuviera realmente una reacción alérgica? -le preguntó él, mirándola con ojos entornados.


-Simplemente estoy haciendo de abogada del diablo -respondió ella. No tenía intención de compartir con él nada de lo que Gaston hubiera dicho. Malena decidiría lo que Pedro debía saber y cuándo-. Quiero comprenderlo todo con absoluta claridad.


-Pues entonces comprende esto. Sin la intervención médica se habría asfixiado.


-¿Eras su médico personal?


-No. Tierney jamás lo habría permitido.


-¿Agnes siempre acata la voluntad de Gaston?


-Siempre. Tiene miedo de su temperamento... y con razón.


Paula recordó cómo Agnes había permanecido en silencio cuando Gaston insistió en que su reacción alérgica había sido psicosomática. ¿Tendría miedo de discutir?


«Te hará creer que es un santo y que yo soy el demonio», le había advertido Gaston. ¿Era eso lo que intentaba hacer Pedro? ¿Predisponerla contra Gaston?


-¿Llevas muchos medicamentos en tu botiquín, doctor Alfonso? -le preguntó, cambiando de tema.


-Algunos.


-¿Algunos de ellos podrían provocar alucinaciones?


-Eso es muy improbable.


-¿No te parece extraño que el hospital no le hiciera un análisis de orina en busca de sustancias para determinar el motivo de las alucinaciones?


-Debido a su edad hay otros factores a tener en cuenta en primer lugar. Como la herida en la cabeza. Le realizaron un escáner, una resonancia magnética, electrolitos, análisis de sangre y rayos X. Con las personas mayores hay causas naturales más probables que el abuso de drogas para las alucinaciones.


-Pero le pusiste una inyección justo antes de que empezara a tener alucinaciones. ¿No sería lógico relacionar las dos cosas?


-El antihistamínico que usé no provoca alucinaciones. Todo el personal médico lo sabe.


De nuevo estaban en el punto de partida. Paula apartó la mirada y se dio cuenta de que había empezado a llover. La carretera de Gulf Beach estaba a poca distancia, así que apagó la grabadora y volvió a guardarla.


-Si quieres hablar con el personal del hospital, puedes venir conmigo -le ofreció él-. Tengo que estar allí a la una para mi ronda de tarde.


-Gracias, pero prefiero ir por mi cuenta.


-Como quieras -repuso él, encogiéndose de hombros-. Lo decía porque quizá consiguieras más colaboración por parte del personal si yo te presento. Y si quieres hablar con algún testigo del picnic, mañana se celebrará otro al que asistirá todo el pueblo.


-Lo sé. Ya me han invitado.


-¿Tienes pensado ir?


-Es posible -respondió ella. No quería compartir sus planes con él.


-Irá casi toda nuestra banda. Robbie, Jimbo, Francine...


-¿Ahora se hace llamar Francine?


-Lo intenta. Aunque a veces la llamo Frankie sin darme cuenta.


La nostalgia invadió a Paula. Hacía años que no sabía nada de sus amigos de la infancia. Había intentado mantener el contacto, pero después de las primeras cartas y llamadas, su vida se había vuelto muy ajetreada.


-¿Quién te ha invitado al picnic? -le preguntó Pedro con curiosidad.


-Agnes Tierney está intentando hacer de casamentera -respondió con regocijo-. Cree que yo sería perfecta para Gaston, y me preguntó si me gustaría...


-¿Qué? -la palabra explotó en los labios de Pedro más como una maldición que como una pregunta-. ¿Vas a ir con Tierney?


Paula parpadeó, sorprendida.


-Bueno, yo...


-Maldita sea, Paula. No lo hagas. Ni siquiera lo pienses.


-¿Cómo dices? -preguntó ella, atónita por su reacción.


-Tierney no es de fiar. Acaba lo que tengas que hacer y aléjate de él.


El desconcierto de Paula aumentó, al igual que su irritación. No había tolerado órdenes así del coronel, y no iba a tolerarlas con Pedro.


-¿Estás intentando decirme con quién puedo hacer vida social y con quién no?


-Es por tu propio bien. He visto lo que Gaston puede hacerle a una mujer, y...


-No seas tan paternalista conmigo, doctor Alfonso. Puedo cuidar de mí misma. Y deja de pintar a Gaston como a un villano. Me avisó de que lo intentarías.


Pedro apretó los labios.


-Si vas con él, Paula, te juro que te apartaré de su lado aunque sea a rastras.


Paula se quedó boquiabierta.


-¡No puedes amenazarme con usar la fuerza! Haría que te detuvieran antes de que te dieras cuenta.


El maldijo en voz baja, pisó el freno y giró bruscamente para dar media vuelta.


-¿Qué estás haciendo? -exclamó ella, aferrándose a las manillas de la puerta mientras él aceleraba.


Pedro no respondió. Tenía la vista fija en la carretera, la mandíbula fuertemente apretada y una vena palpitándole en la sien.


-Pedro, la lluvia arrecia. Si has cambiado de idea con lo del coche, al menos...


-No te preocupes por la lluvia. Tendría que estar lloviendo a mares durante una semana para impedir que la grúa remolque tu coche -dijo él, sin parecer arrepentido por haberle hecho creer lo contrario-. Pero ahora tienes que ver una cosa, maldita sea.


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