miércoles, 19 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO FINAL



Mientras pintaba en el salón de su casa, Paula había recibido la llamada de Pedro diciéndole que se encontrara con él en el mirador de la montaña.


Pedro había mencionado un nuevo proyecto e imaginó que querría enseñarle la flora local. Sin pensárselo, había ido hasta allí y había respirado aliviada al ver que el cielo estaba azul.


En aquel momento avanzaba decidida hacia el punto de encuentro con el móvil en el bolsillo. 


¡Había aprendido bien la lección!


Pedro había acudido a rescatarla a aquellas mismas montañas. Había sido amable y cariñoso, pero ella había tenido que huir porque lo amaba demasiado y él no sentía por ella lo mismo.


Dio varios pasos y se planteó dar media vuelta y marcharse. Después de todo era sábado y su jefe no tenía derecho a pedirle que trabajara en su tiempo libre.


Le dolía el corazón. Amaba a su jefe y sabía que no lo dejaría plantado porque le gustaba trabajar con él y porque necesitaba el empleo, y porque era lo que sabía hacer mejor, como hacía bien ejercer de «amiga», dando consejos sentimentales a los demás.


Pero había llegado a la conclusión de que en el fondo no sabía nada de las relaciones y que debía dimitir de ese puesto entre sus amigos. 


Los abandonaría a su suerte porque ella no estaba cualificada para asesorarlos.


Dio los últimos pasos y vio a Pedro en el mirador, apoyado en la barandilla con el rostro vuelto hacia el paisaje. Al oír pisadas, se volvió hacia ella. Tenía una mano en el bolsillo y el cuello de la camisa torcido, así como una expresión entre concentrada y angustiada.


—No estaba seguro de que fueras a venir —dijo con voz aterciopelada.


—Has dicho que querías hablar de un proyecto —dijo ella, intentado frenar su acelerado corazón.


—En cierto sentido, así es. ¿Estabas haciendo algo cuando te he llamado? —preguntó él, estudiando su rostro.


Paula se pasó las manos, nerviosa, por los muslos.


—Estaba pintando. Ojalá pudiera captar una belleza como ésta —dijo, señalando la vista.


—Por eso he elegido este lugar. Sabía que a esta hora del día el colorido haría juego con tus ojos y sería tan hermoso como tú, y que habría paz y tranquilidad; la misma que tú me haces sentir en mi interior —Pedro calló bruscamente como si no supiera qué quería decir.


Sus palabras emocionaron a Paula, que se quedó muda.


Un instante después, Pedro carraspeó.


—¿Qué estabas dibujando?


—Nada concreto. Intentaba plasmar mis emociones en un lienzo —para liberarlas. Y lo que Pedro acababa de decirle había hecho que emergieran de nuevo. Con voz temblorosa, añadió—: ¿Por qué me has pedido que viniera, Pedro?


¿Y por qué allí y no a cualquier otro sitio? Había mencionado los colores y otras cosas que no tenían nada que ver con el trabajo.


—Por las mismas razones por las que tú estabas pintando —Pedro vaciló y miró intensamente a Paula—. Para compartir mis emociones contigo con la esperanza de que no sea demasiado tarde y que te guste recibirlas aquí, donde podemos estar solos en medio de la naturaleza, y donde puedo concentrarme en ti, rodeado de plantas y árboles, que me ayuden a mantenerme tranquilo y centrado.


—No comprendo —el corazón de Paula dio un salto, pero ésa era una parte de su organismo en la que no podía confiar.


Quizá Pedro estaba por fin dispuesto a hablar de su relación con su padre. Quizá quería quitarse ese peso del pecho, y aquella cita no tenía nada que ver con ellos dos. Ella estaba dispuesta a escucharlo.


—Carlos… hirió a un niño pequeño hasta casi aplastarlo —Pedro le tomó las manos y le acarició el dorso reiteradamente con el pulgar—. Tanto que cuando el niño se hizo hombre, se dijo que nunca tendría una relación por culpa de su enfermedad, pero la causa real era el dolor que le había causado ser abandonado.


—Carlos te dejó porque era demasiado cobarde como para ser tu padre —dijo Paula con labios temblorosos. Habría querido abrazarlo y sujetarlo con fuerza contra su pecho—, no porque no soportara tu enfermedad.


Pedro agachó la cabeza.


—Tienes razón.


—No hay ninguna razón por la que no puedas tener… cualquier tipo de relación —Paula intentó evitar que pareciera que incluía una relación con ella entre las posibles.


Pedro miró sus dedos moviéndose nerviosamente, apretó los dientes y detuvo el movimiento. Pero al instante, sacudió la cabeza y comenzó de nuevo, como si no quisiera negarle una caricia que sólo él podía darle.


—Sólo hay una persona con la que me gustaría construir una relación en este momento.


—¿Quién?


—Creo que sabes la respuesta, pero quiero decírtelo de todas formas —su voz se hizo más grave a medida que hablaba. Le soltó la mano y la metió en el bolsillo—. No sé cómo expresar lo que siento o qué sientes tú, pero voy a intentar expresarlo. He comprado una cosa… Tengo la esperanza de que, con el tiempo, llegues a sentir algo por mí, de que si pasamos tiempo juntos pueda llegar a demostrarte cuánto te necesito y cuánto te amo…


—Pero después de hacer el amor, mi cuerpo no te gustó y… —empezó Paula, no pudiendo dominar una inseguridad tan enraizada en ella.


—Lo que no me gustó fue lo que hice yo y que achaco al autismo; mi manera de acariciarte como si te masajeara, la obsesiva forma en la que aspiraba tu aroma —Pedro la tomó por los brazos—. Pero estabas tan… hermosa. Sabes que eso es lo que pensé y lo que sentí. Tienes que saberlo.


Paula lo miró fijamente a los ojos queriendo creerlo.


—Soy muy corpulenta. Mi madre siempre…


—Tu madre debería limitarse a decirte que eres maravillosa por dentro y por fuera —Pedro chasqueó la lengua—. No quiero que te sigan haciendo daño. Tiene que haber alguna manera…


—La he encontrado —también ella había estado pensando en su familia—. He convocado una reunión familiar para decirles que si no pueden darme lo que necesito, estoy dispuesta a distanciarme de ellos. Ya he dejado que me hagan suficiente daño.


—Quiero ir a esa reunión contigo —Pedro habría preferido evitarle ese trance, pero comprendía que necesitara hacerlo—. Y después, iremos a ver a Alex y a Luciano. Te van a adorar, Paula. ¿Podrás formar parte de nuestra familia? ¿Me dejarás amarte con toda mi alma?


Pedro se dio cuenta de que hablaba desordenadamente e intentó explicarse mejor.


—Quiero compartirlo todo contigo, que seamos una familia. Cuando hicimos el amor, no fui consciente de lo que sentía por ti, de todo el amor y los sentimientos que albergaba en mi interior esperando a ser despertados —hizo una pausa y sacudió la cabeza—. El autismo me hizo perder el control, y asumí que no podrías soportar mi extraña manera de acariciar ni mi obsesión por olerte —suspiró profundamente—. Y aun cuando llegué a pensar que quizá no me rechazarías, me asaltó el recuerdo de Carlos y con él me volvió la rabia y el rencor, todos esos sentimientos que creía olvidados, pero que permanecían latentes en mí.


—También tú deberías hacer algo respecto a Carlos —sugirió Paula con expresión comprensiva y, aunque Pedro no quería hacerse ilusiones, rebosante de amor.


—No puede haber una reconciliación —dijo—, pero sí debo poner las cosas en perspectiva. No tenía derecho a abandonarme. Hay un servicio estatal para las familias separadas con la que pienso concertar una cita. Necesito poder decirle…


—Yo iré contigo —Paula dijo sin pensárselo—. Y después, volverás conmigo a casa. Yo también te amo, Pedro, con todo mi corazón, con toda mi alma. Llevo toda la vida buscándote. Creo que me enamoré de ti la primera vez que vi uno de tus proyectos; subconscientemente, supe que había encontrado mi alma gemela.


Pedro le apretó el brazo con dedos temblorosos.


—Te amo, Paula. Quiero pasar el resto de mi vida contigo.


Sacó la mano del bolsillo y en el mirador, con las montañas de fondo, rodeados de árboles y con el canto de los pájaros como música de fondo, Pedro se arrodilló ante ella. Ente los dedos sostenía una sortija con un diamante. Paula contuvo el aliento.


—He ido a una joyería —Pedro apretó el anillo y el verde de sus ojos adquirió una nueva intensidad—. El día que quedaste con tu madre y tus hermanas y yo te esperé fuera de la cafetería, lo vi en el escaparate y me dije que quedaría precioso en tu mano. Está tallado para que adopte una forma parecida a…


—Una margarita —concluyó Paula por él—, como la que vimos aquí mismo la primera vez que recorrimos este paseo juntos.


—Quería una joya que me hiciera pensar en ti y que me ayudara a expresarte lo que siento —la mirada de Pedro se dulcificó—. Para mí tú eres como una de esas margaritas, delicada y hermosa, pero también fuerte y estable. Y yo quiero entregarte con este anillo mi amor imperecedero.


—¡Yo también te amo, Pedro, con todo mi ser!


—Eres para mí una amiga y una persona maravillosa —Pedro le tomó la mano—, por dentro y por fuera. Eres perfecta.


Por primera vez, Paula creyó plenamente lo que oía y una oleada de calor le envolvió el corazón.


—Yo adoro cómo me haces el amor y cómo me tocas. Adoro todo lo que te hace excepcional.


—Entonces —Pedro la miró fijamente al tiempo que le apretaba la mano—, ¿te casarás conmigo y vivirás conmigo para siempre? ¿Llevarás esta sortija y una alianza de matrimonio como símbolo de nuestro amor? No sé si sabré hacerlo, pero sí sé que te amo y que contigo puedo aprender cualquier cosa.


—¡Oh, Pedro! —Paula se quedó muy quieta mientras Pedro, sin dejar de mirarla, deslizaba la sortija en su dedo.


Ella alzó los brazos para rodearle el cuello y él la estrechó contra sí por la cintura.


—Claro que me casaré contigo. Y los dos aprenderemos juntos.


El sol arrancó destellos dorados al diamante y Paula tuvo la seguridad de que aquel amor era para siempre.





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