miércoles, 19 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 30




—¿Paula? ¿Paula? —Pedro gritó una vez más. Y sólo obtuvo el silencio por respuesta.


Recorría el camino a ciegas, con la nieve cubriéndole los hombros y rozándole el rostro.


Hacía frío. Llevaba nevando más de una hora y tenía que encontrar a Paula. Él conocía aquella zona a la perfección y aun así, le estaba costando permanecer en el sendero. Para alguien que no lo conociera…


Paula había dejado los planos en el despacho, donde él no había llegado hasta la tarde porque no se había sentido capaz de enfrentarse a sus propios fantasmas. Después de una profunda reflexión, había llegado a algunas conclusiones que necesitaba compartir con ella, pero Paula estaba perdida.


En primer lugar, necesitaba asegurarse de que estaba a salvo. La idea de que le hubiera sucedido algo le resultaba insoportable.


«Por Dios, Paula, mantente en el camino hasta que te localice».


Cuando la nieve cubrió completamente el camino, comenzó a gritar su nombre a pleno pulmón. Debería haber llamado a un equipo de rescate en lugar de ir él solo. No debería haberse marchado, dejándola sola en su casa, abandonándola como un cobarde.


«¿Y ahora sí sabes lo que quieres, Alfonso, y crees que tienes derecho a conseguirlo?»


No estaba seguro. Quería que Paula fuera más que una empleada. Quería que fuera su… amante, durara lo que durara.


Por el momento, lo más importante era que no le hubiera pasado nada.


—¡Paula!


No obtuvo respuesta.


Continuó caminando contra el viento. Si no la encontraba en diez minutos, llamaría a Luciano para que organizase un equipo de búsqueda.


Cuando Paula apareció frente a él, con el rostro pálido y expresión angustiada, Pedro olvidó todo lo que había pensando sobre la necesidad de medir sus palabras y llegar a un acuerdo con ella de que ninguno de los dos saliera perjudicado, y, tirando de ella, la estrechó en sus brazos.


—¿Estás bien? Temía que hubieras perdido el camino.


Sus brazos temblaban cuando la sujetó a distancia para verla mejor. Paula no llevaba sombrero. Su mochila y su cabello estaban cubiertos de nieve. Miró a Pedro con labios temblorosos antes de esbozar una sonrisa.


—Estoy bien. Confiaba en no haberme alejado mucho, pero la verdad es que no sabía dónde estaba.


—He tardado una hora en encontrarte.


—Me ha parecido oír tu voz, pero he pensado que eran imaginaciones —Paula tiritaba.


Pedro volvió a abrazarla.


—Estás congelada. Tengo que sacarte de aquí —la cubrió con un abrigo que había llevado para ese propósito, le tomó la mano y comenzó a desandar el camino.


«La tenía y no pensaba dejarla escapar nunca más».


Ya no tenía sentido negarlo. Estaba enamorado de ella de los pies a la cabeza. Como se enamoraba la gente que quería una vida normal para siempre y que creía que eso era posible. 


Por primera vez, Pedro se sentía con derecho a ser normal. ¿Cómo conseguiría aprender a amarla? ¿Cómo podría convertirse en una persona digna de ser amada por ella?


—No me he dado cuenta de que el tiempo cambiaba —dijo ella, castañeteando los dientes.


—Da lo mismo. Lo importante es que te he encontrado —dijo él, frotándole la mano para que entrara en calor.


No podía vivir sin ella. Su seguridad era lo más importante en el mundo para él. Lo que sentía por ella era aún más intenso que lo que sentía por Alex y por Luciano, las dos únicas personas con las que había conectado en toda su vida.


Algo lo unía a ella a un nivel muy profundo. La amaba y quería permanecer para siempre junto a ella… pero sabía que no podría ser.


—No gastes energía. Guárdala para salir de aquí.


Paula asintió al tiempo que se abrazaba a sí misma para darse calor.



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