viernes, 14 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 13





Cuando llegaron a la mansión en la que se iba a celebrar la ceremonia, Paula le dijo con vehemencia que él sería el ganador. Pedro habría querido darle un beso en los labios por su apasionada declaración, pero se conformó con hacerle una leve caricia en el antebrazo mientras cruzaban varios salones hasta llegar al principal. Sabía que tenía que distanciarse y sin embargo, con cada minuto que pasaba se sentía más cerca de ella.


El edificio, que acogía varias ceremonias en sus distintos salones, era un hervidero de gente. En lugar de centrarse en la parte social del acontecimiento, Pedro se concentró en la mujer que lo acompañaba, con la excusa de que los dos estaban allí como representantes de la compañía y debían proyectar una buena imagen.


—¡Ojalá se saltaran todos los formulismos y anunciaran directamente los premios! —dijo Paula con un suspiro de frustración al oído de Pedro al tiempo que se sentaban en una mesa junto a otras parejas.


Sabía que no debía haberse inclinado tanto hacia él y menos para susurrarle al oído, pero en aquel momento todo eso le daba lo mismo.


A lo largo de la velada los dos habían mantenido un comportamiento ejemplar, socializando con la gente, pero sin perder en ningún momento el contacto entre ellos. Algo había cambiado, aunque Paula no sabía si tenía que ver con ella o con Pedro, o si era el acontecimiento en sí lo que hacía que la atracción que sentían el uno por el otro fuera casi palpable.


Pedro dejó escapar una carcajada, y se volvió hacia ella sonriente, tan deprisa que los labios de Paula rozaron su oreja. La sonrisa de Pedro se volvió entonces sensual, y Paula sintió un hormigueo cuando sus miradas se encontraron. Un instante después, ambos se irguieron en sus asientos, atentos a la introducción que el presentador del acto estaba dedicando a los premios. El corazón de Paula latía desbocado a causa de la expresión que había visto en los ojos de Pedro, pero logró disimular su turbación.


—El premio —masculló. Eso era lo único importante. No debía haber protestado sobre lo largo que era el discurso del presentador. De haber esperado pacientemente, no habría acariciado con sus labios la oreja de Pedro.


Pero en aquel momento carecía por completo de paciencia. Lo que acababa de suceder le había dejado los nervios a flor de piel. ¡Y quería que su jefe ganara el premio!


«¿Estás segura de que quieres el premio para él y no a él mismo?»


Aquella noche, vestido de etiqueta, con camisa blanca y pajarita, parecía James Bond. Quería atribuir a su vestimenta el impacto que le había causado verlo.


«¡Qué estupideces se te ocurren, Paula!»


Sabía que atribuir lo que sentía hacia él a meros atributos externos era tanto como querer engañarse a sí misma.


Pedro se inclinó hacia ella y, evitando aproximarse en exceso, susurró:
—Sabes que no tiene importancia que gane o que pierda, ¿verdad?


En cierta medida tenía razón. Seguiría siendo el mejor paisajista del país. Pero Paula quería que la industria lo reconociera públicamente, y que sus colegas y conexiones sociales lo vieran aquella noche como un ganador.


Cuando iba a explicarle todo eso, él posó su mano sobre la de ella, que descansaba en el inmaculado mantel de lino blanco.


Con voz grave, Pedro dijo:
—Relájate. Veamos las cosas positivas. Pase lo que pase, hemos disfrutado de la cena.


—Tienes razón —dijo ella riendo. Y, girando la mano, entrelazó sus dedos con los de él—. Para que tengas suerte —explicó, aunque sabía que había otros motivos.


Pedro no hizo ademán de intentar separarse, sino que le acarició la mano con el pulgar mientras el presentador anunciaba el tercero y el segundo premio. A continuación, tras una pausa en la que se hizo un silencio sepulcral, dijo:
—Y el ganador del premio de paisajismo Deltran de este año es… Pedro Alfonso, por su diseño de los jardines Tarroway.


—¡Lo sabía! ¡Estoy tan orgullosa de ti, Pedro! ¡Enhorabuena! —espontáneamente, Paula rodeó el cuello de Pedro con los brazos. Los de él se cerraron alrededor de ella y Paula sintió sus dedos acariciarle la espalda y la presión de los brazos de él en los suyos. El aroma del aftershave de Pedro la envolvió, y sus labios se apretaron contra su cabeza. El momento de las felicitaciones y la emoción se convirtió en algo más íntimo, algo que Paula había deseado a lo largo de toda la noche.


Pero la gente aplaudía, y los dos recordaron que no estaban solos. Pedro se puso en pie y, sin soltarle la mano, tiró de ella para que subiera con él al estrado.


La presentó y explicó cuál era su posición en la compañía, después hizo un breve comentario sobre el trabajo que le había hecho ganar el premio, y durante todo el tiempo, mantuvo la mano de Paula agarrada.


Su discurso fue conciso e ingenioso. En cierto momento hizo una pequeña pausa y sus hombros se tensaron, pero apretó la mano de Paula y pareció volver a relajarse.


Al finalizar, con el premio en la otra mano, volvieron a la mesa, donde sus colegas de profesión acudieron a darle la enhorabuena; y la velada transcurrió en una atmósfera relajada, en la que algunos tomaron una copa mientras otros se inclinaban por un reparador café.


Entre los que se aproximaron a Pedro hubo varios de sus clientes difíciles que de pronto habían descubierto el prestigio de su trabajo y gracias al premio lo valoraban en su justa medida. Pedro repartió tarjetas de visita, advirtiendo que había un mes de espera. Paula permaneció a su lado, disfrutando del reconocimiento público del que estaba gozando su jefe. El orgullo se mezclaba con otros sentimientos hacia él.


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