sábado, 17 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 45





Aunque deprimida, no pensaba estropear la fiesta de Lisa. Paula estaba empeñada en que fuera tan festiva y tan divertida como lo había sido su fiesta de bienvenida al grupo.


—No estarás fuera ese día, ¿verdad? —le preguntó a Pedro dos semanas antes de la fiesta.


—Volveré a tiempo. ¡No me la perdería por nada! Sergio me mataría si faltara para jugar al golf. Además, Lisa es muy especial para mí. Está en el séptimo cielo, ¿no?


—Sí —Paula se dio la vuelta. Para ella había sido muy distinto. Su vida se había desbaratado por completo.


Bueno, no iba a permitir que lo sucedido hacía casi siete meses empañara la felicidad de Lisa. 


Puede que también fuera una fiesta de despedida, pero sería una despedida de lujo. 


¡Una celebración por todo lo alto!


Lo planificó todo cuidadosamente, eligiendo con cuidado la distribución y la gama de colores dominante, amarillo neutro, y compró globos y otros adornos. El día de la fiesta no fue a trabajar, para ayudar a Sandra a finalizar las preparaciones.


—¡Bájate de esa silla, criatura! —La regañó Sandra, tres horas antes de que empezara la fiesta—. Podrías caerte. Además, ya hay suficientes globos colgados por todos sitios.


Paula sonrió avergonzada y obedeció. Sabía que estaba exagerando. Después de todo, no era más que otra reunión del grupo. Especial porque sería la última para ella. Claro que nadie más que ella lo sabía, ni siquiera Pedro.


¿Dónde estaba Pedro? Había prometido acortar su viaje a Florida para estar allí. Pero sólo faltaban dos horas y media. Estaba pendiente de oír su coche. Se preguntaba si algo o alguien lo habían retrasado. ¿Meli? No podría soportarlo si no venía.


—¿Por qué no subes y descansas un poco? —Preguntó Sandra—. Tienes tiempo de sobra y te hace mucha falta.


Paula asintió. No quedaba nada por hacer y esperar no servía de nada. Pedro aparecería o no, ya lo vería.


Subía las escaleras cuando oyó su coche. Corrió arriba, no queriendo que él viera el alivio y el placer que no podían por menos que notársele en la cara. Estaba aquí. Ahora podía relajarse, incluso dar una cabezada.


Pero no pudo. Estaba demasiado excitada y nerviosa. Se quedó tumbada en la cama, escuchando lo sonidos de la habitación contigua.


Pedro se movía por la habitación. ¿Estaría deshaciendo la maleta? No silbaba.


Ella no hacía más que dar vueltas, no podía ponerse cómoda. Le alegró que llegara la hora de vestirse. Estaba en la ducha cuando sintió un dolor en la parte baja de la espalda que la dejó sin respiración, tuvo que apoyarse contra la pared de la ducha. Es como el dolor de un período, pensó, comenzando a respirar cuando el dolor disminuyó. Bueno, eso no podía ser. Era un dolor muscular. Sandra tenía razón, había estado subiendo y bajando de las sillas demasiado. Tomó una ducha larga, dejando que el agua caliente relajara sus músculos cansados.


Se puso el vestido color lavanda y, nerviosa, se miró en el espejo. Estaba bien. Había ganado peso, pero no demasiado. Eso la alegró, porque quería llevarlo puesto. Era como un símbolo de los buenos tiempos.


Pensó en eso. Si era honesta, no recordaba malos tiempos. No se habían peleado ni tenido desacuerdos. Habían vivido juntos cómodamente, en apariencia como una pareja normal, felizmente casada.


Hizo una mueca. Si de veras hubieran sido una pareja felizmente casada, habría habido una pelea de órdago. ¡Ella habría montado un escándalo con lo de Meli! Probablemente se sentiría igual de mal que ahora, y lo hubiera dejado, exactamente como iba a hacer.


Bueno, era mejor no pensar en eso. Era hora de la fiesta. Se pintó los labios, se cepilló el pelo y bajó. Los invitados llegarían enseguida.


—¡Eh, eh! ¡Esta va a ser una superfiesta! —exclamó Pedro, mirando los adornos.


Ella lo miraba a él. No contaba con que estuviera abajo. No estaba preparada para ver su pelo decolorado por el sol y su piel morena. 


Tenía el mismo aspecto que el verano pasado en el Pájaro Azul. ¿Había mirado al sol con los ojos entrecerrados en Florida? ¿Estuvo Meli con él? Paula sintió celos, aunque su corazón saltaba de alegría porque él estaba allí.


—Está muy bien, Paula. A Sergio y a Lisa les va a encantar. Gracias —dijo, como si lo hubiera hecho para él.


¿Era posible que lo hubiera hecho por él? Para probar que debían seguir siempre juntos. Paula hizo una mueca al sentir de nuevo el extraño dolor.


—¿Qué te pasa?


—Nada —no iba a permitir que un estúpido calambre la estropeara la fiesta—. Esto no está bien del todo —dijo toqueteando un arreglo de flores— Oh, el timbre. ¿Abres tú?



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