sábado, 17 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 43




Poner fin a la historia no era fácil. Era fácil poner los medios. Paula se sumergió por completo en su trabajo. Se retiraba a su dormitorio todos los días, evitando la salita para no estar con él a solas.


Pero no era fácil sacárselo de la cabeza. Ni olvidarse de su sonrisa burlona cuando la ganaba al ajedrez, ni de su mirada asombrada las pocas veces que ella había conseguido ganarle. Echaba de menos todos esos momentos. Echaba de menos el sonido de su voz, de su risa. Echaba de menos la delicia de sentir sus brazos alrededor de ella. No era fácil no desearlo, estuviera cerca o lejos.


Después de esa última conversación en la salita, Pedro viajó bastante. Fue a jugar al golf a Florida, a una carrera de veleros en México, a reuniones de negocios, y no sabía adónde más. Nunca le preguntaba por sus viajes.


Pero siempre lo echaba de menos.


Él necesitaba marcharse de allí. No podía soportar ver cómo ella lo evitaba.


Tampoco era fácil no mirarla. Aunque ya había sido difícil aquella semana que pasaron en el Pájaro Azul, eso no se podía comparar con cómo se sentía ahora. Ella estaba más bonita.


Era como si el embarazo la hubiera hecho florecer: tenía el pelo más dorado, las mejillas más sonrosadas y sus preciosos ojos azules irradiaban serenidad. Pero no tanto últimamente. 


Algo estaba disturbando su tranquilidad. Creyó que quizás tenía demasiado trabajo y llamó tanto a Carlos como a Leonardo, que ya se había reincorporado. Les sugirió que le dieran menos trabajo y dejó su teléfono, para que lo llamaran en cualquier emergencia. Aunque ella no quisiera tener nada que ver con él, era su esposa. Iba a tener un hijo suyo.


De cualquier manera, no podía evitar querer cuidar de ella. Se sentía más cercano a ella que a ninguna otra mujer. Quizás fuera por las confidencias que habían compartido, por la intimidad.


Intimidad. Ella había dicho que no era más que sexo. Bueno, no cabía duda de que él tenía mucha más experiencia que ella, y ¡sabía perfectamente que esto era más que algo puramente sexual!


Para él. No para ella.


No se lo creía. Era imposible, lo había abrazado, había gritado su nombre una y otra vez. Lo amaba, ¡seguro! En brazos de la pasión quizás, pero ¿y después?


«¡No me toques!» había gritado, casi aterrorizada. Después había intentado que no se sintiera mal, disculparse: «Dos seres humanos con necesidades físicas. Atrapados».


No pensaba retenerla en contra de su voluntad. 


Ella tenía razón. Habían hecho un trato. Y tal vez, tal y como estaban las cosas, hubiera llegado el momento de ponerle fin.


No era fácil.


Él no se había dado cuenta de la fuerza que había adquirido la ilusión que habían creado: un matrimonio felizmente casado, uno más de un grupo de parejas muy unidas.


El grupo siguió reclamándolos, incluso insistían en que Pedro cancelara sus compromisos para que asistiera a las celebraciones especiales: el día de las elecciones en Dover, para celebrar a medianoche la magnífica tercera victoria de Al, la fiesta que daba Lisa el Día de Acción de Gracias, la cena de Navidad en casa de los Stanford. Y además, por supuesto, las reuniones de rutina: para jugar al póquer, o una cena de improviso, en cualquiera de las casas.


Podrían haberse excusado, y lo hicieron de vez en cuando. Pero la mayoría de las veces aceptaban. No querían perderse toda la diversión. Era más que diversión, pensaba Paula. Formar parte de un grupo era como tener una cálida manta en la que envolverse, como un refugio en mitad de una tormenta.


No estaba bien pensar eso. Deberían haber empezado a preparar al grupo, tanto como a ellos mismos, para el divorcio por incompatibilidad que se avecinaba. 


Demostrando tirantez, incluso quejándose un poco. Pero parecía que estar con el grupo, compartiendo las bromas y las risas, los acercaba más, y a veces Pedro y ella se miraban, sonriendo, cuando un comentario les evocaba recuerdos que compartían.


Deberían haber fijado una fecha, haber preparado el juicio. Ella debería estar preparándose para la separación, buscando un apartamento para ella y para el niño. No quería volver a casa de sus padres. Tal vez pudiera quedarse con una de las casas del East End de Richmond.


Ella sabía perfectamente todo lo tenían que hacer. Pero nunca encontraban el momento adecuado.




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