sábado, 17 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 42




—¿Qué es lo que va mal, Paula? —preguntó.


—¿Mal? ¿Qué quieres decir?


—Para empezar, ¿por qué evitas que te toque?


Esa pregunta, tan directa, fue como una bofetada. No había esperado que fuera tan brusco.


—Porque… —dudó. «Porque si me tocas estoy perdida. Me olvido de la razón, de la dignidad, de Meli. Sólo pienso en ti y en cuánto te deseo, en cualquier momento y en cualquier lugar, sin que nada me importe»—. Porque eso conduce… al error.


—¿Al error?


—Igual que ocurrió el sábado.


—Creí que habías disfrutado con lo que ocurrió.


—El sexo siempre es agradable —aseveró ella, hablando como la mujer experimentada que no era.


—¿Has hecho comparaciones para comprobarlo? —ironizó él. No estaba dispuesto a dejar que se saliera con la suya.


—Yo…, bueno, es igual —replicó, sonrojándose. Lo miró duramente—. Esto no es hablar. Es como un interrogatorio. ¿Por qué me atacas así?


—Estoy intentando comprender. ¿Qué intentas decirme?


—Mira, lo único que digo es que los dos somos seres humanos, con necesidades físicas que pueden… pueden complicarnos la vida.


—¿Complicarnos?


—Tú, es decir, nosotros, caímos atrapados en este matrimonio de conveniencia. Por nuestra propia comodidad hemos mantenido las apariencias. Pero, en realidad, no es más que una mentira —explicó pasándose la lengua por los labios resecos. Él tenía de nuevo esa mirada de estar intentando comprenderla que la volvía loca. ¿Es que no se daba cuenta de que le estaba devolviendo la libertad? Sin acusarlo ni recriminarlo. No estaba gritando, ni sacándoles los ojos a él y a esa Meli, quienquiera que fuese.
Por Dios, simplemente le dejaba que hiciera lo que quisiera. Abrió los ojos de par en par, tragándose las lágrimas.


—Es hora de que acabemos con esta farsa. Estamos intimando demasiado.


—Oh, Paula, escúchame —dijo, rodeando la mesa y alargando los brazos hacia ella.


—¡No me toques! —Paula pensó que si la tocaba estaba perdida. No tendría ningún reparo en volver a su cama, en ser otra de sus aventuras.


No se dio cuenta de que había gritado, pero él sí. Se quedó parado. Dios, nunca jamás había forzado a una mujer y no iba a empezar ahora.


—Paula, ¿qué pasa? A mí me gusta que intimemos. Pensé que a ti también.


—Pues no. Estoy harta de esta historia. Estoy harta de ti —se interrumpió bruscamente. Lo miró horrorizada—. No, no quería decir eso. Has sido maravilloso, muy comprensivo. De veras que te lo agradezco. Pero necesito volver a mi ambiente. Hicimos un acuerdo por unos meses. Vamos a ponerle fin, Pedro. Por favor. ¿Podríamos hablar de esto en otro momento? Estoy agotada.


Se apartó para dejarla pasar. Vio cómo se cerraba la puerta tras ella. Nunca se había sentido tan abandonado.


Lo decía en serio. No quería continuar con el matrimonio, ni con él.


Pedro no estaba acostumbrado a que lo rechazaran. Más bien solía ser al revés. Siempre tenía el mismo problema, no sabía si las mujeres lo querían a él o querían su dinero.


Paula le había dejado muy claro que no quería ninguna de las dos cosas.



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