miércoles, 14 de noviembre de 2018
LA TRAMPA: CAPITULO 35
A la mañana siguiente, le resultó extraño sentarse a desayunar un poco antes de las nueve. A Paula la sorprendió poder retener en el estómago el delicioso desayuno preparado por Sandra. También la sorprendió que Pedro apareciera. Era agradable.
—Que tengas un buen día —le deseó, cuando dejó la mesa y se encaminó al garaje a sacar su Volkswagen.
No estaba allí. En su lugar había un reluciente Jeep Cherokee negro, nuevo. Precioso. No era suyo.
Instintivamente, se dio la vuelta. Sí, la había seguido.
—¿Dónde está mi coche? —barbotó—. Me dijiste que Arnaldo había arreglado la rueda.
—Te dije que lo había solucionado.
—¡Solucionado! ¿Lo has tirado?
—No seas ridícula. No tiraría nada tuyo. Está guardado en un almacén y podemos recogerlo en cualquier momento.
—Pues quiero que lo recojan ahora mismo.
—¿Por qué?
—Porque… —era suyo. Lo único de valor que había traído consigo—. Lo necesito —concluyó.
—¿No te gusta el sustituto? —preguntó. Dio una vuelta alrededor del Jeep, dio una patada a una rueda. Paula suspiró. Era un vehículo resistente, bonito.
—Me gusta, pero creo que deberíamos cumplir nuestros acuerdos. Prometí no aceptar nada tuyo.
—Vuelvo a recordarte las promesas, sinceras o no, que hiciste en Atlantic City. A mí.
—Estoy cumpliendo esas promesas. Vivo aquí.
—Todas las mañanas sales a la autopista en un coche que parece que está punto de caerse a pedazos. No es seguro.
—No se cae a pedazos.
—Y es poco profesional.
—¿Poco profesional? ¿Qué quieres decir con eso?
—Lo que quiero decir es que me ha costado mucho elegir el modelo correcto, para que parezcas la contratista profesional que eres.
Lo miró fijamente. Lo decía en serio. Ayer, en mitad de la tormenta, había ido a Richmond, solucionado sus asuntos y hablado con Leonardo. Después había ido a comprarle un coche. No un coche cualquiera. El coche adecuado para ella.
¡Y se lo agradecía con un estúpido e irracional ataque de orgullo! La invadió una sensación de vergüenza combinada con ternura, y extendió el brazo para tocarlo.
—Oh, Pedro, lo siento— se echó hacia atrás, resistiéndose al impulso de abrazarlo—. Perdóname. Me estoy comportando como una estúpida. No quiero parecer desagradecida —se pasó la lengua por los labios, intentando explicarse, tanto para él como para sí misma—. Es sólo que me ha sorprendido mucho. Es demasiado. Nunca he tenido nada así. No, espera. No quiero que sea mío. ¿No podemos considerarlo un préstamo hasta después de…? —su voz se apagó, incapaz de terminar la frase.
—Llámalo como quieras. Pero condúcelo. Es más seguro y mejor que el que tenías.
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