jueves, 15 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 36





Después de eso, desaparecieron las tensiones y su vida, por separado y juntos, continuó de forma muy agradable. Más corto y con menos trabajo, el día de Paula era mucho más fácil. Volvía a casa y se encontraba con una deliciosa cena y un ambiente muy agradable. 


Sorprendentemente, Pedro normalmente cenaba con ella. A veces salía de la ciudad, pero ni mucho menos tanto como ella había esperado.


El invierno fue duro y comenzó muy pronto, así que después de cenar solían sentarse ante el fuego en la sala de estar.


—¿Quieres probarlo? —preguntó él, señalando un rincón cercano a la chimenea, donde había una mesa de ajedrez, siempre preparada, con piezas de plata que, según le contó, había heredado de su abuelo.


—¿Yo? —exclamó—. No sé nada de ese juego. Siempre me ha parecido demasiado complicado para mí.


—¡Cobarde! Vamos, te enseñaré.


Era un juego difícil, pero absolutamente fascinante, y disfrutó por completo de las horas que pasaron ante la mesa.


¿Con quién había pasado el tiempo él antes? Se preguntaba. ¿Quién jugaba al ajedrez con él? ¿Quién lo acompañaba cuando el grupo se reunía?


Solían reunirse a menudo, en casa de una de las parejas, o a veces en el club. La habían aceptado. Lisa, la mujer de Sergio, y Doris, la mujer de Alvaro Stanford, solían llamarla para que las acompañara cuando salían a comer, de compras, o a lo que fuera. Le caían bien, y evidentemente ella les gustaba, porque pronto empezaron a hacerle confidencias. Doris era abogada, y había dejado de ejercer para criar a sus dos hijos. Había pensado volver a trabajar cuando los niños fueran un poco mayores.


—Entonces —explicó Doris— ¡uy!, llegó la pequeñina, Ann Mane.


—Es más bonita y más agradable que un apestoso despacho de abogados —declaró Lisa—. Si no la quieres, me la quedo yo.


—De eso nada. ¡Deja a mi bebé en paz! —Se rió Doris—. Consíguete el tuyo.


—Lo estoy intentando. Lo estoy intentando —repuso Lisa, y les confesó que se moría de ganas de tener un niño. Pero después de año y medio de matrimonio, aún no estaba embarazada.


Irónico, pensó Paula, mientras seguía la conversación. Recordó un viejo dicho: «Quien tiene, consigue». Eso le había pasado a Doris. En cambio, a Lisa: «Quien quiere, no puede».


Mientras que ella, bueno, desde luego que no quena un niño y no iba a por él. Pero sólo hizo falta una noche. Si lo supieran. Esa noche había cambiado su vida por completo.


Sin embargo, por muy íntima que se volviera la conversación, había un tema que nunca tocaban. La habían aceptado en el grupo como si siempre hubiera pertenecido a él, y por mucho que bromearan, nunca jamás mencionaban a otra mujer relacionada con Pedro, ni siquiera a la misteriosa Meli. Y esa abstención hacía que Paula sintiera cada vez más curiosidad.


—Hacéis muchas cosas juntos. En parejas, quiero decir. No hago más que preguntarme quién era la pareja de Pedro antes de mí.


—¿Antes que tú? —Preguntó Lisa con extrañeza—. Me da la impresión de que primero una, después otra. Ninguna duraba mucho. Claro, tienes que considerar que yo sólo pertenezco al grupo desde hace un año. Pero Sergio dice que Pedro siempre fue así. Siempre ha sido reacio a unirse demasiado a alguien. Claro, que había muchas deseando unirse a él.


—Sí, eso lo entiendo. Soltero, guapo, buen partido.


—¿Rico? —completó Lisa, riéndose.


—Bueno, sí. Todo eso. Y pienso que tiene que haber habido alguien antes de mí.


—Lo hubo. Yo.


—¡Tú! —Paula la miró asombrada. Nunca había visto a una pareja que pareciera más enamorada que Sergio y Lisa. Y los dos eran como familia para Pedro.


—¿No es una locura? —Sonrió Lisa—. Me lo había pedido e iba a casarme con él porque era muy rico. Pero no pude, porque no lo quería. En realidad, él tampoco me quena a mí. Ahora nos reímos mucho cuando lo recordamos —Lisa inclinó la cabeza hacia delante, para hacerle una confidencia—. Fue Pedro quien me dijo que yo estaba enamorada de Sergio. Yo no lo sabía, y Sergio tampoco. Pero Pedro sí. Es muy perspicaz. Y es muy dulce. Me alegro de que se haya casado contigo. Se merece a alguien que lo quiera de verdad. Como tú lo quieres. Se te nota en los ojos cada vez que lo miras.


Paula se quedó sin respiración. ¿Se notaba? 


Había creído que si no lo tocaba…


Tenía que tener más cuidado.



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