miércoles, 14 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 34





Paula se preguntó si Pedro le había dicho a Sandra que estaba embarazada. Su actitud había cambiado. Se dedicó a mimar a Paula cuando le subió las bandejas del desayuno y la comida, diciéndole «come despacio y toma sorbos de refresco de jengibre de vez en cuando. Te asentará el estómago». Colgó la ropa de Paula en el armario y ordenó la habitación, charlando alegremente mientras lo hacía, preguntándole qué le apetecía para cenar. Hizo que Paula se sintiera, por primera vez, parte de la casa.


Después de la comida, Paula se echó una larga siesta, y se despertó descansada y fresca. Para cuando Pedro volvió, se había duchado y se había puesto un pijama de estar por casa.


—Ya estoy bien —le dijo, cuando subió a verla—. Ya te dije que siempre estoy bien cuando se acaban estas estúpidas arcadas. Pero, sí, he disfrutado mucho del descanso.


—Bien.


—Pero ahora ya no sé que hacer —se quejó. Había acabado todo el papeleo del negocio que tenía pendiente, y no había nada que leer en la habitación. En la televisión sólo había series—. Me siento rara, aquí, sin hacer nada.


—Conozco esa sensación —dijo él. Hubo algo en la manera de decirlo que la puso triste. Pero él sonrió—. Está lloviendo, es un día para holgazanear. Ven, baja al cuarto de estar, allí hay muchas cosas para leer.


Según bajaban, lo bombardeó a preguntas.


—¿Iba todo bien? ¿Le llevó Carlos las especificaciones a Pablo? ¿Fuiste a ver a Leonardo?


—Sí, sí y sí —sonrió, y comenzó a cantar con excelente voz de barítono—. Sin que tú tires de ella, la marea sube. Sin que tú le des vueltas, el mundo gira. Sin que tú…


—¡Eh, para ya! —gritó ella, riéndose—. Sé que no soy indispensable. Pero hay mucho que hacer y somos pocos. Tengo que ir mañana. ¿Le pediste a Arnaldo que arreglara mi rueda?


—Lo solucioné —respondió, sin mirarla, y abrió la puerta de la sala de estar—. Hay muchas revistas en esa estantería. Si prefieres un libro…


—¡Oh, no! No me atrevo a empezar un libro. No sé cuándo volveré a pasar otro día como hoy, ni cuándo tendré tiempo para holgazanear.


—Bueno, no sé. Leonardo cree que quizás te estés pasando —le dijo, sentándose junto a ella en el sofá.


—¿Quieres decir trabajando demasiado? Eso no me molesta —replicó ella, sin llegar a abrir la revista.


—Pasándote en tus atribuciones. Eso le preocupa.


—¿Ha dicho eso? —preguntó con ansiedad. 


Justo lo que él quería. Haría lo que fuera para que Leonardo estuviese contento. Así que decidió exagerar un poco.


—Sí. Dice que se lo estás poniendo muy difícil.


—¿Difícil? ¿Por qué?


—Parece que los médicos le han dicho que cuando vuelva al trabajo se lo tendrá que tomar con calma. Tenía la esperanza de que contrataras a suficiente gente, así el sólo tendría que supervisar.


—Bueno, vamos a contratar a más obreros. Y yo estaré allí para ayudar.


—Tú también vas a estar incapacitada durante un tiempo. ¿Recuerdas?


—Es verdad —admitió, con cara de frustración y ligeramente disgustada—. Y probablemente sea justo cuando él vuelva al trabajo.


—Leonardo sugirió que estaría bien que empezaras a marcar la pauta ahora. Tú te dedicas a los diseños, los presupuestos, el papeleo y cosas de ésas. Carlos puede supervisar las obras. También le gustaría que trabajaras menos horas. Que fueras más tarde por la mañana, sobre las diez. Y que termines antes. Así, cuando el vuelva, ya se habrá establecido esa rutina. ¿Entiendes?


—Tiene sentido. No sé por qué no me lo ha dicho antes.


—Está empezando a recuperarse, Paula. Es la primera vez que se ha puesto a pensarlo.


«Y tú te paraste a escucharlo», pensó. De repente, sintió una oleada de gratitud. Había ido a Richmond a llevarle los papeles a Carlos, se había parado a escuchar a Leonardo atentamente. Por la mañana, la había sujetado con mucha ternura…


—Has sido muy bueno al ir hasta allí, Pedro. Te estoy muy agradecida —le tocó la mano, y, sobresaltada por el cúmulo de sensaciones que recorrieron su cuerpo, se apartó rápidamente—. También, por pasar tanto tiempo con Leonardo. Y conmigo —murmuró, confundida. Simplemente tocarlo la volvía loca. Tendría que acordarse de no volver a hacerlo.


Él la estaba mirando fijamente, y se sintió obligada a decir algo más.


—Supongo que tiene sentido —repitió—. Además, sería más cómodo para mí, durante un tiempo.


—Sí. Seguramente —asintió él, sacando una baraja de cartas—. ¿Te apetece jugar una partida?



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