lunes, 5 de noviembre de 2018
LA TRAMPA: CAPITULO 4
En Elmwood, Virginia, Benjamin Cruz pensaba exactamente lo mismo. Un buen negocio, pensó cuando ingresaba el cheque. Desde luego, no tenía intención de invertirlo todo en Construcciones Chaves. Ya había convencido al señor Chaves para que aceptara menos. No le había hecho mucha gracia. ¿Por qué sería?
Lo mirara por donde lo mirara, era un trato que le convenía. Simplemente tenía que poner la pasta, relajarse y cobrar beneficios mientras Chaves hacía el trabajo. Aún más, el dinero era un regalo. Un regalo de boda. Eso no se podía mejorar. Y encima un extra… casarse con Paula Chaves: talla cuarenta, un metro sesenta y dos y ni un gramo por encima de los cuarenta y ocho kilos, perfectamente distribuidos. Salió del banco pensando en ese delicioso cuerpo acurrucado en sus brazos. Esa melena dorada desparramada sobre su pecho y unos enormes ojos azules mirándolo. Esa noche. Sólo pensarlo lo excitaba.
Pero era un poco fría. No estaba acostumbrado a esas chicas tímidas y modestas de «mírame y no me toques». A veces sospechaba que los Chaves la habían empujado a comprometerse.
No, pensó. No podía ser eso. Él le gustaba.
Tenía que gustarle, después de tanto cenar y bailar. A ella le gustaba bailar y lo hacía casi tan bien como él. Sabía lo que le gustaba y lo que la hacía reír. Siempre se le habían dado bien las chicas. No la había forzado. Había notado que Paula era… bueno, tímida e intocable. Esa noche la tocaría. Le iba a enseñar unas cuantas cosas. Apenas podía esperar.
Llegó al coche y volvió a pensar en el dinero.
Pagaría la deuda de juego que tenía pendiente e intentaría escamotearle algo más de dinero a Chaves, para quedarse con una buena suma en el bolsillo. Faltaban cuatro horas para la boda.
Decidió pasarse por la oficina, quizás Chaves estaría allí.
Aparcó y, por la parte de atrás del edificio, subió corriendo las escaleras que llevaban a la oficina.
Vio el cartel incluso antes de llegar a la puerta: Clausurado por Hacienda. Sorprendido, corrió hacia la puerta delantera. Había otro cartel: Cerrado por Hacienda. Debajo, en letras más pequeñas ponía: Propiedad del Gobierno de EE. UU.
Benjamin se quedó asombrado. Perplejo. Horrorizado. Eso era una experiencia nueva para él.
¿Seria Chaves traficante de drogas? No. Tenía deudas. Impuestos impagados. ¡Claro! A eso se debía la oferta de sociedad. El viejo estaba arruinado y el gobierno había absorbido la empresa.
Vaya, vaya, que suerte haber pasado por allí. ¡Se había librado por los pelos! Sólo tenía que pagar a la mafia y quedarse con el resto.
¿Y Paula?
Bueno, había tallas cuarenta a duro la docena. Y menos frías, sobre todo cuando uno tenía un montón de pasta. Como era el caso, gracias al bueno de Pedro.
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