lunes, 12 de noviembre de 2018
LA TRAMPA: CAPITULO 29
—Cariño, te presento a Sandra y Arnaldo Hunt, que mantienen todo en orden. Aquí la tenéis, por fin —dijo Pedro, acercando a Paula contra él—. Ayer se nos escapó porque estaba muy preocupada por su padre, que acaba de sufrir una operación de corazón.
—Encantada de conocerlos, y lo siento si ayer les causé alguna inconveniencia. Señora Hunter, fue muy amable de su parte dejarme la cena preparada. Estaba muy buena y la disfruté —Paula se dio cuenta de que hablaba atropelladamente y paró, consciente tan sólo de una cosa, del brazo de Pedro rodeándola. No era en absoluto incómodo. Todo lo contrario, era un gran apoyo.
Necesitaba su apoyo. Estaba claro que estaban analizándola. Ellos llevaban allí mucho tiempo, era ella la intrusa, y demasiado bienvenida. Lo veía en cómo la miraban. Con respeto, pero recelosos.
Arnaldo Hunt, delgado, con una calvicie incipiente, fue el primero en hablar.
—Nos alegra tenerla entre nosotros, señora Alfonso. Esperamos que sea feliz aquí, y haremos lo que esté en nuestras manos para conseguirlo.
—Desde luego que sí. Hemos esperado esto mucho tiempo, ¿verdad, Arnaldo? —apuntó Sandra, dirigiéndose a su marido, pero mirando a Pedro. Este, instintivamente, apretó aún más a Paula—. Sólo tiene que decirnos lo que quiere o si desea cambiar algo. ¿A qué hora quiere que se sirvan el desayuno y la cena?
—No, nada. Es decir, no necesito… —Paula hizo una pausa, intentando calmarse y descifrar las extrañas sensaciones que le producía el contacto físico con Pedro—. Tengo un negocio en Richmond, y tengo que salir muy temprano. Puedo prepararme yo misma las tostadas y el té, si me apetece —balbució—. En cuanto a la cena…
—Hoy no cenaremos aquí, Sandra —interrumpió Pedro, entendiendo su apuro—. Vamos a salir. Paula está tan ocupada, que será mejor que decidamos día a día. Cada mañana le diremos a qué hora vamos a cenar, ¿no te parece, cariño? —dijo Pedro, frotando cariñosamente la cara en el pelo de Paula. Ella se puso tan nerviosa que apenas fue capaz de asentir con la cabeza.
Actuando aún como un amante esposo, la escoltó hasta el coche.
—Intenta llegar antes de las cinco. Date tiempo para vestirte —le recordó, acercándose a la ventanilla cuando estaba a punto de arrancar.
—Ah, sí. ¿Es una cena de etiqueta? —preguntó, repasando mentalmente su escaso guardarropa.
—Estrictamente informal. Bueno, no del todo. Las otras señoras…, me gustaría que te pusieras un vestido.
—De acuerdo —arrancó el coche, con la piel aún ardiéndole por su contacto físico con Pedro.
Intentó concentrarse en el día que tenía por delante. Parar en casa de los Jones, para darles el presupuesto de los armarios de la cocina.
Ponerse en contacto con Leo para el trabajo de fontanería. Carlos. Bueno, no podría trabajar en su casa esa noche. Tendría que pasar por su casa para recoger un vestido, quizá el vestido camisero de seda dorada. ¿Le gustaría a Pedro?
¡Uf! ¡Que importaba si le gustaba o no! «Eres una aventura de una noche, chavala, y esto es un matrimonio fingido, que no se te olvide».
No servía para nada. Apenas la había tocado y no conseguía olvidarse. Si la trataba así para beneficio de los sirvientes, ¿qué haría esta noche con sus mejores amigos? No sabía cuántos de esos abrazos y cariñitos podría soportar.
Supongo que estoy bien, pensó, mirándose en los paneles de espejo. El vestido dorado resaltaba el oro de su cabello, que se había recogido en una especie de moño, dejando algunos rizos sueltos. Sandalias a juego, las piernas desnudas, y unos pequeños aros de oro en las orejas, como único adorno. Informal, pero no demasiado, pensó.
La mirada de admiración de Pedro, le confirmó que estaba perfecta, y se sintió levemente orgullosa. Contenta de haberse tomado tiempo para hacerse la manicura y la pedicura. Y también contenta de que, mientras la llevaba hacia el Porsche, pareciera tan preocupado por evitar rozarla, como ella lo estaba por evitar su roce
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