sábado, 10 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 22





Una semana después del ataque al corazón, Leonardo seguía aguantando.


Pero por los pelos. «No podemos hacerle un bypass hasta que consigamos bajarle la tensión» había dicho el doctor.


Eso podía tardar mucho, pensó Paula, si no hacían algo para calmar su estado mental.


—Todo va a ir bien, Leonardo —dijo, acercando su silla aún más a la cama y agarrándole la mano.


—A las dos os iría mejor si hubiera muerto —afirmó él.


—¡No se te ocurra decir eso!


—Al menos habrías cobrado el dinero de mi seguro de vida.


—¿Y para que nos iba a hacer falta? Tenemos todo el dinero de las subvenciones esperándonos. ¿Recuerdas?


—No si yo sigo aquí tumbado, cariño. Tú no puedes hacerte cargo de todo eso.


—¡Ya! Menuda fe tienes en Construcciones Chaves.


—No quería menospreciarte, pequeña —Leonardo intentó sonreír—. Eres la mejor. Pero es demasiado para ti sola —suspiró—. Ni siquiera terminamos el tejado de Donaldson. Pobre Alicia. Debe estar preocupadísima.


—Alicia está perfectamente. Vendrá luego —le tranquilizó Paula. Habían prohibido a su madre que estuviera en la habitación, porque sus lágrimas afectaban mucho a Leonardo. Le habían pedido que se quedara en la sala de espera—. ¡Y hemos acabado el tejado! ¿Te gustaría ver el cheque? —sonrió, al ver como se le abrían los ojos al verlo.


—¿Cómo lo hiciste? ¿Llamaste a Pablo? —preguntó, refiriéndose a uno de sus antiguos empleados.


—No a Pablo, a Carlos.


—¿Carlos?


—¿Recuerdas al hombre que…?


—Ah, ese enorme hijo de…


—Cálmate, Leonardo—dijo, empujándole hacía la almohada—. Te salvó la vida. Él fue quien se dio cuenta de que te estaba dando un infarto, y actuó de inmediato. Te hizo los primeros auxilios y me ordenó que llamara a una ambulancia. ¡Espera! —Levantó la mano—. Es una mina de oro. Un verdadero descubrimiento. Volví a hablar con él al día siguiente. No estaba allí, pero sí su mujer y ella me contó la mala suerte que habían tenido. Perdió el trabajo cuando cerró la fábrica de conservas, hace un año. Hizo algunas chapuzas, pero se les acabaron los ahorros y les echaron de su apartamento hace unos dos meses y… bueno, ya te imaginas.


—Sí. ¡Invade mi propiedad!


—¡Espera! —Volvió a levantar la mano—. No te imaginas los arreglos que ha hecho en tu propiedad. Su mujer me los enseñó.


Él la miró asombrado, mientras ella le explicaba las mejoras en detalle.


—¿Todo eso? —preguntó.


—Todo eso. Es un auténtico manitas, puede hacer casi cualquier cosa. Ahora trabaja para mí por el salario mínimo y alojamiento gratuito… es decir, si no te molesta.


—¿Me preguntas a mí? Es tu casa. Y tu empresa, señorita Chaves. Parece que sabes lo que estás haciendo, pequeña.


—Leonardo está mucho mejor —comentó Paula a su madre unos minutos después—. Probablemente lo puedan operar dentro de poco.


Eso no le sirvió de consuelo a Alicia.


—¡Dios mío, la operación! —Gimió, cerrando su libro de meditación—. No podría soportarlo si algo fuera mal. Si algo le ocurriera a Leonardo.


—No va a pasarle nada, excepto que se pondrá más fuerte —Paula rodeó a su madre con los brazos. Estaba empezando a comprender que Alicia no podía evitar ser como era. Estaba demasiado nerviosa, demasiado preocupada, y le hacía falta que la consolaran, como a Leonardo—. ¿Por qué no vamos a comer algo antes de que te lleve a casa? Así no tendrás que preocuparte de guisar.



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