viernes, 9 de noviembre de 2018
LA TRAMPA: CAPITULO 18
Enfrentarse a su madre fue difícil. Alicia estaba de pie ante ella, con los finos labios muy apretados.
—¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Cómo pudiste?
—Yo sólo… —titubeó Paula, no muy segura de qué la acusaba.
—Cancelaste la boda, allí en la iglesia, delante de todo el mundo.
—¿Yo la cancelé?
—Todo perfectamente preparado —gimió Alicia— ¿Cómo pudiste?
—Madre, yo no cancelé la boda. Fue Benjamin. No apareció. ¿Recuerdas?
—Tú lo rechazaste.
—¡No!
—¡Sí! Lo pensé desde el principio. Me convencí cuando te escapaste. Y nos dejaste allí para ocuparnos de todo.
—Lo siento. Necesitaba marcharme —se disculpó. Era cierto que había escapado.
—Fue horrible —sollozó Alicia—. La gente se compadece al hablar con uno, pero luego se ríen a tu espalda.
—Mamá, nadie… la gente no es así.
—¡Tú no lo sabes! No estabas allí. ¡No viste cómo se sonreía Leanda Saunders! Nunca me he sentido tan humillada en mi vida —gritó Alicia, hundiéndose en el sofá y tapándose la cara.
—Lo siento —se excusó Paula, mordiéndose el labio. Había sido muy egoísta, pensando sólo en sí misma, en su tranquilidad. ¡Incluso pasándolo bien! Ni una sola vez había considerado por lo que estaba pasando su madre—. Pero yo no le dije nada a Benjamin. No tenía ni idea de que no iba a aparecer —acercándose a Alicia, la rodeó con un brazo—. Mamá, tienes que creerme.
—¿No me pediste que cancelara la boda, justo dos días antes? —espetó Alicia, levantándose y apartando el brazo de un golpe.
—Bueno sí, lo hice, pero…
—Desde luego que sí —dijo Alicia acercándose, fulminándola con la mirada—. Viniste con todas esas tonterías: que si no era el hombre adecuado para ti, que si no lo querías…
—¡Vale! ¡De acuerdo! —interrumpió Paula, enfadada—. No lo quería. No lo quiero. Me alegro de que no apareciera. De que no nos casáramos. ¡Ya está! ¿Estás satisfecha?
—¡Desde luego! Confesar es bueno para el alma, ¿no? —recalcó Alicia, lanzándole una mirada maliciosa.
—Mira, te dije a ti que no quería casarme. Pero nunca se lo dije a él. Ni siquiera se lo sugerí.
—¡Chica lista! Pero aún así conseguiste que se diera cuenta de tus sentimientos, ¿no es verdad?
Ese dardo dio en el blanco. Paula pensó que era posible que tuviera razón. Quizás las acciones contaran más que las palabras.
Su silencio no hizo sino acrecentar la ira de Alicia.
—Claro que se dio cuenta de las señales que le lanzabas. Benjamin Cruz no es ningún idiota —dijo—. De hecho, es el hombre más listo y rico que te has encontrado en tu vida. Tú eres la perdedora.
—Oh, mamá, yo…
—¡Deja ya de decir «Oh, mamá»! Tú no eres la única que ha salido perdiendo. Cuando Benjamin canceló la boda, también nos canceló a nosotros. ¡Estamos arruinados!
—¿Arruinados? ¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que Leonardo contaba con el dinero que tu prometido iba a invertir en el negocio.
—Sí, ya lo sabía.
—¿Sabías que, como no os casasteis, Benjamin no invirtió? Leonardo está en bancarrota.
—No me imaginaba que las cosas estuvieran tan mal.
—¿Sabías que se nos echan encima los acreedores? Hacienda ha embargado todas nuestras propiedades y Leonardo está volviéndose loco intentando encontrar la manera de salir de ésta. ¿Cómo sobreviviremos? No tenemos nada, Paula, ¡nada! Leonardo ha puesto la casa en venta.
—Lo siento mucho.
—¿Lo sientes? Sientes haberte escapado de vacaciones ¿no?
—No, no hice eso… —comenzó Paula, pero calló. ¿No era exactamente eso lo que había hecho?
—Nos dejaste a nosotros a recoger los pedazos ¿no? Bueno, pues no hay nada que recoger, señorita. ¡Nada! ¿Qué te parece? —dijo y, rompiendo a llorar, corrió hacia su dormitorio y cerró de un portazo.
Paula se quedó quieta, sintiéndose escarmentada y culpable. ¿Les había hecho esto? Lo que su madre decía era parcialmente cierto. Si Benjamin había percibido sus sentimientos…
Respiró profundamente y se encogió de hombros. De nada servía lamentarse por lo que no tenía remedio, aunque fuera culpa suya.
¿Qué podía hacer? Su madre siempre exageraba las cosas. Tenía que hablar con Leonardo.
Aunque ella había llegado por la tarde, Leonardo no estaba en casa aún. ¿Dónde estaba? Y ¿qué hacía, si no quedaba ningún pedazo por recoger?
Cuando oyó su furgoneta, corrió a la puerta de atrás para recibirlo. Él bajó de la camioneta de un salto y le tendió los brazos abiertos.
—¡Has vuelto! Qué contento estoy de verte. ¿Estás bien? —preguntó, con una sombra de preocupación en los ojos.
—Oh, Leonardo —exclamó, lanzándose a sus brazos protectores. Su madre no había preguntado cómo se encontraba ni una sola vez—. Estoy bien, Leonardo. Muy bien —dijo, para tranquilizarlo. Después, con su inherente honestidad, añadió—. Sabes que no quería casarme con él, de todos modos.
—Sí, creo que te forzamos un poco, ¿verdad? —dijo, y se sentaron los dos en el banco que había bajo el roble, su lugar favorito para charlar.
—En realidad no, yo…
—Sí, sí lo hicimos. Fue culpa mía, Paula, estaba muy asustado —dijo, sacando una cajetilla del bolsillo de la camisa.
—No deberías fumar, Leonardo.
—No suelo hacerlo. Sólo cuando estoy estresado.
—Como ahora. Es todo culpa mía. Mamá dice que…
—¡No la creas! Esto ya lo tenía encima antes de conocer a Benjamin. Él iba a sacar más beneficio del que merecía su inversión y, en cualquier caso, no era más que una solución provisional. He estado ampliando demasiado —admitió. Por Alicia, pensó Paula. Siempre parecía querer mucho más de lo que él podía darle—. Los negocios —dijo él, como si leyera sus pensamientos—. Creo que he invertido sin mesura. Compré varias propiedades en el East End de Richmond.
—¿Pero eso no es un barrio bajo?
—De los peores. Pero me dieron un soplo. O al menos eso creí. Alguien me dijo que las autoridades pensaban invertir en mejorar ese sector.
—¿Y?
—Sigue siendo un rumor. Y yo he comprado un montón de casuchas destartaladas. Pero sigo teniendo esperanza. Si mejoran la zona, ese sector se convertirá en propiedad de primera clase, alguien se dará cuenta en el Ayuntamiento y actuará.
Así era Leonardo. Siempre optimista.
—Espero… creo que tienes razón —comentó ella, cruzando los dedos.
—Y cuando eso ocurra, tú estarás muy bien situada, Paula.
—¿Yo?
—Es todo tuyo, cariño. Antes de que apareciera Cruz, vi lo que podía pasar. Así que puse todas las propiedades de East End a tu nombre, el verdadero, Paula Crenshaw. Al tuyo, no al mío ni al de tu madre. ¿Entiendes?
—No, no lo entiendo. ¿Por qué ibas a transferirme propiedades a mí?
—Porque no le debes dinero a nadie. Incluso pagué tu Volkswagen en efectivo. Nadie puede quitarte nada.
—Aún no entiendo por qué…
—¿Qué te parecería comenzar tu propia empresa de construcción? —preguntó. Paula abrió los ojos de par en par, y él sonrió—. Construcciones Crenshaw.
—Pero no podría. Quiero decir… tendría que tener licencia de contratista.
—Eso es fácil. Es como si lo hubieras planeado cuando decidiste estudiar arquitectura. ¿No me dijiste que tus primeros cursos eran fundamentalmente sobre construcción, estructuras y materiales?
Ella asintió con la cabeza.
—Así que ya tienes las bases. Y algo más habrás captado esos veranos que estuviste trabajando conmigo.
Ella volvió a asentir.
—Estudiaremos un poco, pero estoy seguro de que puedes aprobar el examen —siguió hablando, mientras Paula, un poco aturdida, escuchaba.
—Piénsalo, pequeña. Tu propiedad. Construcciones Crenshaw. Nada que ver con Construcciones Chaves. Yo seré tu empleado. No hay nada ilegal. En cualquier caso, pienso pagar a mis acreedores y a Hacienda en cuanto pueda. Pero necesito poder trabajar en algo hasta que lo consiga. ¿Entiendes?
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