viernes, 9 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 17





En la cocina, Pedro echó el café molido en la cafetera, sintiéndose tan culpable como el demonio. Se había aprovechado de ella.


Desde el principio, había sabido en qué estado se encontraba. Había visto las pastillas. ¿Acaso no había notado sus cambios de humor durante toda la semana? Aunque tenía que admitir que había habido más buen humor que malo. Esa era una de las cosas que le gustaban de ella. 


Era una chica con coraje, empeñada en no permitir que lo que había sucedido la deprimiera. 


Eso le gustaba.


De hecho, todo en ella le gustaba. Su pequeña figura, con curvas perfectas; la preciosa melena rubia miel que él había sentido desparramada sobre su pecho esa mañana; los ojos azules. No era la más bella de las mujeres que conocía, pero Paula Chaves tenía algo más que belleza.


No era sólo coraje. Su vitalidad y su entusiasmo la convertían en una compañera ideal en cualquier actividad. Además, tenía una cierta inocencia.


Inocencia. Anoche había sido la primera vez para ella. Eso lo sabía. Pero no pudo resistirse al beso, y además se había entregado deseosa, casi suplicándole que la tomara.


Lo asaltó un pensamiento. No se había acostado con Benjamin. ¿Acaso se reservaba para la noche de bodas? Jesús, el hombre debía haber tenido que aguantar mucho.


Pero anoche… ¿Quizás se había entregado de rebote? ¿Intentando demostrarse a sí misma que era deseable?


Él se había aprovechado de su dolor.


Había confiado en él. Sus enormes ojos azules miraban a todo el mundo con confianza, incluso a un timador como Benjamin Cruz.


Pedro suspiró. No había sido su intención apresurarla, empujarla a hacer algo precipitado. 


Sí, ella le pareció atractiva desde el principio, pero sabía que era muy vulnerable y había mantenido la distancia a propósito, aunque estaba loco por abrazarla.


Y luego, anoche…


Incluso ahora no estaba seguro de cómo había ocurrido.


El beso fue un error. Como una antorcha que prendió el fuego que se llevaba alimentando toda la semana. Fue imposible dejarla después de ese beso.


Se había agarrado a él ansiosa, deseándolo.


Estaba acostumbrado a que las mujeres lo acompañaran deseosas a la cama.


Pero la noche de ayer fue distinta. Real. Una primera vez también para él. Como si fuese tan inocente y confiado como ella. Mucho más que sexo. Una unión de corazón y espíritu.


¿Ah, sí? Hacía sólo una semana que su corazón y su alma estaban comprometidos con otro hombre. Una mujer como Paula no se comprometía a la ligera.


Rechazada… vulnerable…


Había pensado que la noche había sido tan importante para ella como para él. Pero vio el dolor en sus ojos cuando se apartó de su lado por la mañana. Y, desde entonces, se estaba comportando de forma muy casual.


¿Acaso se arrepentía? ¿Estaría acordándose de Benjamin?


Vaya, debería decirle que Benjamin era un auténtico bastardo.


Pero ¿cómo sacar el tema? El tema apropiado para la mañana era el placer de la noche anterior. Desde luego que no era adecuado hablar de un antiguo amor, perdido.


¡Y por qué estaría tan nervioso! Nunca estaba incómodo a la mañana siguiente. ¿Por qué ésta sí? ¿Por qué se sentía como un colegial después de su primera experiencia?


¿Por qué, en cambio, la señorita Inocencia estaba brincando por todos sitios, como si este tipo de experiencias fueran rutina para ella? Sólo tenía una cosa en la cabeza, los ingredientes para hacer la maldita tortilla.


—Eso creía —dijo ella, mirando en el frigorífico—. Queda un pimiento. Justo el toque que hace falta —siguió hablando, mientras picaba el pimiento, la cebolla y la guindilla. Mencionó todos los temas frívolos e inconsecuentes que se le ocurrieron. Si dejaba de hablar, se echaría a llorar. Eso no estaría bien. La pasada noche había sido la más maravillosa de su vida y no estaba dispuesta a estropearla comportándose como una estúpida—. Aquí tiene, señor, lo prometido —dijo, sirviendo la tortilla en dos platos—. Dime, ¿no es la mejor tortilla que has probado nunca?


—Mmm. Cierto —dijo, saboreándola con los ojos cerrados—. Quizás podrías trabajar de jefa de cocina de desayunos en El Pescador.


—Ya tengo un trabajo, muchas gracias. A primera hora del lunes. Tendré que trabajar un montón este fin de semana para prepararme. Así que, vacía el plato y ponte en marcha, capitán.


—De acuerdo. Sólo que… —titubeó—. Hay algo de lo que tenemos que hablar, Paula. Algo que creo que debes entender.


Ella se puso rígida. Iba a pedirle perdón, y se sentía incapaz de soportarlo.


—¿Querías mucho a Benjamin Cruz?


Se sintió tan aliviada que casi se echó a reír.


—No. Desde luego que no. Y después de… —hizo una pausa. Anoche él le había demostrado cómo podía ser el amor. Pero no podía decir eso—. Ahora me doy cuenta de que nunca lo quise.


—Pero… —empezó él, mirándola otra vez como si intentará entenderla—. Ibas a suicidarte. Esas pastillas…


—¿Fue eso lo que pensaste? ¿Por eso me las quitaste de la mano? —dijo ella, riéndose esta vez. Negó con la cabeza—. Eran aspirinas. Me dolía mucho la cabeza y pensé que…


—Pero, si no lo querías… —se interrumpió, mirándola fijamente, con intensidad— ¿Por qué ibas a casarte con él?


—¡Por dinero! —replicó, escupiendo la palabra como si fuera una semilla amarga.


—¡Oh! —exclamó Pedro, como si lo hubiera golpeado.


—Benjamin estaba pensando invertir en construcción, y mi padrastro me pidió que fuera agradable con él.


«Sé agradable con él. Cásate con él»


¿Por unos miserables doscientos cincuenta mil dólares de mi dinero? ¡Jesús!, pensó Pedro.


—Benjamin es muy rico, ya sabes.


—¿Sí?


—Mi madre no hacía más que decir que tenía mucha suerte, que era un gran partido. Y… —se calló. No servía de nada echarles la culpa a sus padres. A ella también la había impresionado—. Claro que yo también sabía que lo era, y… ¿por favor, podríamos dejar de hablar de esto?


Él tampoco quería hablar más del tema. Sabía lo que era el dinero. Y lo que la gente era capaz de hacer para conseguirlo.




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