sábado, 13 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 27




En cuanto vio esos ojos tormentosos y comprendió lo que había dicho, supo que estaba metido en serios problemas. Era fácil rectificar con una simple explicación. Aunque ya había tenido problemas con otra mujer, eso no lo había asustado.


Por otro lado, Paula Chaves lo aterraba.


Alargó el brazo y la sujetó antes de que pudiera escabullirse. Con una suave exclamación, Paula se deslizó de la cama hasta caer sobre su pecho.


—Ha sido un desliz. Es mi ex-esposa —corrigió.


Ella lo miró fijamente y el alivio enorme que vio en sus ojos hizo que algo se le encogiera en las entrañas.


—Algunos dirían que ha sido un desliz freudiano y que querías volver a estar casado con ella.


—Créeme. Ha sido un error sincero. Emilia y yo no funcionamos como pareja. Estoy mucho más interesado en hablar de lo hermosos que son tus ojos o de lo delicioso que es tu sabor.


—Aguarda un segundo, Casanova. No tan rápido. ¿Por qué no me contaste que estabas casado?


—Es una parte de mi vida que se ha terminado. Ni siquiera llegamos a nuestro primer aniversario. Lo he superado. También trabaja en el MIT.


—No entiendo por qué no pensaste que era lo bastante importante como para decírmelo… Y yo que me estaba volviendo loca pensando que esa mujer… —tarde, se acordó de cerrar la boca.


El corazón de Pedro sufrió un vuelco… y luego volvió al sitio donde siempre había estado.


—Parte de mi problema con el matrimonio es que ella realmente nunca me entendió. Jamás compartimos la clase de proximidad que sólo he experimentado con una mujer en la vida.


—¿Quién? —demandó, lista para levantarse.


Él rió.


—Tú.


Los ojos de Paula se suavizaron antes de adquirir una llama azul.


—Oh. Bien —bajó la cabeza y le tomó la boca.


Tenía un sabor real, puro. Le pasó los dedos por el pelo. Parecía una cascada de seda. Erótica, táctil… fresca al contacto.


Le succionó el labio inferior. Fue incapaz de resistir semejante boca, tan sensual y perfecta, tentadora.


—Tienes un sabor delicioso y prohibido —le dijo—. Demasiado apetitoso para pasarlo por alto.


Ella, rió sobre su boca.


—No protesto por ser tu comida, Pedro.


—No me tientes —sonrió cuando ella puso los ojos en blanco.


—Creo que me gusta tentarte. Me gusta ver cómo los ojos se te ponen vidriosos. Cuando me miras, me produces escalofríos.


—Si intentas volverme loco, lo consigues —le enmarcó la cara con ambas manos—. Para.


—Perfecto, tú ganas.


—Bien. Me gusta ganar.


Eso provocó más risas, aunque éstas no tardaron en desvanecerse cuando Pedro la besó y Paula le introdujo la lengua en la boca. Él gimió y aceptó de buen grado esa invasión. 


Sabía cómo besar a un hombre.


También lo asombraba lo bien que ese cuerpo esbelto se alineaba con el suyo. Rodilla con rodilla, cadera con cadera…y, lo más maravilloso, pelvis con pelvis. Una experiencia nueva para su estatura.


Paula le mesó el pelo y le puso la piel de gallina cuando le pasó las uñas por el cuero cabelludo antes de ladear la cabeza y profundizar el beso.


El apetito que había despertado en él era algo con lo que había contado. Lo hacía sentirse abiertamente… bárbaro.


Alzó las caderas del suelo en busca de un contacto más sólido con ella. Paula jadeó al sentirlo tan bien encajado y empujó en la dirección contraria a la que seguía Pedro.


Bajó los labios por su mentón, que ella ladeó también para ofrecerle el máximo acceso que pudiera querer de su cuello.


—No tengo palabras para decirte lo mucho que te deseo.


—No hacen falta.


Se elevó con respiración ronca y entrecortada. 


Besarle la piel lo abrumó mientras pasaba la lengua por un pecho.


Como un arco tenso, ella se ofreció a su boca.


Las manos pequeñas se cerraron alrededor de su cuello y se lo acariciaron, provocándole un temblor.


Estaba perdido a todo excepto al sabor de ella, a la deliciosa sensación de esa piel sobre sus labios, y en sus oídos el único sonido era el latir del corazón al ritmo del suyo.


Allí donde sentía que se tocaban, surgía una percepción de ella que iba más allá de lo que alguna vez había experimentado o imaginado. Y había imaginado mucho con Paula. Pegándola a él con una mano en la cadera y la otra en la masa revuelta de su pelo, la probó una y otra vez.


Paula había sacudido sus cimientos y él lo sabía. Sabía que eso no podía durar, que ella regresaría a su ajetreado y mundano trabajo en cuanto pudiera volver a levantarse, pero no podía lamentar lo que habían hecho juntos.


Lo que había temido había sucedido. Lo distraía, lo alejaba de su trabajo. Se estaba metiendo bajo su piel y no sabía cómo iba a manejar eso después.


Entonces la miró a la cara y pensó que podía ahogarse en esos ojos. Tan atrevidos, tan honestos… tan llenos de deseo. Por él.


La observó con intensidad mientras le frotaba el pezón con los dedos. Sus pupilas se dilataron y sus labios se entreabrieron en un jadeo silencioso. Pero mantuvo los ojos abiertos, y sobre él. Casi como un desafío.


—Tocarte es algo que me excita mucho.


—Todo en ti me excita, Pedro.


—Mmm, todo, ¿eh?


—Sí —corroboró, acariciándole el bíceps de camino a la cara, para frotarle las mejillas con los dedos pulgares—. El fuego que hay en tus ojos ahora mismo. Su color, tu boca plena —se agachó y le dio un beso suave, luego modificó el ángulo de la cabeza y volvió a capturarle la boca.


El sonido súbito de la puerta al abrirse y cerrarse hizo que ambos se quedaran rígidos.


—¿Mi tía?


—No creo…


—¿Paula? —llamó una voz femenina.


—¡Oh, Dios mío! Es mi madre.


Pedro oyó pisadas en las escaleras.


—Está subiendo.


Paula se levantó en un abrir y cerrar de ojos.


Pedro, escóndete en el cuarto de baño —cuando comenzó a moverse, ella siseó—. Olvídalo, es demasiado tarde. Métete debajo de la cama.


—Paula, soy un adulto. Y tú eres una mujer adulta.


—Por favor, Pedro, es demasiado embarazoso.




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