sábado, 13 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 28
No tuvo más tiempo para discutir con ella acerca de lo ridículo que era que un hombre se escondiera debajo de la cama. Por el amor del cielo, ya no tenían dieciséis años. Pero con el fin de ahorrarle a Paula los comentarios que estaba seguro de que su madre haría acerca de tener sexo en pleno día, se deslizó debajo de la cama en el momento en que la señora Chaves abría la puerta.
Apenas había espacio y el pecho se le clavaba contra el duro metal del somier. El polvo le hizo cosquillas en la nariz. Giró la cabeza y subió la mano para frotársela y no estornudar. Hablando de humillación.
—Ahí estás, muchacha —dijo la madre de Paula.
—Mamá. Que sorpresa.
Vio que los pies de Paula se alejaban y lo único que pudo distinguir fue que tomaba el brazo de su madre y la conducía de vuelta hacia la puerta.
—Apuesto que sí lo es. ¿Has estado todo este tiempo en Cambridge y no me has llamado para que comiéramos juntas?
Pedro volvió a frotarse la nariz cuando los pies de ellas se detuvieron justo al lado de la puerta.
—Lo siento, pero ¿qué te parece si te llamo la semana que viene? Ahora no puedo hablar, mamá. Tengo una cita.
—Sabes que he esperado impaciente noticias de tu sesión de fotos en Puerto Rico. Sentémonos y me lo cuentas.
Pedro casi gimió ante la idea de tener que permanecer escondido mientras oía su charla de mujeres.
—No puedo, mamá. Como te acabo de mencionar, tengo una cita.
—¿Qué cita?
—He de ir al aeropuerto para recoger a una amiga. Su avión llega en una hora.
—¿Amiga? ¿Qué amiga?
—Naomi, de Nueva York.
—¿Tu contable?
—Sí, me va a asesorar.
—¿Acerca de qué?
—Una empresa que voy a montar con Pedro.
—¿Qué? ¿Él te ha hecho esto? ¿Te ha convencido de abandonar tu maravillosa carrera de modelo? ¿Sabes lo que he sacrificado por ti?
—Innumerables veces te has encargado de recordármelo. Escucha, de verdad que no tengo tiempo…
—De todas las cosas desagradecidas, ésta es… ¿Qué está pasando, Paula?
—Te lo acabo de decir. Trabajo para Pedro.
—¿Y qué tiene que ver ese perdedor de al lado con tu carrera de modelo?
—No es un perdedor, mamá. Tiene un doctorado. Enseña en el MIT.
—¿Qué es exactamente lo que haces para él?
—Escucha, ya quedaremos luego para hablar del tema. De verdad que tengo que meterme en la ducha.
Pedro suspiró aliviado al ver que los pies volvían a moverse.
—No me iré a ninguna parte hasta no haber oído tu respuesta —replicó su madre.
—He aceptado un puesto para comercializar una nueva tela para él. Y ahora deja que te acompañe a la puerta.
—¿Qué? ¿Qué sabes tú sobre iniciar una empresa o de marketing? ¿Te has vuelto loca? ¿Es esto lo que haces? ¿Dibujar y fabricar ropa?
Pedro oyó el crujido de papeles.
—Madre, cálmate. Es sólo temporal.
—¿Calmarme? Supe que ese chico representaba problemas desde entonces. Siempre te andaba llenando la cabeza con tonterías. Como si todos los concursos de belleza fueran una pérdida de tiempo. Jamás vi a alguien tan grosero…
—No me ha llenado la cabeza de tonterías. Me ayudaba con las matemáticas y me enseñó todo sobre astronomía.
—Era un alborotador. Parece que no ha cambiado mucho.
—¡Mamá! Por favor. No tengo tiempo para esto. He de meterme en la ducha e ir al aeropuerto. ¿No podemos hablarlo en otra ocasión?
—No. ¿Qué fue lo que pasó con tu contrato con Kathleen Armstrong?
—No me lo renovó.
—Cuesta creerlo.
—Es la verdad.
—¿Y el contrato de Richard Lawrence?
—Estoy sin trabajo en este momento y Pedro me ofreció un montón de dinero por ayudarlo. No podía decir que no.
Hablaba realmente deprisa. Esperaba que la estrategia funcionara, porque sentía que en su interior iba creciendo un estornudo y no sabía cuánto tiempo más podría contenerlo.
—Claro que podías decirle que no. No has visto a ese chico en más de una década y ahora cada palabra que sale de tu boca es «Pedro esto» o «Pedro aquello». ¿Cómo puedes dejar que interfiera con lo que es importante en tu vida?
—¿Y qué es eso?
—Tu carrera de modelo, eso es. Es todo por lo que has soñado. Por lo que has trabajado. No lo tires por la borda por un hombre. Yo tuve que dejar…
—Mamá, por favor, ya he oído la historia de que te quedaste embarazada a los dieciséis años y te viste obligada a casarte con papá. Luego murió y te dejó sola con una hija. El trabajo de Pedro es sólo temporal, te lo prometo. A la primera oportunidad que me surja, volveré a las pasarelas. Y ahora, de verdad que tengo que irme. Te llamaré.
Su madre contuvo un sollozo y Pedro vio que los pies giraban hacia la puerta.
—Lo único que quiero es que no cometas los mismos errores que yo, Paula.
—Sí, lo entiendo. Te llamaré pronto.
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