jueves, 11 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 21




Paula cortó el hilo rosa, la tela de Pedro suave y dócil bajo sus dedos. De vuelta en la casa de su tía Eva, era martes por la mañana y el sol empezaba a besar el horizonte. Habían regresado a Cambridge el domingo. Antes de que él se fuera a casa, le dio el nombre del fabricante con el que trabajaba y el día anterior Paula lo había llamado para encargar más rollos de tela y firmar el contrato que le habían enviado.


En cuanto hubo entrado en la casa, había empezado a sonar su móvil y su agente le había dicho que esa misma tarde la necesitaba en Nueva York para una sesión, de modo que una hora más tarde se había subido a un avión, frustrada por no poder empezar a fabricar la prenda sexy que había dibujado en el loft.


Al regresar el lunes por la noche, Pedro no estaba en casa, de manera que sacó la vieja máquina de coser de su tía. Luego hubo un remolino de actividad en el que retocó su diseño, realizó el patrón, desenrolló la tela de Pedro y, con un suspiro, cortó la tela. El día anterior sólo había tenido tiempo para eso. Incapaz de quedarse quieta, la simple energía mental la había sacado temprano de la cama con el fin de ponerse a coser la camiseta.


Pero debía reconocer que el dormir inquieto tenía mucho que ver con Pedro. No podía quitárselo de la cabeza ni por un minuto. Su cara delgada y atractiva, el modo sexy y devastador con que sonreía.


Ahí estaba otra vez ese estúpido cosquilleo.


Y su cuerpo duro y fibroso en ese momento era el centro de sueños eróticos y febriles en la privacidad de la cama. Se había vuelto alto y musculoso, con el cuerpo trabajado y elástico de un boxeador. Después de lo que habían compartido, quería explorar cada centímetro de su cuerpo. Ahondar en los estanques inagotables de sus ojos y ahogarse en ellos.


No podía permitirse el lujo de perder la cabeza por él, aunque un poco de contacto corporal no podía hacer daño. ¿O sí?


Pedro no figuraba en su plan de acción. La visita a la tía Eva sólo era una parada en el camino a su regreso al mundo de la moda.


Pero la distraía. Incluso en ese momento luchaba con una imagen del niño que había sido y el hombre en que se había convertido. De joven, se había mostrado tímido y callado siempre que habían cenado en la casa de su tía. 


Era una presencia sólida cuando la había ayudado con los deberes, estudiosa y diligente. 


Tan inteligente…


Más inteligente que ella, de eso no había ninguna duda. Pero eso no la había preocupado mucho en la escuela. Ella sabía dónde radicaban sus puntos fuertes… en su belleza y capacidad para alcanzar prácticamente todo lo que se propusiera.


Por eso cuando la habían elegido Miss Nacional, había solicitado el premio de las lecciones para ser modelo en vez de la beca a la universidad que eligiera, y nunca había mirado atrás. ¿Tenía algún remordimiento por no haber seguido un camino más académico? Tal vez.


Sacó la camiseta terminada de la máquina y le dio la vuelta. Recogió la aguja ya enhebrada y una decoración floral que había hecho el día anterior, tiñéndola de una tonalidad rosa más oscura.


Casi había terminado de añadir todos los detalles de las flores cuando llamaron a la puerta y su tía asomó la cabeza.


—Hola —entró—. Has estado ocupada, cariño. Creía que habías venido de visita —se acercó hasta Paula y recogió algo de la mesa de trabajo—. ¿Qué es esto?


—Un patrón. Va con esto —le mostró el exquisito top en el que trabajaba para hacer juego con los calzoncillos cortos de chico que su tía sostenía en la mano.


—¿Ahora preparas la ropa en vez de lucirla?


—No —sonrió—. Ayudo a Pedro en una empresa. Él inventó esta tela.


Pedro es un chico inteligente, pero pasa mucho tiempo solo. Veo que no os ha llevado mucho volver a establecer vuestra amistad.


—El beso de despedida del domingo cuando me dejó aquí… ¿Lo viste?


—No hay mucho que estos ojos se pierdan, cariño.


Pedro y yo tenemos una conexión especial. Simplemente, dimos el siguiente paso.


—Es muy agradable.


—Tía…


—Puede que haya nieve en el tejado, pero aún hay fuego en la chimenea. Pedro es guapísimo… lo he notado.


—Tía… —terminó la flor y alzó la camiseta por los hombros para estudiarla.


Su tía le quitó la prenda de las manos.


—Es preciosa. ¿La has diseñado tú?


—Sí. Quería ver cómo se movía la tela y lo cómoda que es para dormir con ella.


—Quizá deberías pensar en fabricar tú la ropa.


—No, son sólo garabatos. Mi fuerte es exhibirlas en una pasarela. Lo que se me da bien es posar.


—Eso es cierto, pero esto me gusta mucho —le devolvió la prenda—. Será mejor que vaya al hospital.


—Que tengas un buen día. Y, tía… muchas gracias… por todo.


Su tía le acarició la cabeza.


—Sabes que siempre tendrás un sitio conmigo, cariño, pero realmente deberías llamar a tu madre.


La miró a los ojos y algo en ellos hizo que recordara lo mucho que podría contarle a su tía. 


Nunca lo habían hablado en voz alta, pero Eva siempre había entendido lo que ella había necesitado de niña. Quizá entendía más que lo que era necesario siendo adulta.


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