lunes, 8 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 12




Al alejarse, Paula pudo sentir el calor de los ojos de Pedro sobre su trasero, y necesitó toda su fuerza de voluntad para no girar la cabeza para mirarlo y hacerle entender con un sólo gesto lo mucho que lo deseaba, a pesar de cómo habían salido las cosas en la fiesta de su tía. Respetaría los deseos de Pedro de mantener la atracción bajo control. La idea de poder llegar a hacerle daño otra vez la reafirmaba en su decisión.


Una vez dentro del garaje, se centró en la caja de herramientas como si fuera un salvavidas. El espacio se veía ordenado y limpio, cada cosa en su sitio. Caminando entre un sedán marrón y un coche cubierto con una loneta, vio la caja de herramientas y los trapos en un banco próximo. 


Deteniéndose delante del banco, la curiosidad pudo más. Alzó la loneta y miró debajo. 


Encontró un resplandeciente y clásico Porsche cupé de color azul medianoche. Pensó que era un delito mantener semejante coche escondido en un garaje en un día como ése. La animó imaginarse sentada en el asiento de piel volando por la carretera.


Recogió la caja de herramientas, tomó un puñado de trapos y regresó junto a Pedro.


Dejó la caja cerca de él y se arrodilló sobre la hierba.


—Tienes un coche deportivo ahí dentro. ¿Hay un hombre atrevido escondido en tu interior, Pedro?


—No es mi coche. Sólo se lo guardo a mi padre —abrió la caja de herramientas y sacó un destornillador.


—Tienes que conducirlo —exclamó—. No puedes tener un coche hermoso como ése parado. Lo estropearás.


—No, no lo dejo parado. Cada semana lo muevo. Los sábados, de hecho —sacó los tornillos y retiró la protección del motor.


—No sé por qué me preocupaba. Claro que lo haces. Siempre planificas todo.


Los hombros de él se pusieron rígidos y dejó la tapa en la hierba a su lado.


—No hay nada malo en planificar las cosas. Es como la brújula que te mantiene en marcha.
Vio cómo alzaba sus barreras emocionales y recordó lo obstinado que podía ser Pedro. Pero en vez de molestarla, sintió como si acabara de descubrir una perla perdida hacía mucho tiempo.


—Cierto, pero si sigues la brújula, podrías perderte una vista especialmente hermosa y perder una experiencia especial que habrías podido vivir.


—Pásame esa llave —pidió, las manos cubiertas ya de grasa.


Ella sacó la herramienta de la caja y se la entregó.


—No creo que sea inteligente salir sin un mapa —añadió él.


El tono irritado de su voz era otra perla que le encantaba descubrir. Sabía que era otro mecanismo de defensa. Quería que el verdadero Pedro volviera a brillar.


—Cuando el año pasado estuve en Italia, en el hotel había montones de folletos para las habituales atracciones turísticas, pero yo no quería ver Italia a través de los ojos de un folleto. Quería ver el país a través de mis ojos. Me salí del camino trillado, y he de reconocerlo… me perdí. Pero terminé entrando en un hermoso jardín en busca de orientación. Me encontré con una boda. Esa gente amable me invitó a quedarme. Bebí chianti, canté, comí, bailé y me lo pasé en grande. Desde luego, eso supera contemplar algunas ruinas que puedo ver cuando me plazca.


En el rostro de Pedro se manifestaron emociones de arrepentimiento.


—Yo habría ido a las ruinas —quitó el carburador y se sentó con las piernas cruzadas sobre la hierba.


—También conseguí un reportaje en un pequeño bazar que descubrí mientras exploraba —alargó la mano y le tocó un brazo, sonriendo—. Así que la próxima vez que vayas a Italia, Pedro, trata de perderte.


—Nunca he estado en Italia —dijo, ceñudo.


La mirada sorprendida de ella lo atravesó.


—¿De verdad?


—Me gusta la vida de Cambridge —retocó unas piezas.


—Es una pena. Soy afortunada de que viajar forme parte de mi trabajo. Para mí es normal estar en Londres un día y en París al siguiente.


Pedro guardó silencio un rato.


—¿Por qué no vienes conmigo más tarde para dar un paseo en el Porsche?


—Me encantaría.


—Es bonito.


—¿Qué?


—Eso del reportaje —se limpió las manos con uno de los trapos y quitó una canasta para revelar el fondo de la caja de herramientas. 


Sacó una lata de aerosol con la palabra Limpiador en un lado. Proyectó un chorro constante sobre el carburador.


—Muchas gracias —no queriendo marcharse, dijo—: Mmmm, hablando de reportajes… ¿cómo te metiste en la ingeniería textil?


—La industria textil es una de las más grandes de Estados Unidos, y produce de todo, desde la tela de la ropa que usamos hasta el plástico del suero que utilizan en los hospitales. Me gustaba formar parte de una industria tan vital e importante para las necesidades de nuestra sociedad.


—Es interesante cómo estamos conectados en nuestros trabajos. Tú haces las prendas que yo me pongo. Es simbiótico.


Pedro asintió, terminando con el carburador. 


Volvió a colocarlo y atornilló la protección.


—Nunca había pensado en ello. Pero tienes razón.


—Y la tela que has inventado. ¿Has decidido qué hacer con ella?


—Aún no. ¿Querrías verla?


—Sí, me encantaría.


Volvió a limpiarse las manos. Colocó la parte superior de la caja de herramientas en su hueco y cerró la tapa. Se puso de pie, tiró del cordón de arranque del cortacésped y éste se puso en marcha en el acto.


Le sonrió a Paula por encima del ruido, antes de apagar el motor.


—Guardemos todo y te la enseñaré. Luego le cortaré el césped a tu tía.


Empujó el aparato de vuelta al garaje mientras Paula lo seguía con la caja de herramientas.


—Voy a refrescarme un poco antes de entrar en la casa. Puedes quitarle la loneta al coche si quieres.


—Me apetece verlo todo.



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