martes, 23 de octubre de 2018
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 6
Cuando, en Roma, conoces a un romano…
Hoy he conocido a un tipo. Un tipo atractivo, aparentemente inteligente, disponible. ¿Podría ser el amante italiano ideal con el que he estado soñando? No hay que hacerse demasiadas ilusiones. Me siento un tanto insegura después de mi última experiencia. Al fin y al cabo, ¿quién sabe qué clase de monstruosidades podrían acechar debajo de ese pantalón?
¿Alguien quiere apostar?
Comentarios:
1. Anónimo dice: vaya, Eurogirl, te noto cansada.
2. Eurogirl dice: lo siento, pero realmente lo estoy.
3. Dogman dice: quizá éste no tenga pelo.
4. Xta-c dice: nunca he visto a un tío sin pelo. ¿Los tíos se afeitan también los bajos?
5. TinaLee dice: yo salí una vez con uno que pasó por quimioterapia y había perdido todo su vello púbico.
6. Asiana dice: los depilados son sexys.
7. Eurogirl dice: Asiana, tú eres un poco rara, ¿verdad?
8. Asiana dice: eso me temo.
9. Dogman dice: Asiana, si estás buena, por ti me afeito lo que quieras.
Pedro alzó la mirada, a la ventana que suponía debía de ser la de Paula. No le había costado mucho encontrar su apartamento. Dado que conocía el barrio, simplemente había hablado con las porteras de varios edificios preguntando por la estadounidense que había alquilado un apartamento la semana pasada.
Mientras permanecía de pie en el callejón, tuvo otra erección pensando en ella. Una lámpara brillaba en la ventana. Minutos después, la vio pasar medio desnuda, en bragas y sujetador. Se excitó aún más.
Nunca se había acostado con una mujer por trabajo. Esas cosas se avenían mal con su moral particular. Había estado con suficientes mujeres para saber que la novedad y la excitación de lo desconocido no eran ni mucho menos tan emocionantes como compartir una verdadera intimidad con alguien.
Pero había algo en Paula Chaves que le intrigaba.
Que le hacía desear olvidarse de su ética personal para descubrir sus más profundos y oscuros secretos. No era sólo que fuera tan guapa. Mujeres guapas había muchas. Era alguna indescriptible cualidad que poseía, y que tenía que ver con el brillo de sus ojos y su manera de comportarse, como si escondiera un secreto fascinante.
No sabía muy bien qué era lo que había esperado descubrir acechando el domicilio de Paula. Quizá fuera la costumbre. Tantos años trabajando como agente infiltrado debían de haberle vuelto paranoico. Desconfiaba de todo el mundo.
En su universo, todo el mundo albergaba una segunda intención, una motivación secreta. Una verdad oculta, una posible información que pudiera llegar a necesitar. En su trabajo, no había nada que fuera convencional. A veces sentía la tentación de abandonar el mundo del espionaje y sentar la cabeza, pero la idea desaparecía con cada nueva misión, con cada nuevo desafío.
De manera que había terminado convirtiéndose en el tipo de hombre al que las mujeres mandaban mensajes de texto llamándolo «canalla». El tipo de hombre que, contra su costumbre, en aquel momento podía estar planeando acostarse con alguien por el bien de su misión…
Mientras continuaba mirando su ventana, se desembarazó de sus últimos escrúpulos de conciencia. Había peores trabajos en el mundo que seducir a una hermosa mujer en pro de la seguridad nacional, ¿no? Absolutamente.
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