miércoles, 24 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 7




Paula detestaba las primeras citas. Hacía todo lo posible por evitarlas, pero a veces una cita era la única manera de pasar de la charla del primer encuentro al sexo duro en el suelo de la cocina… o donde fuera.


Cruzó la habitación, abrió su armario y se quedó mirando su triste guardarropa. Lo malo de trasladarse continuamente de un país a otro era que tenía que viajar ligera de equipaje. En realidad sólo poseía lo más básico. Sí, tenía el típico vestido negro y el típico vestido rojo. o rojo o negro. Se decantó por el negro. No quería que se le notaran demasiado las ganas que tenía.


Ésa era otra de las cosas que detestaba de las primeras citas. La artificiosidad, la preocupación por la propia apariencia, la indecisión. El no saber si lo mejor era enseñar las cartas o esconderlas.


Para cuando terminó de ponerse el vestido estaba sudando levemente, así que se acercó a la ventana para refrescarse un poco. Necesitaba comprarse un ventilador. El edificio carecía de aire acondicionado, y si hacía calor en mayo, no quería ni pensar en cómo sería en julio.


Abajo, la ciudad bullía de actividad. La vista que tenía de la plaza de España era impagable. En sus escaleras se reunían los jóvenes a charlar y flirtear, mientras los turistas deambulaban haciendo fotos. Aspiró el aire bochornoso y cerró los ojos, disfrutando de la leve caricia de la brisa. Pero, al cabo de un momento, tuvo la extraña sensación de que la están observando.


Abrió los ojos y examinó con mayor detenimiento el paisaje que se abría ante ella. El extraño comentario del blog volvió a asaltar su mente. ¿Quién podía conocer su verdadera identidad? ¿Se trataría de alguna broma de mal gusto o realmente alguien había descubierto quién era y por qué había abandonado Grecia?


Pensó en la manera en que había aparecido Pedro a su lado, junto a la fuente, como si hubiera surgido de la nada. ¿Una coincidencia? ¿O sería quizá algún matón contratado por Kostas? No por primera vez se preguntó si la policía griega se habría tomado con seriedad su denuncia.


Estaba empezando a pensar como una lunática. 


Estaba en Roma, y para los romanos el flirteo era algo tan natural como respirar. Pedro era evidentemente italiano. ¿Qué podía él tener que ver con su amante griego? Absolutamente nada.


Pero de repente un movimiento llamó su atención, y bajó la mirada justo a tiempo de ver un hombre desapareciendo detrás de un edificio. 


Un hombre que se parecía mucho a Pedro


Pero él no podía saber dónde vivía… ¿o sí? 


Quizá había llegado temprano a la cita. Sí, tenía que ser eso, si acaso realmente había sido él y no otro. Por lo demás, hombres altos y morenos había millones en aquella ciudad…


No, no estaba completamente loca. En todo caso, sólo en parte.


Se quedó mirando el lugar donde había visto desaparecer al hombre, pero ya no volvió a verlo. Echó un vistazo al reloj de la mesilla. Si no se daba prisa en vestirse, acabaría por llegar tarde a la cita.


Quince minutos después, se estaba calzando sus sandalias de tacón alto cuando sonó su móvil. No reconoció el número.


—Hey —la saludó una voz masculina—. He llegado temprano.


—¿Pedro? —recordó que le había dado su número de móvil.


—Sí. Perdona que te dé la lata, pero me preguntaba si no habrías preferido una cena más formal. Lamento no habértelo preguntado antes, pero todavía puedo llamar para reservar una mesa en otro restaurante y…


—No, así está bien. No hay necesidad de hacer una reserva.


—¿Te encuentras bien? Pareces algo nerviosa.


—Perdona —dijo Paula, sorprendida de que hubiera percibido su nerviosismo. No solía ser tan transparente—. No es nada.


Sólo el miedo a morir en manos de un terrorista. 


Casi nada.


—Te espero en las escaleras de plaza.


Paula se mordió el labio. ¿Debía ser osada o precavida? Siempre se había caracterizado por lo primero. Pero, en aquel momento, era como si apenas pudiera reconocerse a sí misma.


—¿No quieres subir a tomar una copa antes? —le preguntó en un esfuerzo por volver a ser la de siempre.


—¿Estás segura?


—Sí, claro —aseveró con un entusiasmo que estaba muy lejos de sentir.


—Está bien. ¿Cuál es tu dirección?


Luchando nuevamente contra el poco sentido común que le quedaba, se la dio. Aquella sería su gran oportunidad de demostrarse a sí misma que seguía siendo la Paula de siempre. A esas alturas, la policía ya tenía que haber arrestado a Kostas, eso era seguro. Y ella podría averiguar si Pedro era realmente un amante decente antes de tener que soportar una cena entera con él. La clase de cosas que no habría vacilado en hacer un par de meses atrás.


Pero ahora…


Antes de que pudiera hundirse aún más en su neurosis. Pedro ya estaba en la puerta de su apartamento, un poco sudoroso después de haber subido los cuatro pisos de escaleras.


—¿Qué te apetece tomar? —le preguntó mientras lo invitaba a pasar—. Tengo una botella de champán enfriándose en la nevera.


—Buena idea —respondió, sonriente, antes de inclinarse para besarla en las mejillas.


Cuando se separaron, Paula era incapaz de moverse de su sitio. No podía creer que tuviera a aquel hombre en su mismo apartamento. Y no sabía si lo que la mantenía inmovilizada era el entusiasmo, o el terror… o ambas cosas a la vez.


Las pupilas de Pedro se oscurecieron mientras la recorría con la mirada, de la cabeza a los pies. Se detuvo en los pies.


—Bonitas sandalias.


—Me las dejaré puestas —dijo mientras se llevaba las dos manos a la espalda para desabrocharse el vestido.


Ese era el tipo de cosas que habría hecho la antigua Paula sin dudar, ¿o no? Claro que sí. 


Siempre se había jactado de su atrevimiento en materia sexual. Pero esa vez su estómago se rebeló ante la idea; algo la contenía. Seguía pensando en Kostas, en su salida de Grecia, en el quinto comentario del blog…


Estrés. Era superior a sus fuerzas. Había pasado toda su infancia bajo el aplastante peso del estrés, y a la edad de dieciocho años, tan pronto como tuvo la oportunidad… se marchó corriendo lo más lejos que pudo de su casa.


Y todavía seguía corriendo.


—Bésame —le susurró en un impulso.


Pedro cerró la distancia que los separaba y deslizó las manos por su cintura. Cuando la atrajo hacia sí, Paula pudo sentir su erección. La besó. Lenta, prolongadamente. Tanteando al principio y luego con mayor profundidad, acariciándole la lengua con la suya, excitándola cada vez más…


Paula gimió contra sus labios mientras su cuerpo reaccionaba de manera automática, con la sangre concentrándose en los lugares adecuados. Por un instante, casi se olvidó del estrés. Ese era precisamente el efecto que solía producirle el sexo. La hacía olvidarse de todo excepto del momento, del presente. La relajaba.


Pedro olía increíblemente bien. Paula le acarició la mandíbula, disfrutando del tacto de su sombra de barba bajo sus dedos. Pero algo la hizo vacilar.


—¿Qué te pasa? —le preguntó él, apartándose.


¿Un macho heterosexual perceptivo? 


¿Realmente existía una criatura semejante?


—Nada —mintió.


La miró con expresión incrédula.


—No tenemos por qué apresurar las cosas, ya sabes. En realidad yo preferiría ir más despacio…


—No es eso… Quiero decir que… No lo sé. Mira, mi última relación fue un poco desastrosa, y supongo que ahora me siento un tanto insegura…


—Mayor razón para no apresurarnos.


Paula forzó una sonrisa y deslizó las manos todo a lo largo de su pecho hasta hundirlas bajo su pantalón.


—Pero esto es lo que yo quiero hacer. No sé ir despacio.


—Mira, no es que me esté quejando… pero si vamos a terminar en la cama, seguramente disfrutaremos muchísimo más si antes nos conocemos un poco.


Paula parpadeó asombrada. ¿Qué clase de desquiciado escenario de cambio de roles era aquél? ¿Era un hombre el que se estaba negando al sexo fácil? ¿Y además italiano, para más señas?


—¿De veras piensas eso? —le preguntó mientras continuaba acariciándolo.


—¿Tú no? —inquirió a su vez, excitado y sorprendido al mismo tiempo por sus palabras.


Paula nunca había intentado ir más despacio. 


Había disfrutado de su vida romántica y sexual a toda velocidad, pero quizá ésa no fuera una buena confesión para su primera cita. Así que en lugar de ello, comentó, encogiéndose de hombros:
—Hasta ahora yo he estado más que satisfecha con mi método.


—Puedo entender por qué… —repuso Pedro con voz ronca, mientras ella proseguía con sus caricias—. Pero…


—¿Pero quieres convencerme de que hay algo más? ¿Una intimidad más profunda y todas esas cosas?


Soltó un suspiro y su mirada volvió a oscurecerse. Luego bajó una mano y la detuvo.


—Eso es.


Y Paula, por primera vez en su vida adulta, se preguntó si no estaría equivocada, si no se habría estado perdiendo algo fundamental. 


Como buena aventurera que era, se prometió solemnemente averiguarlo.




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