miércoles, 31 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 30





Paula se llevó su miembro a la boca y gimió suavemente. No se cansaba de saborearlo. No se cansaba de saborear a Pedro. Punto.


En cuanto a la conversación íntima y sincera que acababa de tener con él… la verdad era que no la había buscado. Pero algo en su interior la había hecho abrirse a Pedro para compartir las amargas verdades que por lo general ocultaba al mundo.


Quería que él la conociera. Que la conociera como ningún otro hombre la había conocido.


Lo cual era algo increíblemente estúpido.


No podía engañarse sobre el tipo de relación que compartía con Pedro. Era la clase de relación que siempre tenía: la sexual. La emocionalmente distante. La que carecía de expectativas.


Pedro, con mayor motivo que a cualquier otro de sus amantes, tenía que mantenerlo a distancia. El hecho de que él mismo temiera comprometerse era una motivación añadida.


Deslizó la lengua todo a lo largo de su falo; luego le quitó los boxers y empezó a lamerle los testículos sin dejar de acariciarle el miembro. 


Pedro se quedó sin aliento y se puso a jadear mientras ella cerraba los ojos y se esforzaba por olvidar la conversación que habían tenido.


No quería empezar a quererlo, no quería exponerse a sufrir cualquier especie de desengaño… y sin embargo sabía que estaba resbalando pendiente abajo, fuera del seguro refugio donde siempre se había escondido. Si no llevaba cuidado, muy pronto terminaría estrellándose contra el duro suelo.


Habitualmente, no había nada como una buena felación para hacerla volver a la realidad, al presente. Le encantaba la intimidad y el poder que le otorgaba sobre los hombres, le encantaba regalar aquel placer a otra persona, le encantaba la experiencia por su sensualidad. 


Pero, en aquel instante, la conversación que habían tenido continuaba resonando en su cabeza…


Volvió a meterse la punta en la boca y se concentró en acariciársela con los labios y la lengua a un ritmo constante, regular. Pedro respiraba aceleradamente mientras la tomaba de la nuca.


La relación física que compartían debería haber bastado. Paula era feliz con el amortiguador emocional que había fabricado en torno a su vida. Pero aquel hombre tenía algo que la atraía inevitablemente. Que le hacía preguntarse si en realidad no estaría caminando por la vida como sedada, si no se estaría perdiendo el mayor de los placeres con sus esfuerzos por evitarse todo dolor.


Maldijo para sus adentros.


Podía sentir que estaba llegando al orgasmo, y redujo el ritmo hasta que se apartó, decidida a seducirlo y tentarlo como le había prometido. A desquiciarlo de deseo. Aunque no había conseguido convencerlo de que se dejara atar, estaba decidida a llegar al mismo resultado por otros medios.


Pero su mente seguía dando vueltas en torno al tema de la confianza. ¿Se merecía ella su confianza? Nunca había traicionado a un hombre, nunca había engañado a nadie, ni había mentido… a no ser que su actividad como bloguera contara como una traición.


Y quizá lo fuera. Nunca había pedido a ninguno de sus amantes su consentimiento antes de revelar sus actividades sexuales. Simplemente se escudaba detrás del anonimato como justificación. Pero si alguno de ellos hubiera descubierto lo de su blog… seguro que no se habría sentido nada contento.


Kostas había estado a punto de descubrir su blog cuando cierto día entró en su habitación mientras estaba redactando una entrada. Había hecho amago de leerlo por encima de su hombro, y Paula apenas había tenido tiempo de esconderlo. Al menos ella creyó que así fue, hasta que empezaron a aparecer aquellos comentarios anónimos.


En aquel momento, le había dicho a Kostas que simplemente estaba escribiendo y que no le gustaba que leyeran sus textos, lo cual era cierto. Le había dicho también que le gustaría publicarlos algún día, lo que tampoco era falso.
No se molestó en añadir que su blog le permitía darlos a conocer al mundo de manera inmediata. 


Y había terminado diciéndole que sencillamente escribía sobre sus viajes. Lo cual había sido una redomada mentira.


Con todo, se las había arreglado para que todo pareciera muy inocente. Otra mentira.


Así que quizá Pedro tuviera perfecto derecho a desconfiar de ella. Y, sin embargo, seguía sin gustarle la idea.


Quería que pensara que ella era distinta de las otras mujeres. Que era especial. Qué estupidez…


—¿Qué te pasa? —le preguntó Pedro, y Paula se ruborizó al tomar conciencia de que había vuelto a distraerse… en medio de una felación.


Había vuelto a ocurrir. Si el placer físico era el muro que había levantado para protegerse a sí misma de una mayor intimidad, Pedro lo estaba tirando abajo. El sexo había dejado de funcionar como una barrera.


—Nada —se incorporó—. Nada, de verdad.


—Tiene que ver con lo que hemos estado hablando.


Suspirando, Paula se apartó el pelo de la cara y desvió la mirada hacia la ventana. Se estaba poniendo el sol y la luz de las velas era la única que había en la habitación.


No sabía qué decir. Le encantaba y al mismo tiempo le disgustaba que Pedro tuviera aquella capacidad para detectar sus cambios de humor y adivinar sus sentimientos. Quizá fuera una de las desventajas de salir con un espía…


—No es nada.


—Ya —su tono rezumaba ironía.


Paula continuaba mirando por la ventana, callada. 


El verde de los bosques, junto con el azul del lago, habría debido pintar un paisaje sereno, tranquilizador. Pero con la última luz crepuscular todo adquiría un aspecto sombrío, lúgubre.


—Si antes he dicho algo que te ha molestado, me disculpo por ello —dijo Pedro.


—Tú no confías en mí —le espetó, y al instante se arrepintió de sus palabras.


—Yo no confío en nadie, así que no te lo tomes de una manera personal.


—¿Acaso no es todo personal? ¿Acaso dos personas no tienen que confiar la una en la otra para convertirse en amantes?


—Si estás hablando de compromisos…


—No, estoy hablando de tu capacidad para acostarte repetidamente con alguien en quien no confías. ¿Cómo lo haces?


—De la misma forma que la mayoría de la gente tiene aventuras de una sola noche, supongo.


—¿Así que lo nuestro es como una aventura de una sola noche… pero prolongada?


Ojalá se hubiera callado. Había sido superior a sus fuerzas.


Pedro suspiró, resignado.


—Yo creía que era así como tú misma querías que fuera. Tú has sido tan responsable como yo del distanciamiento emocional de nuestra relación.


Era cierto. Y sin embargo… ¿Sin embargo qué? ¿Qué diablos le estaba sucediendo?


—Lo siento. Supongo que nunca había estado con nadie que fuera tan franco conmigo con el tema de la confianza, o la desconfianza… Y me ha impactado, eso es todo.


—La culpa es mía… —Pedro alzó una mano para acariciarle una mejilla, pero ella se apartó.


—Por otro lado, quizá yo no sea merecedora de tu confianza. Es la primera vez que pienso sobre ello.


—¿Quieres que te sea sincero?


Paula lo miró ceñuda.


—No. Miénteme, por favor.


—A mí me pareces una mujer que guarda secretos. Ésa es la impresión que me das. No estoy seguro de cuáles son esos secretos, pero están ahi.


—Todo el mundo tiene secretos, ¿no?


—Sí, pero no todo el mundo vive su vida a través de ellos. Los tuyos parecen dominarte de alguna manera.


—Gracias por la sesión de psicoanálisis, doctor —levantándose de la cama, empezó a vestirse.


Pedro la agarró de un brazo e intentó obligarla suavemente a volverse, pero ella lo rechazó de nuevo.


—Dado que eres tan sagaz, ¿por qué no me dices lo que estoy pensando ahora?


Una vez más se avergonzó de su propia incapacidad para dominarse.


—Me voy a dar un paseo —replicó él.


Mientras lo observaba vestirse, Paula se preguntó si alguna vez encontraría a un hombre con quien sintiera la necesidad de desnudarse emocionalmente. Un hombre que se convirtiera en guardián de sus secretos: el único que la conociera por dentro y por fuera.


Una desagradable y traicionera voz interior le recordó que Pedro era ese hombre





No hay comentarios.:

Publicar un comentario