miércoles, 31 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 32




Paula se atragantó con su agua mineral a la altura del comentario número 9. Tosió y escupió antes de que estuviera en condiciones de borrar el comentario. Su verdadero nombre había aparecido por algunas horas en la red, para que todo el mundo pudiera verlo…


¿Y si se veía obligada a cerrar el blog? Aquel internauta anónimo podía hacer lo que quisiera. 


Hasta el momento Paula había intentado borrar sus comentarios, pero lo de mencionar su nombre había sido demasiado. Si conocía su identidad, podría colgar todo lo que quisiera sobre ella. Podía arruinarle la vida.


No sabía lo que aquel tipo sabía de ella. Pero estaba segura de que sabía demasiado. Y también estaba segura de que el tipo era Kostas.


Se obligó a respirar profundamente varias veces, lentamente, hasta que se tranquilizó un poco. Después borró también la siguiente entrada, dado que era una respuesta al comentario anónimo. Acto seguido escribió un correo a «Juju» para explicarle el motivo por el cual había borrado su comentario.


El internauta anónimo había dejado una dirección de correo, pero eso a Paula no le servía de nada. Era tan fácil abrir una cuenta, que su autor podía abrir una con cada comentario que enviara a su blog. Y si establecía alguna medida extraordinaria de seguridad, eso solamente serviría para molestar a sus leales lectores.


—¿Qué te pasa? Parece como si estuvieras a punto de romper el ordenador —dijo Pedro, apareciendo de repente.


—Se nos ha acabado la cerveza, y yo quiero una.


—Acabo de llegar de la tienda. Hay seis latas enfriándose ahora mismo en la nevera.


—Menos mal.


—¿Tan malo es lo que acabas de leer?


Paula suspiró. ¿Se atrevería a contarle la verdad? ¿Toda la verdad? El estómago se le encogía ante la idea, pero necesitaba sacarse aquella angustia del pecho, de alguna manera…


Le daban ganas de vomitar sólo de imaginarse a Pedro leyendo todo lo que había escrito sobre él. Pero… ¿qué otro remedio le quedaba? Pedro era un agente de la CIA que la estaba ayudando a esconderse de un terrorista, y si ella no le facilitaba toda la información de que disponía… ¿cómo podría ayudarla?


—Tengo un… er… un blog —le dijo—. Para hablar con mis amigos en la red y esas cosas. Resulta que Kostas ha estado colgando comentarios… amenazantes.


Pedro la miró con expresión inescrutable.


—¿Acabas de recibir un comentario suyo?


—Sí.


—No lo habrás borrado, ¿verdad?


Paula esbozó una mueca.


—Me temo que sí. Estaba asustada.


—¡Maldita sea! Si no lo hubieras hecho, habríamos podido rastrear su paradero.


—Lo siento. No se me ocurrió…


—La próxima vez avísame, ¿de acuerdo? Ya me encargaré yo.


—Probablemente debería dejar en suspenso el blog durante un tiempo, ¿no te parece? —le preguntó, aunque detestaba la idea.


—No, al contrario. Es nuestro enlace con ese tipo. Volverá a escribirte, y ésa es una manera de que podamos intentar localizarlo.


—¿Pero y si escribe también mi apellido, la próxima vez que…?


—Puedo hacer que instalen un sistema de seguimiento en el sitio web, para que cada vez que alguien cuelgue un comentario te lo notifiquen con una llamada al móvil. Así podrás borrar comentarios inapropiados al instante de recibirlos.


Paula esbozó una mueca. Unos segundos en la red bastaban para que cualquiera pudiera leerlo en cualquier lugar del mundo. Tenía una media de cinco mil visitas diarias. Cinco mil potenciales invasores de su intimidad, si llegaban a conocer su verdadero nombre.


—No lo sé. Las cosas que escribo allí son privadas y, la verdad… tampoco estoy muy segura de querer que tú las leas…


—¿Por qué no? —frunció el ceño.


Se encogió de hombros, fingiendo un gesto de indiferencia.


—Son cosas de chicas. Generalmente no me gusta que mis amantes las lean.


Pedro arqueó una ceja y se acercó para echar un vistazo a lo que había en la pantalla del ordenador. Que no era otra cosa que su reflexión sobre el trabajo oral y sus consecuencias para la paz mundial.


Paula se apresuró a cerrar la ventana.


—No quiero que leas las cosas buenas que escribo sobre ti… Se te pueden subir a la cabeza —le dijo a manera de excusa.


—Créeme, cariño. A estas alturas, ya nada puede sorprenderme…


Paula se echó a reír, pero la risa le salió un tanto forzada. Nunca se acostumbraría a la idea de que alguno de sus amantes pudiera acceder a su blog: que lo hubiera hecho Kostas ya era suficientemente malo. De alguna manera, eso conseguía inhibirla aún más.


—Está bien, no temas. No leeré tu blog, ¿de acuerdo?


—Gracias —le dijo—. De todas formas, supongo que, si no encontramos pronto a Kostas, tendré que dejártelo leer de todas formas.


Pedro la tomó de la mano y la hizo levantarse. 


Sin previo aviso, se apoderó de su boca en un largo y apasionado beso.


—¿Sabes una cosa? Me excita saber que hablas con tus amistades sobre mí.


—¿De veras? —sonrió levemente.


—De veras.


Paula podía sentir la presión de su miembro.


—Vaya, eso es fantástico…


Pedro deslizó las manos debajo de su camiseta y le desabrochó el sujetador. Un instante después le estaba acariciando los senos, pellizcándole suavemente los pezones.


—Eso me anima a continuar impresionándote para que les cuentes más cosas buenas sobre mí.


—Mmmm… —gimió ella—. Creo que lo has captado bien.


—Desde luego.


Le sacó la camiseta y se sentó en la silla del escritorio. Luego la acercó hacia sí, entre sus muslos, y se llevó su seno izquierdo a la boca.


Paula lo deseaba con locura. Suspiraba por su contacto, por sus caricias. Era casi como si se estuviera enamorando.


El amor. La simple idea la sacó de su gozoso estado de excitación para devolverla a la cruda realidad. La verdadera naturaleza de su relación era transitoria, provisional. Engañarse a sí misma era la última trampa en la que necesitaba caer a esas alturas.


Tenía que recuperar el control de sí misma y recordarse por qué estaban juntos. 


Estrictamente por el sexo.


Cerró los ojos de nuevo y se concentró en desterrar todos aquellos pensamientos negativos.


Pedro le bajó las braguitas hasta los tobillos. 


Luego deslizó los dedos en el interior de su húmedo sexo y empezó a acariciarla. No tardó en encontrar su punto G.


—No te detengas —murmuró ella, sin aliento.


No tenía pensado hacerlo. Siempre sabía cuándo seguir o cuándo retirarse, cuándo provocar o cuándo llegar hasta el final. Entendía los ritmos de su cuerpo mejor que ella misma.


Paula enterró las manos en su pelo y le apretó la cabeza contra su seno mientras él le mordisqueaba el pezón, mezclando el placer con un dolor insoportablemente leve.


Luego, él se arrodilló en el suelo, le quitó la falda y empezó a acariciarla con la lengua. Paula alzó una pierna para apoyar el pie en la silla y acomodarse mejor.


Pedro conocía su cuerpo demasiado bien. Tanto que daba miedo.


Empezó a mecer suavemente las caderas contra su boca mientras él deslizaba los dedos en su interior al tiempo que continuaba lamiéndola. Se estaba mojando hasta empaparse. Sus músculos internos se tensaban cada vez más, anunciando la inminencia del orgasmo.


Entonces Pedro, leyendo su cuerpo como un libro, la apartó ligeramente: la idea era reducir la intensidad de su excitación para prolongarla.


Lo consiguió. Sabía que cuando él desapareciera de su vida, como inevitablemente ocurriría, le costaría toda una vida encontrar un sustituto. Eso si lo encontraba.


Pedro se había hecho adicto a su sabor. Si hubiera podido pasarse un día entero entre las piernas de Paula, lo habría hecho. Pero ella era demasiado generosa como amante para permitírselo.


No había estado tan desencaminada con la última entrada de su blog. La esencia del sexo era la satisfacción mutua. Se necesitaba verdadero talento para aprender a conocer el cuerpo de la otra persona.


Continuó lamiéndola mientras paladeaba su sabor, los pliegues deliciosamente húmedos de su sexo. Le encantaba sentir su orgasmo en su boca, pero le gustaba casi tanto el lento proceso de excitación previa. Era una amante tan receptiva y bien dispuesta que tendía a acelerar ese proceso, de manera que a Pedro le costaba prolongarlo. Pero sabía qué teclas tocar y en qué momento, para hacer lo más duradera posible la experiencia.


En todo caso, si alcanzaba el orgasmo demasiado pronto, eso tampoco era ningún problema. Siempre podía tener otro. Y otro. Y otro más.


—Quiero que me penetres —le pidió con voz ronca.


—Todavía no —susurró.


—Ahora —exigió ella, aferrándolo de los hombros para obligarlo a incorporarse.


—Qué impaciente —sonrió él.


—Me estás matando.


Tenía la frente perlada de sudor. Pedro podía sentir también el sudor que le corría por la espalda, uno de los síntomas que anunciaba su orgasmo.


La obligó suavemente a arrodillarse en el suelo, frente a él. Luego la despojó de la camiseta y la hizo volverse para que se apoyara en la silla del escritorio. La vista de su espalda desnuda lo excitó aún más, y se la cubrió de besos mientras se desabotonaba el pantalón.


Encontró un preservativo en un bolsillo y rasgó el sobre con los dientes. Rápidamente se lo puso y la penetró.


La sentía como mantequilla derretida, tan suave… Su calor lo envolvía por completo, haciéndole desear sumergirse en ella, fundirse con su ser.


La deseaba tanto… No era sensato desear a una mujer más que la propia vida. Tampoco era seguro. Porque eso lo volvía vulnerable.


Procuró hacer a un lado aquellos indeseables pensamientos mientras empezaba a moverse, tenso su cuerpo de placer. Quería borrar toda preocupación que pudieran tener ambos, con cada embate. Quería perderse en ella para no regresar jamás a la realidad.



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