miércoles, 31 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 32




Paula se atragantó con su agua mineral a la altura del comentario número 9. Tosió y escupió antes de que estuviera en condiciones de borrar el comentario. Su verdadero nombre había aparecido por algunas horas en la red, para que todo el mundo pudiera verlo…


¿Y si se veía obligada a cerrar el blog? Aquel internauta anónimo podía hacer lo que quisiera. 


Hasta el momento Paula había intentado borrar sus comentarios, pero lo de mencionar su nombre había sido demasiado. Si conocía su identidad, podría colgar todo lo que quisiera sobre ella. Podía arruinarle la vida.


No sabía lo que aquel tipo sabía de ella. Pero estaba segura de que sabía demasiado. Y también estaba segura de que el tipo era Kostas.


Se obligó a respirar profundamente varias veces, lentamente, hasta que se tranquilizó un poco. Después borró también la siguiente entrada, dado que era una respuesta al comentario anónimo. Acto seguido escribió un correo a «Juju» para explicarle el motivo por el cual había borrado su comentario.


El internauta anónimo había dejado una dirección de correo, pero eso a Paula no le servía de nada. Era tan fácil abrir una cuenta, que su autor podía abrir una con cada comentario que enviara a su blog. Y si establecía alguna medida extraordinaria de seguridad, eso solamente serviría para molestar a sus leales lectores.


—¿Qué te pasa? Parece como si estuvieras a punto de romper el ordenador —dijo Pedro, apareciendo de repente.


—Se nos ha acabado la cerveza, y yo quiero una.


—Acabo de llegar de la tienda. Hay seis latas enfriándose ahora mismo en la nevera.


—Menos mal.


—¿Tan malo es lo que acabas de leer?


Paula suspiró. ¿Se atrevería a contarle la verdad? ¿Toda la verdad? El estómago se le encogía ante la idea, pero necesitaba sacarse aquella angustia del pecho, de alguna manera…


Le daban ganas de vomitar sólo de imaginarse a Pedro leyendo todo lo que había escrito sobre él. Pero… ¿qué otro remedio le quedaba? Pedro era un agente de la CIA que la estaba ayudando a esconderse de un terrorista, y si ella no le facilitaba toda la información de que disponía… ¿cómo podría ayudarla?


—Tengo un… er… un blog —le dijo—. Para hablar con mis amigos en la red y esas cosas. Resulta que Kostas ha estado colgando comentarios… amenazantes.


Pedro la miró con expresión inescrutable.


—¿Acabas de recibir un comentario suyo?


—Sí.


—No lo habrás borrado, ¿verdad?


Paula esbozó una mueca.


—Me temo que sí. Estaba asustada.


—¡Maldita sea! Si no lo hubieras hecho, habríamos podido rastrear su paradero.


—Lo siento. No se me ocurrió…


—La próxima vez avísame, ¿de acuerdo? Ya me encargaré yo.


—Probablemente debería dejar en suspenso el blog durante un tiempo, ¿no te parece? —le preguntó, aunque detestaba la idea.


—No, al contrario. Es nuestro enlace con ese tipo. Volverá a escribirte, y ésa es una manera de que podamos intentar localizarlo.


—¿Pero y si escribe también mi apellido, la próxima vez que…?


—Puedo hacer que instalen un sistema de seguimiento en el sitio web, para que cada vez que alguien cuelgue un comentario te lo notifiquen con una llamada al móvil. Así podrás borrar comentarios inapropiados al instante de recibirlos.


Paula esbozó una mueca. Unos segundos en la red bastaban para que cualquiera pudiera leerlo en cualquier lugar del mundo. Tenía una media de cinco mil visitas diarias. Cinco mil potenciales invasores de su intimidad, si llegaban a conocer su verdadero nombre.


—No lo sé. Las cosas que escribo allí son privadas y, la verdad… tampoco estoy muy segura de querer que tú las leas…


—¿Por qué no? —frunció el ceño.


Se encogió de hombros, fingiendo un gesto de indiferencia.


—Son cosas de chicas. Generalmente no me gusta que mis amantes las lean.


Pedro arqueó una ceja y se acercó para echar un vistazo a lo que había en la pantalla del ordenador. Que no era otra cosa que su reflexión sobre el trabajo oral y sus consecuencias para la paz mundial.


Paula se apresuró a cerrar la ventana.


—No quiero que leas las cosas buenas que escribo sobre ti… Se te pueden subir a la cabeza —le dijo a manera de excusa.


—Créeme, cariño. A estas alturas, ya nada puede sorprenderme…


Paula se echó a reír, pero la risa le salió un tanto forzada. Nunca se acostumbraría a la idea de que alguno de sus amantes pudiera acceder a su blog: que lo hubiera hecho Kostas ya era suficientemente malo. De alguna manera, eso conseguía inhibirla aún más.


—Está bien, no temas. No leeré tu blog, ¿de acuerdo?


—Gracias —le dijo—. De todas formas, supongo que, si no encontramos pronto a Kostas, tendré que dejártelo leer de todas formas.


Pedro la tomó de la mano y la hizo levantarse. 


Sin previo aviso, se apoderó de su boca en un largo y apasionado beso.


—¿Sabes una cosa? Me excita saber que hablas con tus amistades sobre mí.


—¿De veras? —sonrió levemente.


—De veras.


Paula podía sentir la presión de su miembro.


—Vaya, eso es fantástico…


Pedro deslizó las manos debajo de su camiseta y le desabrochó el sujetador. Un instante después le estaba acariciando los senos, pellizcándole suavemente los pezones.


—Eso me anima a continuar impresionándote para que les cuentes más cosas buenas sobre mí.


—Mmmm… —gimió ella—. Creo que lo has captado bien.


—Desde luego.


Le sacó la camiseta y se sentó en la silla del escritorio. Luego la acercó hacia sí, entre sus muslos, y se llevó su seno izquierdo a la boca.


Paula lo deseaba con locura. Suspiraba por su contacto, por sus caricias. Era casi como si se estuviera enamorando.


El amor. La simple idea la sacó de su gozoso estado de excitación para devolverla a la cruda realidad. La verdadera naturaleza de su relación era transitoria, provisional. Engañarse a sí misma era la última trampa en la que necesitaba caer a esas alturas.


Tenía que recuperar el control de sí misma y recordarse por qué estaban juntos. 


Estrictamente por el sexo.


Cerró los ojos de nuevo y se concentró en desterrar todos aquellos pensamientos negativos.


Pedro le bajó las braguitas hasta los tobillos. 


Luego deslizó los dedos en el interior de su húmedo sexo y empezó a acariciarla. No tardó en encontrar su punto G.


—No te detengas —murmuró ella, sin aliento.


No tenía pensado hacerlo. Siempre sabía cuándo seguir o cuándo retirarse, cuándo provocar o cuándo llegar hasta el final. Entendía los ritmos de su cuerpo mejor que ella misma.


Paula enterró las manos en su pelo y le apretó la cabeza contra su seno mientras él le mordisqueaba el pezón, mezclando el placer con un dolor insoportablemente leve.


Luego, él se arrodilló en el suelo, le quitó la falda y empezó a acariciarla con la lengua. Paula alzó una pierna para apoyar el pie en la silla y acomodarse mejor.


Pedro conocía su cuerpo demasiado bien. Tanto que daba miedo.


Empezó a mecer suavemente las caderas contra su boca mientras él deslizaba los dedos en su interior al tiempo que continuaba lamiéndola. Se estaba mojando hasta empaparse. Sus músculos internos se tensaban cada vez más, anunciando la inminencia del orgasmo.


Entonces Pedro, leyendo su cuerpo como un libro, la apartó ligeramente: la idea era reducir la intensidad de su excitación para prolongarla.


Lo consiguió. Sabía que cuando él desapareciera de su vida, como inevitablemente ocurriría, le costaría toda una vida encontrar un sustituto. Eso si lo encontraba.


Pedro se había hecho adicto a su sabor. Si hubiera podido pasarse un día entero entre las piernas de Paula, lo habría hecho. Pero ella era demasiado generosa como amante para permitírselo.


No había estado tan desencaminada con la última entrada de su blog. La esencia del sexo era la satisfacción mutua. Se necesitaba verdadero talento para aprender a conocer el cuerpo de la otra persona.


Continuó lamiéndola mientras paladeaba su sabor, los pliegues deliciosamente húmedos de su sexo. Le encantaba sentir su orgasmo en su boca, pero le gustaba casi tanto el lento proceso de excitación previa. Era una amante tan receptiva y bien dispuesta que tendía a acelerar ese proceso, de manera que a Pedro le costaba prolongarlo. Pero sabía qué teclas tocar y en qué momento, para hacer lo más duradera posible la experiencia.


En todo caso, si alcanzaba el orgasmo demasiado pronto, eso tampoco era ningún problema. Siempre podía tener otro. Y otro. Y otro más.


—Quiero que me penetres —le pidió con voz ronca.


—Todavía no —susurró.


—Ahora —exigió ella, aferrándolo de los hombros para obligarlo a incorporarse.


—Qué impaciente —sonrió él.


—Me estás matando.


Tenía la frente perlada de sudor. Pedro podía sentir también el sudor que le corría por la espalda, uno de los síntomas que anunciaba su orgasmo.


La obligó suavemente a arrodillarse en el suelo, frente a él. Luego la despojó de la camiseta y la hizo volverse para que se apoyara en la silla del escritorio. La vista de su espalda desnuda lo excitó aún más, y se la cubrió de besos mientras se desabotonaba el pantalón.


Encontró un preservativo en un bolsillo y rasgó el sobre con los dientes. Rápidamente se lo puso y la penetró.


La sentía como mantequilla derretida, tan suave… Su calor lo envolvía por completo, haciéndole desear sumergirse en ella, fundirse con su ser.


La deseaba tanto… No era sensato desear a una mujer más que la propia vida. Tampoco era seguro. Porque eso lo volvía vulnerable.


Procuró hacer a un lado aquellos indeseables pensamientos mientras empezaba a moverse, tenso su cuerpo de placer. Quería borrar toda preocupación que pudieran tener ambos, con cada embate. Quería perderse en ella para no regresar jamás a la realidad.



BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 31




Es un amante especial


¿Existe alguna sensación más maravillosa que la de encontrar a un amante que está en la misma sintonía que tú? Puedo contar con los dedos de una mano el número de veces que he sintonizado con un hombre al momento, sin hacer un especial esfuerzo o necesitar de algún juguete para que todo funcione, por así decirlo. Me quito el sombrero ante esos hombres.

Tengo una especial debilidad por los amantes generosos. Me gusta que un hombre se muestre tan interesado en darme placer como en recibirlo de mí. Esos tipos son como los Gandhis del dormitorio. Gente que presta un noble servicio… oral a la humanidad femenina.
Reconozcámoslo. ¿Acaso este planeta no sería el mejor lugar si todo el mundo supiera hacer un buen trabajo con la boca?
Este es mi consejo. Convertid esta actividad en la misión de vuestra vida. Vuestra razón. Aprended cada técnica, cada matiz de dar placer con la boca, y practicad, practicad, practicad. Le haréis un gran servicio al mundo.


Comentarios:
1. Donjuán dice: amén, hermana.

2. Dogman dice: me ofrezco voluntario para practicar con mujeres que necesiten pareja en su proceso de aprendizaje.

3. KendraK dice: sigue soñando, Dogman.

4. MaxM dice: estoy de acuerdo contigo, Eurogirl. El sexo oral es probablemente la clave de la paz en el mundo.

5. Eurogirl dice: si yo gobernara el mundo, el sexo oral formaría parte de la diplomacia.

6. Juju dice: tengo tanta envidia… ¿Os importaría dejar de fanfarronear sobre el sexo tan bueno que practicáis?

7. Eurogirl dice: perdona, estoy siendo un poroto repelente, ¿no?

8. Willow dice: Gandhi estaría orgulloso de ti, Eurogirl.

9. Anónimo dice: no me he olvidado de ti, Paula. No puedes esconderte de mí.

10. Juju dice: hey, Anónimo, deja de hacer el imbécil y piérdete.


BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 30





Paula se llevó su miembro a la boca y gimió suavemente. No se cansaba de saborearlo. No se cansaba de saborear a Pedro. Punto.


En cuanto a la conversación íntima y sincera que acababa de tener con él… la verdad era que no la había buscado. Pero algo en su interior la había hecho abrirse a Pedro para compartir las amargas verdades que por lo general ocultaba al mundo.


Quería que él la conociera. Que la conociera como ningún otro hombre la había conocido.


Lo cual era algo increíblemente estúpido.


No podía engañarse sobre el tipo de relación que compartía con Pedro. Era la clase de relación que siempre tenía: la sexual. La emocionalmente distante. La que carecía de expectativas.


Pedro, con mayor motivo que a cualquier otro de sus amantes, tenía que mantenerlo a distancia. El hecho de que él mismo temiera comprometerse era una motivación añadida.


Deslizó la lengua todo a lo largo de su falo; luego le quitó los boxers y empezó a lamerle los testículos sin dejar de acariciarle el miembro. 


Pedro se quedó sin aliento y se puso a jadear mientras ella cerraba los ojos y se esforzaba por olvidar la conversación que habían tenido.


No quería empezar a quererlo, no quería exponerse a sufrir cualquier especie de desengaño… y sin embargo sabía que estaba resbalando pendiente abajo, fuera del seguro refugio donde siempre se había escondido. Si no llevaba cuidado, muy pronto terminaría estrellándose contra el duro suelo.


Habitualmente, no había nada como una buena felación para hacerla volver a la realidad, al presente. Le encantaba la intimidad y el poder que le otorgaba sobre los hombres, le encantaba regalar aquel placer a otra persona, le encantaba la experiencia por su sensualidad. 


Pero, en aquel instante, la conversación que habían tenido continuaba resonando en su cabeza…


Volvió a meterse la punta en la boca y se concentró en acariciársela con los labios y la lengua a un ritmo constante, regular. Pedro respiraba aceleradamente mientras la tomaba de la nuca.


La relación física que compartían debería haber bastado. Paula era feliz con el amortiguador emocional que había fabricado en torno a su vida. Pero aquel hombre tenía algo que la atraía inevitablemente. Que le hacía preguntarse si en realidad no estaría caminando por la vida como sedada, si no se estaría perdiendo el mayor de los placeres con sus esfuerzos por evitarse todo dolor.


Maldijo para sus adentros.


Podía sentir que estaba llegando al orgasmo, y redujo el ritmo hasta que se apartó, decidida a seducirlo y tentarlo como le había prometido. A desquiciarlo de deseo. Aunque no había conseguido convencerlo de que se dejara atar, estaba decidida a llegar al mismo resultado por otros medios.


Pero su mente seguía dando vueltas en torno al tema de la confianza. ¿Se merecía ella su confianza? Nunca había traicionado a un hombre, nunca había engañado a nadie, ni había mentido… a no ser que su actividad como bloguera contara como una traición.


Y quizá lo fuera. Nunca había pedido a ninguno de sus amantes su consentimiento antes de revelar sus actividades sexuales. Simplemente se escudaba detrás del anonimato como justificación. Pero si alguno de ellos hubiera descubierto lo de su blog… seguro que no se habría sentido nada contento.


Kostas había estado a punto de descubrir su blog cuando cierto día entró en su habitación mientras estaba redactando una entrada. Había hecho amago de leerlo por encima de su hombro, y Paula apenas había tenido tiempo de esconderlo. Al menos ella creyó que así fue, hasta que empezaron a aparecer aquellos comentarios anónimos.


En aquel momento, le había dicho a Kostas que simplemente estaba escribiendo y que no le gustaba que leyeran sus textos, lo cual era cierto. Le había dicho también que le gustaría publicarlos algún día, lo que tampoco era falso.
No se molestó en añadir que su blog le permitía darlos a conocer al mundo de manera inmediata. 


Y había terminado diciéndole que sencillamente escribía sobre sus viajes. Lo cual había sido una redomada mentira.


Con todo, se las había arreglado para que todo pareciera muy inocente. Otra mentira.


Así que quizá Pedro tuviera perfecto derecho a desconfiar de ella. Y, sin embargo, seguía sin gustarle la idea.


Quería que pensara que ella era distinta de las otras mujeres. Que era especial. Qué estupidez…


—¿Qué te pasa? —le preguntó Pedro, y Paula se ruborizó al tomar conciencia de que había vuelto a distraerse… en medio de una felación.


Había vuelto a ocurrir. Si el placer físico era el muro que había levantado para protegerse a sí misma de una mayor intimidad, Pedro lo estaba tirando abajo. El sexo había dejado de funcionar como una barrera.


—Nada —se incorporó—. Nada, de verdad.


—Tiene que ver con lo que hemos estado hablando.


Suspirando, Paula se apartó el pelo de la cara y desvió la mirada hacia la ventana. Se estaba poniendo el sol y la luz de las velas era la única que había en la habitación.


No sabía qué decir. Le encantaba y al mismo tiempo le disgustaba que Pedro tuviera aquella capacidad para detectar sus cambios de humor y adivinar sus sentimientos. Quizá fuera una de las desventajas de salir con un espía…


—No es nada.


—Ya —su tono rezumaba ironía.


Paula continuaba mirando por la ventana, callada. 


El verde de los bosques, junto con el azul del lago, habría debido pintar un paisaje sereno, tranquilizador. Pero con la última luz crepuscular todo adquiría un aspecto sombrío, lúgubre.


—Si antes he dicho algo que te ha molestado, me disculpo por ello —dijo Pedro.


—Tú no confías en mí —le espetó, y al instante se arrepintió de sus palabras.


—Yo no confío en nadie, así que no te lo tomes de una manera personal.


—¿Acaso no es todo personal? ¿Acaso dos personas no tienen que confiar la una en la otra para convertirse en amantes?


—Si estás hablando de compromisos…


—No, estoy hablando de tu capacidad para acostarte repetidamente con alguien en quien no confías. ¿Cómo lo haces?


—De la misma forma que la mayoría de la gente tiene aventuras de una sola noche, supongo.


—¿Así que lo nuestro es como una aventura de una sola noche… pero prolongada?


Ojalá se hubiera callado. Había sido superior a sus fuerzas.


Pedro suspiró, resignado.


—Yo creía que era así como tú misma querías que fuera. Tú has sido tan responsable como yo del distanciamiento emocional de nuestra relación.


Era cierto. Y sin embargo… ¿Sin embargo qué? ¿Qué diablos le estaba sucediendo?


—Lo siento. Supongo que nunca había estado con nadie que fuera tan franco conmigo con el tema de la confianza, o la desconfianza… Y me ha impactado, eso es todo.


—La culpa es mía… —Pedro alzó una mano para acariciarle una mejilla, pero ella se apartó.


—Por otro lado, quizá yo no sea merecedora de tu confianza. Es la primera vez que pienso sobre ello.


—¿Quieres que te sea sincero?


Paula lo miró ceñuda.


—No. Miénteme, por favor.


—A mí me pareces una mujer que guarda secretos. Ésa es la impresión que me das. No estoy seguro de cuáles son esos secretos, pero están ahi.


—Todo el mundo tiene secretos, ¿no?


—Sí, pero no todo el mundo vive su vida a través de ellos. Los tuyos parecen dominarte de alguna manera.


—Gracias por la sesión de psicoanálisis, doctor —levantándose de la cama, empezó a vestirse.


Pedro la agarró de un brazo e intentó obligarla suavemente a volverse, pero ella lo rechazó de nuevo.


—Dado que eres tan sagaz, ¿por qué no me dices lo que estoy pensando ahora?


Una vez más se avergonzó de su propia incapacidad para dominarse.


—Me voy a dar un paseo —replicó él.


Mientras lo observaba vestirse, Paula se preguntó si alguna vez encontraría a un hombre con quien sintiera la necesidad de desnudarse emocionalmente. Un hombre que se convirtiera en guardián de sus secretos: el único que la conociera por dentro y por fuera.


Una desagradable y traicionera voz interior le recordó que Pedro era ese hombre





martes, 30 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 29




Después de tres idílicos días en la villa de las afueras de Bellagio, Pedro se sentía frustrado por la falta de progreso en las investigaciones de sus colegas sobre el paradero de Kostas. Una frustración que no tenía correspondencia alguna en el plano sexual. Paula era incansable y maravillosamente creativa. Y él estaba viviendo los momentos más felices de su vida.


Resultaba demasiado fácil olvidarse de que seguía siendo un agente de la CIA.


—¿Te apetece que te ate? También puedo vendarte los ojos… —le preguntó Paula con una maliciosa sonrisa mientras abría un cajón del armario y sacaba un puñado de pañuelos de seda.


Pedro detestaba ser un aguafiestas.


—Er… creo que eso no es lo mío.


—¡Oh, vamos! ¿A quién no le gusta perder el control de cuando en cuando?


—A mí, creo —se incorporó en la cama para apoyarse en el cabecero.


Paula se sentó a su lado y deslizó una mano por su duro abdomen.


—¿Es por tu preparación como agente de la CIA? ¿Crees que voy a atarte con estos pañuelos para luego torturarte y sonsacarte información?


Pedro intentó no sonreírse.


—Quizá.


—Si te torturo, lo haré muy bien.


—¿De veras?


—Podría seducirte y tentarte una y otra vez hasta volverte loco de deseo. Acercarme y alejarme, acercarme y alejarme… Ese tipo de cosas.


—¿Dónde tengo que firmar? —inquirió, sarcástico.


Paula blandió uno de los pañuelos.


—¿Tengo que ponerme dura para conseguir convencerte?


—Lo siento, pero ya te he dicho que no me gustan esas cosas.


Paula había encendido velas en el dormitorio. Al otro lado de la habitación, un ventilador refrescaba el ambiente. En el pequeño equipo de estéreo sonaba una canción de Barry White a bajo volumen.


Paula sólo llevaba un sujetador y unas braguitas de encaje negro, y probablemente cualquier otro hombre heterosexual que quedara en el mundo se habría dejado atar y azotar con gusto por ella. 


Pero Pedro tenía un bloqueo interno a perder el control que ni siquiera una mujer como ella podría romper. E incluso aunque lo consiguiera, estaba seguro de que no disfrutaría.


—¿Confías en mí? —le preguntó Paula.


Confianza. No era una palabra que uno pudiera tomársela a la ligera.


—Todavía estamos en proceso de conocernos, ¿no?


—O sea que no confías en mí.


—Lo siento, pero supongo que tiene que ver con mi trabajo: no confiar en nadie y sospechar de todo el mundo. Ésa es mi vida.


Sabía que estaba intentando disimular su decepción. Se le notaba: aquello la había dolido.


—Qué triste, ¿no?


—Sí que lo es.


—¿Has confiado alguna vez completamente en alguien?


Pedro reflexionó sobre su pregunta, consciente de que ninguna respuesta sonaría bien a sus propios oídos. De joven no había tenido ningún problema en convertirse en agente secreto, porque ya de niño había aprendido que la confianza era un bien escaso.


—Completamente, no.


Se lo quedó mirando como si acabara de confesarle que tenía cáncer.


—Guau. Lo siento.


—Supongo que ahora entenderás por qué soy tan poco aficionado a las relaciones a largo plazo.


—¿A quién recurres entonces cuando necesitas un amigo que te escuche, alguien con quien puedas desahogarte?


—A nadie. Forma parte de mi trabajo. Me guardo mis secretos y solamente confío en mí mismo.


—¿Pero a veces no tienes que trabajar con otra gente?


—Claro, pero sabiendo que podrían traicionarme en cualquier momento.


—¿De niño tampoco confiabas en nadie?


—Quizá antes de que tuviera uso de conciencia.


—¿Te criaste entre lobos o algo así?


—Los lobos probablemente habrían sido más cariñosos —sonrió, irónico.


Paula arqueó las cejas sin decir nada, como esperando a que continuara.


—Te conté que mi padre trabajaba para el ministerio de Exteriores, pero no que mi madre se marchó de casa cuando mi hermano y yo éramos pequeños.


—¿Cómo de pequeños?


—Yo tenía un año y David tres.


Paula esbozó una mueca.


—Vaya. Lo siento.


—Hey, todos necesitamos algo contra lo que rebelarnos, ¿no?


—¿Eso piensas de verdad?


—Claro —se encogió de hombros.


—¿Seguiste en contacto con tu madre después de que se marchara?


Pedro negó con la cabeza.


—Era maníaco-depresiva y, según mi padre, terminó viviendo en París con un actor hasta que se suicidó con una sobredosis.


—Oh, Dios mío, lo siento tanto… ¿Tu padre volvió a casarse?


—Sí, se casó con la Reina de Hielo. Ni el uno ni la otra estaban dispuestos a consentir que dos pequeñuelos arruinaran sus vidas, así que…


—Os mandaron a un internado.


—Básicamente, sí. La versión oficial era que tenían que darnos una buena educación.


—¿Te llevabas bien con tu padre?


—Tan bien como podía teniendo en cuenta que sólo lo veía los veranos y los días de vacaciones.


—¿Y ahora?


—Vive en Monterrey con la Reina de Hielo. Juega al golf, fuma puros y conspira para pagar pocos impuestos.


—¿Habláis?


—De vez en cuando, pero en asuntos emocionales, es de la vieja escuela. Piensa que una buena borrachera es la solución a la mayoría de los problemas. Cada vez que he intentado tener una conversación sincera con él, me ha mirado como si fuera gay.


—Ahora entiendo por qué la perspectiva de haberte criado entre lobos no te parecía tan mala…


Pedro bajó la mirada a los pañuelos que todavía tenía en la mano y sintió una punzada de arrepentimiento por haberle amargado la fiesta. 


Al menos ahora entendía por qué era tan desconfiado. Mejor que lo hubiera averiguado antes que después.


—Supongo que debería llevar encima un letrero que dijera: ¡Cuidado! Mutilado emocional.


Paula sonrió con tristeza.


—Creo que, si fuéramos sinceros, todos deberíamos llevar un letrero así.


—Tú pareces haberte adaptado bien —le dijo él.


—Sí. Teniendo en cuenta el estilo de vida de mi familia, parece que he sobrevivido muy bien.


—Tú tampoco me has hablado nunca de tu familia.


Paula suspiró mientras se estiraba a su lado, en la cama.


—Probablemente por las mismas razones que tú.


—¿Tú también habrías preferido criarte entre lobos?


—¡Por supuesto! —se echó a reír, pero era una risa sin humor—. Mis padres no estaban preparados para convertirse en adultos responsables. Nunca lo estuvieron. Ambos eran adictos a todo tipo de drogas: siempre estaban pendientes de la próxima dosis. Y mi hermano también cayó en la trampa. Cuando creces viendo a tus padres ponerse de todo, no puedes evitar contemplarlo como una posible solución cuando las cosas se ponen feas.


—¿Y tú?


—Aparte del alcohol y de un breve flirteo con la marihuana, tengo un historial sin tacha. Aprendí a alejarme de las drogas duras a fuerza de ver lo que les sucedió a mis padres.


—Pero tu hermano no tuvo tanta suerte.


—Se equivocó a la hora de elegir a sus amigos. Yo intenté protegerlo, pero era poco lo que podía hacer. Bastante tenía con lo mío.


Pedro le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí. Se notaba que quería a su hermano con locura.


La besó en la frente y aspiró su dulce aroma. 


Olía a casa. A hogar. Aquella mujer era realmente su hogar. Ejercía un peligroso y adictivo efecto sobre su alma… que lo aterraba.


—Es muy afortunado de tener una hermana como tú.


—Prueba a decir eso desde que me largué a Europa y no volví más.


—¿Sigue resentido por tu marcha?


—Desde luego. Yo soy la única familia que le queda, y piensa que lo he abandonado.


—¿No has vuelto ni una sola vez por vacaciones?


Paula negó con la cabeza.


—Él ha venido a Europa un par de veces, pero yo no he vuelto allá. Me pongo enferma sólo de pensar en ello.


—¿Entonces por qué quieres marcharte de Italia en septiembre?


—Es algo muy extraño. Vuelvo solamente para la boda de mi hermano, pero últimamente tengo la impresión de que mi etapa en Europa está a punto de terminar.


—¿Echas de menos California?


—Claro, son muchas las cosas que echo de menos. Creo que me da miedo enfrentarme a la carga emocional.


—Pero vas a volver de todas formas. Para eso se necesita coraje.


—No creo que sea tan noble como parece. Siempre tuve en la cabeza que viajaría por Europa durante cinco años y luego volvería a casa.


—¿Por qué cinco años?


—Supongo por que en su momento me pareció una buena idea.


Pedro vio que cruzaba una pierna sobre las suyas y se excitó de inmediato. Bajó la mirada a la sombra de vello que se distinguía bajo sus braguitas. Buena oportunidad para excitarse, en medio de una conversación tan íntima…


Paula se fijó en la tienda de campaña que había formado con el calzoncillo y se sonrió. 


Deslizando una mano por su vientre, se detuvo en el elástico de sus boxers.


—Perdona. No quería distraerte de la conversación.


—Para hablar siempre hay tiempo, ¿no? —susurró Paula, y antes de que él pudiera evitarlo, cambió de posición para acercar los labios a la punta de su sexo, que seguía presionando contra el tejido de algodón.


Pedro cerró los ojos y suspiró. Paula era la mujer más excitante que había tenido el placer de conocer. Representaba el peligro más grave al que se había enfrentado jamás, y lo cierto era que estaba indeciso entre hundirse aún más en aquella adicción… o salir corriendo.