lunes, 10 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 41




Mientras Paula viajaba por el desierto camino que llevaba a la cabaña, recordaba la primera vez que había circulado por allí. Recordaba lo incómoda que se había sentido en el bosque, el desdén con que había mirado la cabaña. Y ahora aquí estaba, corriendo a toda velocidad, volviendo a esos lugares, amándolos porque eran parte del hombre que ella amaba.


Cuando el automóvil llegó al claro que había frente a la cabaña, Paula apenas dejó que se apagara el motor cuando se apeó y echó a correr por el sendero. En dos pasos estuvo en el porche. En seguida llamó a la puerta y dijo:
—¡Pedro! ¡Pedro! Soy yo, Paula. ¡Tengo que hablar contigo, Pedro!


Siguió llamando a la puerta por lo menos durante cinco minutos. Se negaba a creer que él no estuviera allí.


Por fin, con la voz cansada y enronquecida, se volvió con el ánimo por el suelo. El no estaba. 


Se había marchado.


Las lágrimas le nublaron la visión cuando dirigió la mirada hacia el bosque que la rodeaba. ¿Por qué? ¿Por qué siempre tenía que hacer las cosas equivocadas? Primero se precipitaba; después, cuando se le presentaba una nueva oportunidad de alcanzar la felicidad, actuaba con demasiada lentitud.


Paula empezó a caminar desalentada hacia su automóvil. Cuando le habló por primera vez de él, Marcia dijo que él había llegado de visita desde California. ¿Acaso había regresado allá? 


Y si lo había hecho, ¿cómo haría ella para ubicarlo? Entonces su mente saltó hacia otra idea. ¿Y si él no se había marchado? ¿Y si estaba en algún lugar del bosque, posiblemente dando un largo paseo con Príncipe? ¿Cómo podía saberlo?


Entonces un recuerdo vino a salvarla. ¡Pedro tenía un automóvil aquí, el Pontiac Trans Am negro que habían usado para ir a la casa de Verónica! El había dicho que lo guardaba en un garaje oculto, que no se veía desde la cabaña.


¿Y si ella ahora trataba de encontrarlo? Si su automóvil todavía estaba allí, entonces él también estaba, y si no estaba... bueno, cuando llegara el momento se ocuparía de esa posibilidad. Ahora, la posibilidad de que él todavía estuviera en las cercanías le dio esperanzas, y con el espíritu más animado, partió en la dirección que Pedro había señalado vagamente al informarle sobre la existencia del garaje.


Descubrir la sólida construcción le llevó cierto tiempo. Estaba más lejos de la cabaña de lo que ella había pensado. Pero como recompensa, a través de una rendija de la gruesa puerta de madera pudo ver que el automóvil estaba en el interior.


El pajarillo que gorjeaba en el árbol hubiera podido ser perdonado por mirar lleno de curiosidad a la mujer de pelo oscuro que lanzó un gritito de alegría y ensayó unos pasos de baile sobre el suelo cubierto de agujas de pino antes de desaparecer trotando de su vista.


Con el alma llena de renovado optimismo, Paula volvió corriendo sobre sus pasos, sólo que esta vez lo hizo en forma más directa pues conocía el camino. Por eso, su regreso a la cabaña le llevó mucho menos tiempo.


Sin embargo, a medida que se fue acercando, sus pasos se hicieron más lentos y su determinación vaciló. Deseó que él hubiera regresado y, no obstante ello, en otro sentido deseó que no. No estaba segura de cómo tenía que empezar. Sólo porque ella quería tener una oportunidad de hablar con él, ¿estaría él dispuesto a escucharla?


Las rodillas le temblaban tanto por el esfuerzo como por los nervios cuando subió una vez más los escalones del porche. Tuvo que tragar con esfuerzo para no perder el coraje. Esta vez, el golpe con que llamó a la puerta fue más sereno mientras que la excitación, el miedo y el dolor físico luchaban entre sí por prevalecer en sus emociones.



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