lunes, 10 de septiembre de 2018
PERSUASIÓN : CAPITULO 42
Cuando oyó sonido de pisadas del otro lado de la puerta su corazón dio un rápido brinco. ¡El estaba aquí!
La puerta se abrió y Pedro entornó los ojos para protegerlos del resplandor del sol. Su expresión no era nada amistosa.
—Mira Ronnie —se quejó—. No quiero que me molesten y...
Las palabras quedaron flotando en la nada cuando vio que la persona no era su hermana.
—¿Paula?
El nombre fue pronunciado con incredulidad.
Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no arrojársele a los brazos. Pero la incertidumbre que sentía acerca de la forma en que él tomaría ese gesto, la detuvo.
—Hola —dijo ella.
"¡Estúpida, estúpida, estúpida!" pensó. "¡Qué estúpida, tonta e idiota! ¡Ahora yo podría completar lo absurdo de este momento comentando que los últimos días hemos tenido mucho calor!"
Pedro dio un paso a un costado después de mirarla atónito un momento, y dejó espacio para que ella entrara.
Paula se preguntó cómo él no podía oír el ruido que hacían sus huesos al entrechocarse, pues ella temblaba violentamente de pies a cabeza.
El saludo de Príncipe, que había venido al trote al oír la voz de ella, la ayudó un poco a cubrir la incómoda tensión que flotaba entre ellos. Pero Paula no podía seguir acariciando eternamente a ese perro... cuando en realidad lo que ella quería era acariciar al amo, si él se lo permitía.
Paula levantó la vista y sus ojos violetas formaron un hermoso contraste con su pelo oscuro.
Sostuvo la recelosa mirada de Pedro por un corto tiempo antes de mirar a su alrededor.
—¿Terminaste por fin aquel manuscrito?
—¿Qué manuscrito?
—El que yo estaba pasando a máquina antes de...
Pedro se encogió de hombros cuando ella no completó la frase.
—No, pero terminé la revisión.
—Oh.
Paula cambió de posición y deseó haberse puesto vaqueros en vez del vestido estilo campesino, a fin de tener dónde esconder sus manos.
—¿Qué te trae de regreso por aquí? —preguntó Pedro por fin cuando pareció que ella no tenía nada más que decir.
¿Debía decírselo? Paula decidió aguardar y probar un poco más cómo estaba la atmósfera.
No quería desnudar su alma y descubrir que él había cambiado de forma de pensar. La humillación, por no mencionar la desesperación, serían demasiado grandes.
—Estaba por aquí cerca...
Un poco de la reserva de Pedro se derritió.
—Y pensaste que debías pasar por aquí. Es increíble cuántas personas se encuentran en esa situación.
Las mejillas de Paula enrojecieron cuando ella recordó la última vez que él había usado palabras similares. Posiblemente su subconsciente recordaba. Fue cuando Verónica los interrumpiera por primera vez, después que ellos hicieran el amor.
Paula se movió por la habitación hasta ponerse detrás de la máquina de escribir.
-¿Quieres que te ayude? - Pedro la miró lleno de sospechas.
-¿Cuánto me costará?
"¡Todo lo que tienes!", pensó Paula, sonriéndose interiormente. Pero en voz alta, dijo:
—Es gratis.
Con pasos resueltos, Pedro cerró la distancia que los separaba y se detuvo también junto al escritorio. Sus ojos color canela la examinaron atentamente. Después, con voz más ronca que lo habitual, preguntó:
—¿Qué clase de servicios estás ofreciéndome, exactamente?
Paula aspiró hondo, casi perdida en la cálida luz que veía que empezaba a asomar a la mirada de él. Decidió arriesgarse...
—Me ofrezco yo misma... para toda la vida. -Pedro aspiró rápidamente, pero ella no lo dejó hablar pues agregó: —Si todavía me quieres...
—¿Quererte? —dijo Pedro en tono de incredulidad, y a continuación preguntó:— ¿Adán la quería a Eva? ¿Antonio quería a Cleopatra? ¿Romeo quería a Julieta?
Paula empezó a reír como válvula de escape para sus nervios.
Pedro no le dejó una oportunidad de responder sino que la tomó en sus brazos.
—Hablas en serio —dijo, más como una afirmación que como una pregunta, y la estrechó con fuerza.
Paula, con los ojos relucientes, respondió:
—¡En toda mi vida jamás he hablado más en serio!
Paula percibió el temblor que sacudía el cuerpo esbelto y duro de Pedro.
—¿No cambiarás de manera de pensar?
—No.
—¿Estás segura?
Paula empezaba a impacientarse. ¡Su cuerpo era una hoguera y lo único que él hacía era hablar!
—Pedro, si no te apresuras y me besas...
Pedro no la dejó terminar la frase. Muy eficazmente, detuvo con sus labios los movimientos de la boca de ella.
Paula puso todo lo que tenía en ese beso, todo su amor, todo su deseo. No quería del mundo nada más de lo que tenía aquí....Pedro en sus brazos, amándola, y saber que él seguiría amándola como ella a él.
Cuando por fin sus labios se separaron, Pedro respiraba entrecortadamente.
—Mujer, ¿te dije alguna vez que te amo?
Sus cálidos ojos marrones vibraban de emoción.
—Creo que una vez me lo dijiste.
Paula mantenía sus manos firmemente enlazadas detrás de la nuca de él, y disfrutaba con la forma en que el cuerpo de ella se moldeaba contra las duras líneas del cuerpo de él.
Las manos de Pedro le acariciaron amorosamente la cintura y las caderas.
—Tú no me creíste.
—Tenía miedo de creerte —lo corrigió ella.
Pedro la miró sorprendido.
—¿Porqué? —preguntó.
—Porque yo también estaba empezando a quererte.
—¿Y eso te asustó?
—Me dejó petrificada. Pero no tanto como cuando después supe la verdad.
—¿Y eso cuándo fue? —Pedro tenía la misma curiosidad que todos los enamorados.
Paula sonrió.
—En la fiesta.
—Pero después tú...
—Tuve miedo.
Pedro llevó sus manos hacia arriba.
—¡Me has hecho vivir en un infierno!
—Yo también viví en un infierno.
Paula se irguió en puntas de pie para besarlo en el mentón ligeramente áspero y le rozó juguetonamente la piel con los labios hasta que él no pudo seguir soportándolo y vorazmente la guió para que sus bocas se encontraran.
Mientras Pedro la atraía hacia él, Paula fue consciente del poder que sobre él tenía. Pero estaban empatados, pues él tenía sobre ella el mismo poder de enardecerla.
—Hazme una promesa, Paula —dijo Pedro cuando por fin pudo apartar su boca de los labios hambrientos de ella.
—¿Qué? —preguntó Paula con voz ahogada.
¡En ese momento hubiera sido capaz de prometerle cualquier cosa!
—Dime que te casarás conmigo.
¡Dulces palabras!
—Me casaré contigo... donde quieras, cuando quieras, en un autobús, en un tren, saltando en paracaídas de un avión.
Pedro rió un poco entrecortadamente.
—¿Y en una iglesia?
—¡También!
Paula se sentía maravillosamente bien.
Pedro la levantó del suelo, pasó un brazo por debajo de las rodillas de ella y empezó a bailar por la habitación. Giraron y giraron hasta que Paula temió que él la dejara caer. ¡Si él no estaba mareado, ella sí lo estaba!
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