lunes, 3 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 20





En el pasado, la rapidez de su lengua había salvado casi siempre a Paula de las situaciones difíciles. Ciertamente, le había servido de mucho con hombres que tomaron su firmeza como un freno a sus insinuaciones. Pero ahora, cuando realmente necesitó decir algo agudo e ingenioso a fin de salvar lo que de su orgullo todavía no estuviera en pedazos, no se le ocurrió nada. Su mente era como un vasto desierto de balbuceos inútiles.


—¿Interrumpí algo, Pedro? —preguntó la mujer, mientras su sorpresa era remplazada por el humor con que inspeccionó la persona desaliñada de Paula.


—Tú siempre me interrumpes cuando yo menos lo necesito, Bonnie. Fuiste una molestia desde que naciste y tuve que cederte mi cama.


La mujer rió y Paula la miró fijamente. Sí, podía ver el parecido. Ambos tenían las mismas facciones de corte clásico aunque en la mujer eran más suaves, más delicadas. Ambos eran altos, la mujer le llegaba a Pedro al mentón y no apenas al hombro, como Paula. Tenían el mismo color de pelo y de ojos, la misma sonrisa. Sólo que la mujer era ligeramente pecosa y su cabello mostraba reflejos más claros.


—Lo siento —dijo la mujer, sin sentirse molesta por la acusación del hermano.


—Mentirosa. Estás disfrutando cada minuto. Lo hacías hasta cuando yo entraba en tu habitación y sacudía tu cama tratando de hacerte caer al suelo. Tú reías muy divertida.


—Los hombres hacen muchas tonterías y empiezan a edad muy temprana.


Pedro empezó a reír y acarició la mano que seguía apoyada en su antebrazo.


La mujer se lo permitió y después posó la mirada en Paula, quien durante todo ese diálogo había permanecido exactamente en el mismo lugar.


—Bueno, ¿no vas a presentarnos? —le dijo la mujer a su hermano.


La sonrisa de Pedro se acentuó y sus ojos se posaron en Paula, quien seguía inmóvil.


—Desde luego.


Pedro se apartó de su hermana, se acercó a Paula, la tomó de la mano y la condujo al centro de la habitación.


Paula parecía incapaz de controlar sus propios pies. Quería dar media vuelta, regresar a su habitación, encerrarse en el cuarto de baño, huir al bosque... ¡a cualquier parte menos estar aquí!


—Paula, esta es Verónica, mi hermana —dijo él sin necesidad—. Y, Verónica, esta es Paula, mi... hum... ah... secretaria. 


Con esas palabras y sabiendo cómo se veía de desaliñada ante la prolija Verónica, Paula hubiera querido meterse en el agujero más cercano. En cambio, dijo "hola" con voz ahogada que hubiera podido surgir de una lámpara por la respuesta que obtuvo.


Verónica la miró muy divertida desde el desordenado pelo oscuro hasta los pies descalzos —en su apuro Paula había olvidado sus zapatos— y de su garganta brotó una suave risita.


—Será mejor que te cuides, hermano mío, o esos ojillos y esas orejitas que no pueden esperar leer tus próximas palabras, por no hablar de los padres, podrían enterarse de lo libertino que eres.


—Lo que esas orejillas no sepan, no puede hacerles daño —respondió Pedro, y sonriendo diabólicamente, apretó la mano de Paula.


Paula retiró violentamente la mano y le lanzó una mirada glacial. Nuevamente la energía fue desperdiciada. Pedro la sorprendió aún más cuando continuó hablando:
—En realidad nos has sorprendido en un secreto, Bonnie, uno que todavía no queríamos decir a nadie... Pero puesto que se trata de ti... —puso un largo brazo sobre los hombros de Paula— te diré que vamos a casarnos.


Paula apenas podía creer a sus oídos. Volvió bruscamente la cabeza y lo miró con la incredulidad pintada en el rostro. La hermana de él hizo lo mismo.


—¿No vas a felicitarnos?—preguntó Pedro con una amplia sonrisa. 


Cuando Verónica permaneció callada, atónita, Paula abrió la boca para formular una acalorada protesta:
—¡Pero no estamos comprometidos! Nosotros no...


Pedro la hizo callar tomándola del mentón y aplicándole un beso en la boca.


Cuando él la soltó, Paula empezó a protestar pero fue interrumpida por la ronca voz de Pedro:
—Yo ya lo he propuesto...


—¡Pero yo no acepté! —replicó ella.


—Un pequeño detalle que no va a detenerme.


Su tono provocativo fue la perdición de Paula. 


Se libró de las manos de él y se volvió para enfrentarlo, con las manos apoyadas furiosamente en las caderas. Fue todo lo que pudo hacer para no clavarle las uñas en las bronceadas mejillas. Y pensar que hacía unos pocos minutos había estado en la cama de él, deseándolo... deseando que él la poseyera... permitiéndole que la poseyera.


Una oleada de encendida vergüenza inundó la piel de Paula, haciendo que Verónica enarcara una ceja en expresión inquisitiva. Paula vio esa expresión por el rabillo del ojo pero la ignoró.


—Esta vez te detendré —dijo con los dientes apretados.


Pedro se rascó pensativo la piel del mentón.


—No, no lo creo —dijo.


—¡Yo sí!


Otra voz intervino en la conversación.


—Yo no —dijo Verónica—. Mi hermano tiene razón. La palabra "no" nunca se interpuso en su camino cuando él quiso algo. Tiene que ser uno de los hombres más empecinados, y también más pacientes que he tenido la desgracia de conocer... lo cual es una combinación terrible, especialmente para las mujeres que entran en su vida.


Paula permaneció inmóvil, contando con el silencio como su mejor aliado. Dos contra una no era una posición muy conveniente.


Al observar la actitud empecinada del mentón de Paula, Verónica se dirigió a su hermano pasándole un mensaje sin palabras. Después cambió completamente su tema.


—¿Qué piensas, entonces? Y si la idea te gusta, ¿ayudarás?


—No lo sé.


Los ojos divertidos de Pedro se posaron nuevamente en Paula. Ella alzó el mentón, aumentando la diversión de él.


—¡Bueno, tenemos que hacer algo! Mamá se pasa horas vagando por su casa como una especie de espectro viviente y pasa horas sentada en el viejo estudio de papá. Está decayendo, Pedro. Si no la hacemos reaccionar pronto, bueno …


La expresión divertida desapareció instantáneamente de la cara de Pedro, quien dirigió toda su atención a su hermana.


—No estoy seguro de sí una fiesta ayudaría.


—¡Claro que ayudaría! —insistió Verónica—. Apartará su mente del hecho de que será su primer aniversario de casamiento sin papá.


—¿Pero una fiesta?


—Sería absolutamente lo mejor. Reunir a toda la familia, rodearla de cariño. Sé que nosotros jamás podremos remplazar a papá, pero no podemos dejarla que siga así. Han pasado seis meses. ¡Por favor, Pedro!


En la frente de Pedro apareció una arruga de preocupación.


—Quizá tengas razón. En realidad, debe de haber decaído mucho desde la última vez que la vi.


—Y no va a mejorar a menos que hagamos algo.


—Nuevamente, es probable que tengas razón.


Verónica lanzó una sonrisa radiante.


—Me alegro de tener una testigo. Mi hermano por fin ha admitido que dentro de mi cabeza tengo un cerebro, o dos.


—No te entusiasmes demasiado. Yo he dicho "quizá".


—Ah, pero eso es una concesión gigantesca.


Pedro la miró con una expresión de superioridad que hizo que Verónica sonriera feliz. Pero en seguida, su expresión se volvió pensativa.


—Tenemos que trabajar de prisa... el aniversario es el domingo que viene.


—No digas "tenemos".


—¡Pero Pedro, yo no puedo hacer todo sola!


—¿Desde cuándo? —replicó él con firmeza, pero el brillo de sus ojos lo delató.


—¡Oh, Pedro!


—A mí no me digas "Oh, Pedro". Sé que eres una dínamo... y que adoras organizar fiestas. Yo sólo te estorbaría, por no mencionar que tengo bastante trabajo que hacer aquí. Paula y yo tenemos trabajo que hacer.


Al oír eso, Paula, que se creía olvidada, se puso rígida.


—Yo pensé que quizá Paula... —empezó Verónica.


—No. Paula se queda acá. Ella es de veras mi secretaria, tú lo sabes.


Verónica suspiró.


—Oh, está bien. Supongo que puedo hacerlo todo yo sola.


—¿Por qué no llamas a Bárbara? Probablemente le gustará darte una mano.


—¡Darme órdenes, quieres decir! No, lo haré yo sola.


—¿Ves lo que quiero decir? —le susurró Pedro a Paula.


Verónica le lanzó una mirada significativa.


—Me pregunto cómo se podría cambiar a un pariente... si hubiese alguien que se encargue de eso.


—Sabes que jamás lo harías. Yo soy demasiado adorable.


—Y muy humilde.


—Eso también.


Verónica se echó a reír.


—Renuncio. Tengo que darme prisa. Teo tiene que llegar al aeropuerto a media noche y debo ir a buscarlo.


—De modo que pensaste venir por un momento y...


—Si tuvieses instalado un teléfono en esta tierra de nadie yo no habría tenido necesidad de venir hasta aquí.


—Como siempre llena de quejas, ¿verdad?


—La única queja que formularé será si no apareces el lunes.


—No te preocupes, allí estaré. —Miró a Paula y se corrigió.— Allí estaremos.


Paula no pudo seguir callándose.


— ¡Oh, no, nosotros no!


—Oh, sí, nosotros sí.


Paula miró furiosa a Pedro. Esta era la oportunidad que había estado esperando.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario