sábado, 29 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 27




—Es preciosa, Pedro. ¿Dónde la has encontrado?


Mientras abrochaba las rodilleras sobre los pantalones blancos de polo, él estuvo a punto de contestar: «En Londres». Pero se dio cuenta de que Francisco se refería a su nueva yegua.


—En Palm Beach. Es muy joven y no tiene experiencia, pero es una delicia montarla.


Francisco y él eran algo más que compañeros de equipo; eran amigos, pero Pedro no quería hablarle de Paula.


Porque ni él mismo sabía lo que estaba pasando.


La yegua, de pelo castaño, estaba un poco apartada de los demás caballos que pastaban tranquilamente al sol, y cuando Pedro se acercó, pudo ver que el animal estaba temblando.


Le recordaba a Paula la noche que se conocieron, apartada de esas otras chicas con su ensayado encanto…


Se había equivocado tanto con ella, pensó, arrepentido y avergonzado. Tenía que intentar solucionar las cosas.


No la había visto aquella mañana, pero había enviado a Rosa a su habitación con un café y un mensaje pidiéndole que lo acompañase al partido. Era una oferta de paz y una concesión considerable por su parte. Antes de un partido normalmente no aceptaba distracciones de ningún tipo y pedirle disculpas a una mujer y hablar de sus sentimientos era una distracción de proporciones colosales.


«No, gracias», había sido su respuesta. Paula prefería ir al partido por su cuenta. Y no poder hablar con ella, no poder darle una explicación iba a ser una distracción mucho peor.


Pedro se reunió con el resto del equipo sabiendo que, como capitán, dependía de él hacer las tácticas para cada chukka y decir algo que los inspirase.


Pero ahora, como la noche anterior, le fallaron las palabras.


Una figura llamaba su atención en las gradas.


Entre las esposas y novias de los demás jugadores, todas enjoyadas y arregladísimas, la belleza de Paula destacaba como ninguna.


Y se le encogió el estómago al mirar ese rostro tan pálido y los ojos ocultos tras unas gafas de sol.


Pero, haciendo un esfuerzo hercúleo para concentrarse en los tres hombres que había frente a él, consiguió sonreír:
—De hoy dependen muchas cosas, chicos. Tenemos mucho que demostrar.



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