sábado, 29 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 29




Pedro se dirigía a los vestuarios durante un descanso, angustiado. A pesar de haber practicado poco gracias a sus compromisos con Los Bárbaros, y a no haber pegado ojo la noche anterior gracias a Paula, había logrado ocho goles.


Si podía mantener la atención en el juego, pensó, enfadado, aún tendrían una oportunidad de ganar.


Pero la presencia de Paula en las gradas era como una espina en su carne. El primer chukka no había ido mal, pero durante los dos últimos no había podido dejar de pensar en ella, tan próxima y tan intocable. Estaba pálida, su rostro medio escondido por las gafas oscuras. Pero cuando la vio inclinar la cabeza no podía saber si estaba asustada por el juego o aburrida de muerte.


Tenía que hablar con ella.


Un grupo de buscadores de autógrafos formó un círculo a su alrededor y Pedro se sintió mareado por la mezcla de perfumes mientras se inclinaba para firmarlos. Luego, inquieto, entró en los vestuarios y llamó a Giselle.


—Necesito unos números de teléfono.


Cuando salió del vestuario. Francisco estaba esperándolo con gesto de preocupación.


—¿Te pasa algo?


—No, estoy bien —Pedro se acercó a los caballos y tocó el flanco de la yegua. En cuanto lo hizo, ella levantó la cabeza. Podía sentir la tensión de sus músculos bajo la satinada piel. 


Estaba tan tensa como un arco, pero dispuesta a seguir intentándolo.


—Es muy especial, ¿eh? —sonrió Francisco.


El suspiró.


—Sí, desde luego.


De vuelta en el campo, lo primero que notó fue que Paula no estaba en su asiento.


«Cálmate», se dijo a sí mismo, negándose a buscarla entre la gente. Pero cuando el árbitro lanzó la bola, señalando que comenzaba el segundo tiempo, no pudo dejar de notar que su asiento seguía vacío.


De modo que estaba aburrida. Tan aburrida que ni siquiera se había quedado a ver todo el partido. Bueno, eso era algo nuevo. Él estaba acostumbrado a que las mujeres aceptasen lo que les ofrecía, fuese una invitación a cenar, regalos o entradas para exclusivos partidos de polo. Y que Paula lo rechazase todo no auguraba nada bueno para la oferta de paz que acababa de poner en marcha por teléfono.


Cuando la bola entró entre los dos postes, el público empezó a aplaudir.


La rabia que sentía lo estaba ayudando a jugar bien pero, por una vez, no obtenía satisfacción alguna. Incapaz de concentrarse durante el primer tiempo por la presencia de Paula, su ausencia era una distracción peor. Jugaba por puro instinto y casi fue una sorpresa cuando el árbitro hizo sonar el silbato.


San Silvana había ganado el partido, pero mientras Francisco espoleaba a su caballo para abrazarlo. Pedro no sentía euforia alguna. 


Porque sospechaba que acababa de perder algo mucho más importante




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