domingo, 23 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 11





—¡Una maleta! ¿Cómo demonios voy a guardar todo lo que necesito en una maleta?—con el teléfono apoyado entre el hombro y el cuello, Paula tomó una chaqueta de color chocolate—. ¿Me llevo la chaqueta marrón o el anorak militar?


—La chaqueta de cachemira —dijo Soledad—. Con la otra parece que formas parte de las juventudes hitlerianas. Bueno, cuéntame, ¿qué ha dicho papá?


—Está furioso. Lo cual es injusto porque él sabe tan bien como yo que no tenía alternativa.


Eran las diez y media y su dormitorio parecía haber sido asaltado por una banda de ladrones, con cajones abiertos de los que asomaban prendas de ropa interior, cárdigans y vestidos de todos los colores.


—Cariño, ¿desde cuándo se muestra racional papá en lo que concierne a su hija favorita? El pobre pensaba que había lidiado con ese problema de una vez por todas, es normal que esté enfadado.


—¿Qué? —Paula miró alrededor, distraída—, ¿Crees que tres jerséis serán suficientes?


—¿Jerséis? A ver, dime qué has metido en la maleta. 


Paula sacó un cinturón de cuero con una hebilla de pedrería y volvió a guardarlo en el cajón.


—Mira, ya sé lo que vas a decir: que debería llevarme vestidos de fiesta y trajes elegantes porque seguramente Pedro Alfonso organiza fiestas todas las noches, pero me da igual porque yo no pienso acudir a ninguna de ellas. No estoy interesada en él, estoy interesada en el trabajo.


—No es eso. Dime que no has guardado ropa de invierno —suspiró su hermana—. Cariño, en Argentina están en verano ahora mismo. ¡Hay más de treinta grados!


—Oh, no… no me había dado cuenta.


—No te preocupes. Saca lo que hayas guardado hasta ahora y mete sólo ropa de verano…


En ese momento, Paula oyó la puerta de un coche y unos pasos en la acera.


—¡Ay, Dios mío, es él! ¿Qué voy a hacer?


—Mostrarte tranquila y profesional —contestó Soledad—. Recordar a todas horas que no puedes confiar en ese hombre y sobre todo, que no vas a acostarte con él.



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