lunes, 24 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 12




—Por fin —Pedro entró en la casa y miró alrededor—. Estaba a punto de marcharme. Pensé que te habías echado atrás.


—No ir a Argentina cuando me has ofrecido esa… ¿cómo lo llamaste? Ah sí, esa gran oportunidad de demostrar lo que valgo. ¿Y por qué haría eso?


—Dímelo tú. ¿Estás lista?


—Aún no son las once —contestó Paula, volviéndose hacia la escalera—. Ven conmigo.


—Espero que no tardes mucho —mientras subía tras ella, Pedro intentaba no mirar su trasero—. Mi chófer está esperando.


—Insisto: no son las once —repitió Paula.


Pedro se encontró en un salón con un enorme ventanal y brillantes suelos de madera. A un lado estaba la cocina, con armarios pintados de azul y una estantería llena de platos y cacerolas. 


Al otro lado había un enorme sofá tapizado en brocado rosa y una alfombra de pelo blanco. Las paredes estaban pintadas en color marfil e incluso en aquella mañana gris tenía un aspecto luminoso y alegre.


Y también increíblemente desordenado.


—¿Te han robado o siempre está así?—preguntó, mirando alrededor.


Intentando no pisar las pilas de ropa, revistas, zapatos y telas, se acercó a la puerta por la que Paula acababa de desaparecer y sintió una oleada de calor al comprobar que era su dormitorio.


—No y no —contestó ella, vaciando el contenido de una maleta en un antiguo armario—. Es que no me había dado cuenta de que ahora es verano en Argentina y tú has llegado casi media hora antes de lo previsto.


Pedro miró su reloj.


—Quince minutos. Pensé que habrías hecho anoche la maleta.


—¿Y por qué pensaste eso? ¿Crees que voy a poner mi vida patas arriba y cancelarlo todo cuando tú chascas los dedos?


Sin decir nada, Pedro se inclinó para tomar una prenda rosa que había en el suelo. Era un liguero de seda.


—Parece que no cancelaste nada —dijo, irónico.


—Anoche estuve trabajando, aunque no es cosa tuya —replicó Paula—. Por eso no tuve tiempo de hacer la maleta. Además, para eso me has contratado, ¿no? Para que diseñe el nuevo uniforme del equipo de Los Pumas. Si lo que querías era alguien con la habilidad doméstica de Blancanieves, deberías haber ido a Disneylandia.


Sí, podría tener razón. Por lo que había descubierto la noche anterior, Blancanieves sería tan capaz de diseñar un uniforme deportivo como lady Paula Chaves, y seguramente daría menos trabajo.


Apoyándose en el quicio de la puerta, Pedro metió las manos en los bolsillos del pantalón y la observó, pensativo. Sabía por la conferencia de prensa, cuando ella negó que hubiese habido problemas con la confección de las camisetas, que era una mentirosa. De hecho, sería divertido intentar averiguar cuándo decía la verdad y cuándo estaba mintiendo. Además, el vuelo a Buenos Aires duraba quince horas: un reto así haría que el tiempo pasara volando.


Suspiró, impaciente, mirando la cama con cabecero de hierro llena de almohadones… y también sujetadores y ropa interior. La feminidad del sitio lo hacía sentir incómodo porque le recordaba cosas que había decidido olvidar. Un frasco de perfume sobre una antigua cómoda inmediatamente le recordó el fresco aroma de su cuerpo; una barra de carmín, la imagen de sus labios, jugosos y rosados cuando la besaba, enrojecidos por su sangre cuando se apartó.


—Supongo que no valdría de nada decirte que te des prisa.


Paula apretó los dientes y, deliberadamente, se dispuso a doblar una camisa de lino.


—Si me ayudases, iría más rápido. ¿O ayudar a alguien es un concepto extraño para ti?


—Eso depende —contestó él, con una voz cargada de ácido—. Si la persona a la que ayudas va a decir luego que lo ha hecho todo sola…


Paula tomó otra camisa blanca del armario, negándose a dejarse afectar por sus pullas.


—Olvídalo —murmuró—. Pero no molestes.


—No te dejes esto —dijo Pedro, ofreciéndole el liguero que había tomado del suelo. Paula se lo quitó y lo tiró en un cajón.


—No voy a necesitarlo. Pensé que había dejado bien claro que sólo vamos a trabajar —le dijo, metiendo en la maleta varias braguitas de algodón blanco—. Ya está, he terminado.


—¿Sólo vas a llevarte eso?


Ella se encogió de hombros mientras cerraba la maleta. Diez minutos antes no podía meter una cosa más y ahora estaba casi vacía, pero no pensaba guardar ni una sola prenda que pudiera parecer frívola o excitante.


—Yo creo que es suficiente. No pienso quedarme mucho tiempo y no tengo la intención de…


—¿Pasarlo bien?


—Por supuesto que no.


—Bueno, si estás segura de que no vas a cambiar de opinión… ¿de verdad no quieres guardar nada más?


—No, nada. Vámonos de una vez.




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