sábado, 25 de agosto de 2018

MILAGRO : CAPITULO 27




Pedro encendió la radio y cambió la emisora de jazz, que solía sonar cuando lo acompañaba Paula, a una de rock vibrante. Subió el volumen a tope y aceleró hasta que el Porsche adquirió una velocidad que le habría costado una buena multa y varios puntos si un policía lo hubiera detenido. Llegó a la cafetería veinte minutos antes de la hora acordada, suponiendo que tardaría ese tiempo en aparcar. Pero tuvo suerte y encontró un hueco frente al local.


A pesar de lo ocupado que decía estar Lucas, ya estaba allí, sentado en una mesa junto a la ventana. Cuando vio a Pedro salir del Porsche, sus cejas se alzaron con sorpresa, pero para cuando estuvieron cara a cara, había recuperado su fría compostura.


—Alfonso —Lucas extendió una mano con una palma tan suave como un culito de bebé y señaló el coche con la barbilla—. Deben haberte hecho una oferta muy buena por la furgoneta.


—Hola, Seville —le respondió, ignorando la pulla.


—No sabía que tuvieras tan buen gusto con la ropa —Lucas sonrió—. Ese traje debe haberte costado un buen pico —la sonrisa se volvió aviesa—. Pero tal vez hayas conocido a alguien últimamente y estés pensando que ya no necesitas preocuparte por el dinero.


Lo que eso implicaba hizo que Pedro ardiera de ira, pero consiguió responder con tono civilizado.


—No estamos aquí para hablar de mi ropa ni de mi coche —dijo.


—Ya lo suponía.


Una camarera llegó para rellenar la taza de café de Lucas y preguntarle a Pedro qué quería. Él prefirió no tomar nada, no estaba de humor.


—No me gusta cómo estás tratando a Paula, y quiero que se acabe —dijo, cuando se fue la camarera.


—No veo por qué es asunto tuyo... a no ser que tengas algo con mi esposa.


—Cuando fue al tocólogo ayer, tenía la tensión alta —dijo Pedro controlándose con un esfuerzo hercúleo—. Seguramente por el estrés que le están causando tus sucias mentiras.


—Siento oír que no se encuentra bien —dijo Lucas, aunque no parecía en absoluto preocupado.


—Sí, ya veo cuánto lo sientes.


—No es culpa mía —Lucas encogió los hombros.


—La estás acusando de tener una ventura. 
Alegas que el bebé podría no ser tuyo. ¿No te parece que ese tipo de acusaciones infundadas podrían provocarle un estrés indebido a una mujer en su estado?


—Las acusaciones no son infundadas. Tengo evidencia que sugiere que vosotros dos estáis disfrutando de algo más que una relación casero—inquilina.


Los labios de Lucas se entreabrieron con astucia y Pedro vio sus dientes. Nadie tenía una sonrisa tan blanca y perfecta sin haber gastado mucho tiempo y dinero en la consulta de un dentista.


—Tenemos más que una relación casero—inquilina. Paula y yo somos amigos.


—¿Sólo amigos?


Pedro se esforzó por no pensar en el explosivo beso del día anterior ni en las emociones que amenazaban con arrastrarlo a algo mucho más profundo.


—Sólo amigos. En cuanto a tu evidencia, no creo que se sostenga ante un tribunal, dado que no hay nada entre nosotros.


—Pero te gustaría que lo hubiera —Lucas esbozó otra deslumbrante sonrisa.


Pedro sintió una oleada de cólera, acompañada de culpabilidad. Las dos emociones eran una combinación interesante, que le hizo desear cerrar los puños. Puso las manos abiertas sobre los muslos y se recordó que estaba allí por el bien de Paula. Perder los nervios no la ayudaría; sería seguirle el juego a Lucas.


—Me gustaría que dejaras de embarullarle la mente —afirmó—. Sabes que no ha sido infiel. Sabes que el bebé es tuyo. Yo ni siquiera conocía a Paula antes de que te dejase y ya estaba embarazada.


Lucas se encogió de hombros.


—En su estado, no necesita más estrés —insistió Pedro por segunda vez.


—Yo no intento provocarle estrés a Paula.


—Sólo es un efecto colateral, ¿no?


—Ella se ha hecho la cama y ahora...


—Sí, pero tú estabas dentro entonces —espetó Pedro. Sintió un inesperado pinchazo de celos. No estaba seguro de haberse sentido tan celoso cuando descubrió que Helena tenía una aventura. Traicionado, sí. ¿Pero celoso?


No era el momento de analizar sus sentimientos.


—Tengo que preocuparme por mi bienestar —dijo Lucas.


—¿Y el bebé? —rezongó Pedro—. ¿Qué me dices del bienestar de tu hijo?


—Como ya sabes, no estoy convencido de que sea mío —contestó Lucas.


—Dios, eres una buena pieza —Pedro lo miró con ira. Lucas parecía no saber la suerte que había tenido con Paula, ni lo que había dejado escapar.


—Quiero acabar con este asunto de una vez por todas —dijo él, confirmando la opinión de Pedro.


Pedro sintió dolor por Paula. Demasiada gente en su vida había ignorado su valía y dejado al margen sus sentimientos. Cuando ella estaba necesitada, le fallaban. Pero Pedro no iba a ser una de esas personas. Incluso si su relación no pasaba de la amistad, le demostraría la lealtad, el respeto y la confianza que se merecía. Le demostraría que podía contar con al menos una persona que velara por sus intereses.


—Dime cuál es tu objetivo —dijo con voz y expresión muy duras.


—Me temo que no entiendo lo que quieres decir.


—Sí lo entiendes. ¿Qué quieres de Paula? Quieres algo. Eso está claro. Por eso se lo estás poniendo tan difícil. ¿Qué es?


—¿Es que ahora eres su chico de los recados... entre otras cosas?


—Soy su amigo —dijo Pedro. No hacía mucho, él había estado en la misma situación que Paula, desilusionado, desconcertado y enfrentándose al fin de su matrimonio. Sin embargo, su dolor le parecía muy remoto. 


Habían desaparecido la amargura y la decepción. Se preguntó si se debía al periodo sabático que se había impuesto o a haber conocido a Paula.


—Muy bien —Lucas cruzó las manos—. ¿Quieres saber cuál es el objetivo, Alfonso? Te lo diré. He trabajado duro para llegar donde estoy. Ése es un concepto que probablemente no entiendas.


—Creo que sí —dijo él.


—Entonces, también entenderás que no voy a permitir que mi estándar de vida empeore por tener que mantener una segunda casa.


—¿Te preocupa la pensión alimenticia? —inquirió Pedro—. Paula no quiere tu dinero. Tenía una profesión y piensa volver a ella. Puede mantenerse.


—No al nivel al que se ha acostumbrado —Lucas miró con intención el traje de Pedro—. La ropa de diseño no sale barata


—Eso no es importante para ella.


—El dinero es importante para todo el mundo, sobre todo para quien no lo ha tenido nunca —le hizo una mueca sarcástica a Pedro—. Y para los que están a punto de perderlo.


Pedro ignoró la parte del insulto dirigida a él, pero el insulto a Paula le hizo rugir por dentro. 


Ella era todo menos superficial. Recordó su expresión el día anterior cuando se había movido el bebé: asombrada, emocionada y radiante de amor maternal.


—¿Cómo es posible que hayas estado casado con ella cuatro años y no la conozcas en absoluto?


—La conozco lo suficiente y sé que exigirá manutención para el niño.


Pedro resopló y movió la cabeza con desdén.


—No tendría por qué exigirla. Es tu responsabilidad, tu obligación como padre.


—Yo no quería hijos.


Pedro se preguntó cómo podía ser tan egocéntrico.


—Es un poco tarde para decir eso. Sabes perfectamente cuál será el resultado de una prueba de paternidad. No puedes negar la existencia de tu hijo.


—Puede que no. Pero voy a asegurarme de que Paula no reciba un céntimo más de lo necesario. Quizás acabe teniendo que mantener al bebé, pero no pienso mantenerla a ella —miró de nuevo el traje de Pedro—. Ni a un chapuzas que cree haberse encontrado un billete de ida hacia la buena vida.


Eso fue la gota que hizo rebosar el vaso. Pedro se inclinó por encima de la mesa, agarró las solapas de la chaqueta Armani de Lucas y lo medio levantó del asiento. El café se vertió. Las patas de las sillas crujieron. Pedro enseñó los dientes como un perro.


—Hijo de...


—Adelante, pégame —lo pinchó Lucas—. Hazlo y me convertiré en el dueño de esa ruina que llamas hogar y del terreno que la rodea.


Pedro controló su ira con un gran esfuerzo. 


Darle una paliza a ese hombre, por satisfactorio que resultara, no ayudaría a Paula. Soltó a Lucas.


A su alrededor, los demás clientes del local observaban la escena con fascinación, callados e inmersos en el inesperado drama.


—Vas a arrepentirte de eso —amenazó Lucas entre dientes, alisándose las solapas de la chaqueta—. Tal vez habría permitido que Paula se quedara con algunas de nuestras acciones. Ahora lucharé con garras y dientes para quedarme con todas. Se marchará de nuestro matrimonio con las manos vacías. ¡Sin nada!


—Y aun así, se marchará —dijo Pedro—. ¿Eso no te dice nada?


Paula y el bebé estarían mucho mejor sin él.


—Disfruta de la buena vida mientras te dure —le escupió Lucas.


—Pienso hacerlo —Pedro lo dijo con toda sinceridad.





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