viernes, 31 de agosto de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 9




La tarde se le fue ocupándose de todos los detalles que debía atender antes de ausentarse de su apartamento por un período relativamente prolongado. Una vecina accedió a recoger su correo, un estudiante de la universidad aceptó con entusiasmo el contenido del refrigerador. Se comunicó con sus amigos, canceló citas y preparó su equipaje.


Cuando hubo hecho todo eso y todavía le quedaba un poco de tiempo, Paula se regaló con un largo baño de inmersión en burbujeante agua caliente y pensó en lo que podía ser realmente Alan Alfonso. Viejo, decidió, recordado el intento de describirlo que había hecho Marcia. Por lo menos lo bastante viejo para tener nietos a quienes les gustaba tenerlo cerca para que les contara cuentos. Pero sus ojos serían vivos y penetrantes de acuerdo a su fértil imaginación. Debía de ser un poco regordete, con nariz pequeña y pelo blanco... una melena de pelo blanco. ¡Y barba! 


Súbitamente, Paula empezó a reír tontamente. 


¡Parecía que estuviera describiendo a Santa Claus! Entonces sus risitas aumentaron porque su mente dio un salto. Porque si Alan Alfonso era Santa Claus, ¿ella qué sería? ¿Un gnomo? 


¡Por alguna razón, no podía verse a sí misma en ese papel! A ella le gustaba la variación; de no ser así, no trabajaría en una agencia de empleos temporarios. ¿Pero un gnomo?




PERSUASIÓN : CAPITULO 8




Marcia estaba hablando por teléfono cuando Paula entra en la oficina al día siguiente, temprano. Alzó la vista, con un gesto le indicó que se sentara y volvió a dedicar toda su atención a la conversación que mantenía. Paula se sentó frente a ella y pareció no poder reprimir una furtiva mirada con que recorrió la superficie del escritorio esperando ver una colección de papelitos rosados. No vio ninguno y se sintió a la vez aliviada y decepcionada.


Cuando por fin Marcia terminó de hablar por teléfono, se tomó otro momento para anotar un ayuda memoria en su calendario, y después levantó la vista y dijo con vivacidad:
—¡Paula! Justamente la persona que quería ver.


Los labios de Paula se crisparon en una sonrisa cargada de experiencia.


—¿Sí? —dijo, mientras su faceta pesimista pensaba que los papelitos rosados con anotaciones de llamadas telefónicas debían de ser tantos que Marcia se había visto obligada a guardarlos en un cajón.


Marcia se inclinó hacia adelante, con su vientre plano apoyado contra el escritorio y los brazos descansando sobre la superficie del mismo.


—Sí. Tengo un trabajo para ti... muy especial.


Paula parpadeó. No era eso lo que esperaba oír, exactamente. Su amor propio recibió un merecido balde de agua fría y su faceta más sensata se sintió complacida.


—¿Un trabajo? —preguntó.


Paula se echó a reír.


—Sí, no te sorprendas tanto. En ese negocio estamos. "Stanley Temporaries", ¿recuerdas?


Un intenso rubor subió a las mejillas de Paula.


—Claro que lo recuerdo. ¿Qué es? — ¡Estaba comportándose en forma ridícula! Y eso tenía que terminar. Con determinación, recobró su compostura profesional.


—Una verdadera golosina. —Marcia revolvió varias hojas de papel hasta que encontró la que necesitaba.— ¿El nombre Alan Alfonso te dice algo?


Paula frunció el entrecejo.


—No. ¿Por qué?


Paula frunció los labios.


—Piénsalo un minuto. Si tuvieras hijos lo recordarías en seguida.


El ceño de Paula se acentuó.


—Libros —dijo Marcia para ayudarla—. Para nombrar sólo algunos: The Suver Tree, Small Time, The Duncan Trial, y el último... Morgan's Mile.


El ceño de Paula se relajó al instante.


—¡Oh! ¡Recuerdo el último! Tú me lo mostraste hace unas semanas. Lo habías comprado para el cumpleaños de tu sobrino.


—¡Eso es! —dijo Marcia.


—Y Alan Alfonso lo escribió, ¿verdad?


—Adivinaste, querida.


—Pero —Paula seguía confundida—...¿eso qué tiene que ver conmigo? Quiero decir... yo no tengo hijos, o sobrinos o sobrinas...


—No... —Paula pensó un momento.— Pero tú eres una secretaria.


Paula frunció otra vez el ceño.


—Sigo sin entender.


Marcia levantó las manos, enlazó los dedos y apoyó en ellos el mentón.


Pedro Alfonso es uno de los mejores escritores en su campo, si no el mejor. Ha ganado toda clase de premios. —Hizo una pausa para lograr suspenso.— Y se encuentra en la región de Houston y necesita una secretaria. ¡Tú!


Paula la miró sin comprender.


—Tú. —Marcia volvió a apoyarse en el respaldo de su sillón.— El es oriundo de aquí, sabes. Hijo del lugar... y todo eso. Ahora tiene su hogar en California, pero ha regresado a Texas por seis meses para visitar a sus parientes... por lo menos eso es lo que dice su agente. —Miró nuevamente la carta.— También dice que Alan Alfonso tuvo referencias de nuestros servicios por un amigo y preguntó específicamente por ti. En eso se mostró inflexible. Solamente tú. —Marcia alzó la vista, con expresión perpleja pero también divertida.— Debiste de causarle muy buena impresión a alguien.


Paula abrió grandes los ojos.


—Dios mío —dijo débilmente.


Marcia sonrió.


—Siempre supe que eras la mejor secretaria de mi lista... y esto lo demuestra. Ahora escucha hasta que oigas lo que él está dispuesto a pagar.  —Nombró una suma que a Paula la dejó sin habla.— ¡Caray! Y llega en un momento en que más lo necesitamos.


Marcia no tuvo que explicar qué quiso decir. Paula lo sabía demasiado bien. El aflujo de gente a la región de Houston había tenido un efecto adverso sobre su negocio. En una época no muy lejana, una buena secretaria podía pedir lo que quisiera, pero ya no era así. Millares de gente estaban llegando al sur desde los estados del norte, con Houston como Meca Dorada... y la competencia por los puestos de secretaria se había vuelto feroz. Por no mencionar los servicios temporarios. "Stanley Temporaries" todavía no iba a cerrar pues aún había mucho trabajo, pero no podían permitirse rechazar una oportunidad como la que les ofrecía Alan Alfonso.


—¿Cuándo quiere él que yo empiece? —preguntó Paula, con voz pasmada hasta para sus propios oídos.


—Ayer, como todos —respondió Marcia secamente—. Ahora, hay una condición... tienes que quedarte a vivir allí.


—¡A vivir! ¡Pero yo no acostumbro!


Marcia lanzó un largo suspiro de sufrimiento.


—Paula, hay veces en que podría estrangularte. Sé que tienes una regla contra quedarte a pasar la noche en la casa de un cliente, pero, y lo repito, este caso es diferente. Si Alan Alfonso quisiera que tú trabajaras en la luna ¡yo llamaría a la NASA y reservaría un lugar para ti en el próximo taxi espacial!


Paula sonrió ácidamente y murmuró:
—Gracias. —En seguida, añadió: — Sólo que el taxi espacial no va a la luna.


Marcia lanzó otro largo suspiro de sufrimiento y dio varios golpecitos a la carta.


—Esto dice expresamente que él quiere que vivas en la casa. Probablemente tenga algo que ver con el temperamento artístico.


—Sólo puedo tener esa esperanza... puesto que parece que tendré que hacerlo.


Una sonrisa retozona asomó a los labios de Marcia.


—¿Qué ocurre? ¿No te atrae la posibilidad de divertirte un poquito con un escritor mundialmente famoso? —En seguida, al ver la expresión apabullada de Paula, estalló en carcajadas.— Sólo estaba bromeando. Con toda probabilidad Alan Alfonso es un viejito con vista mala y que se asusta de su propia sombra. Pero aun si no lo fuera, no creo que habrá ninguna dificultad. Probablemente, tiene que ser extremadamente cuidadoso de su reputación, y sé que nunca he oído nada especialmente escabroso sobre él.


Paula respondió con voz serena:
—En su época, Atila el huno puede no haber tenido mala prensa, si lo pensamos bien.


Marcia empezó a reír.


—Paula, eres un tesoro. —En seguida se puso seria y dijo:— Ahora vete a tu casa, empaca una maleta y diles a tus amistades que estarás fuera de circulación por el próximo par de semanas. —Cuando Paula aspiró silenciosamente como para hablar, Marcia levantó una ceja que silenció la protesta.— Y llámame alrededor de las cinco, pues para entonces seguramente habré podido comunicarme con el agente y tendré la dirección de Alan Alfonso. ¿De acuerdo?


Paula vaciló unos segundos, luchando con su conciencia. ¿Tanto significaba para ella aceptar esto? Iba contra la decisión que había tomado al iniciarse en esta actividad... a veces los contactos muy estrechos llevaban a otro tipo de contactos... que eran lo último que ella quería en aquel entonces, ¡y que tampoco quería ahora! 


Pero Marcia había hecho tanto por ella, siempre buscándole empleos interesantes, jamás preguntándole demasiadas cosas sobre su vida personal pese a que llevaban cuatro años como amigas.


Y por Dios... el hombre era un escritor de libros para niños. Paula asintió rápidamente con la cabeza y se puso de pie. Por lo menos, un problema sería solucionado. Cuando regresara dentro de dos semanas, quizá Pedro habría dejado de llamar por teléfono.


Y ese pensamiento despertó su curiosidad.


—Ejem... Marcia... ¿Ese... hombre... no volvió a llamar?


¡Bueno! Ahora se sentía como una completa idiota... y además, hipócrita.


Marcia levantó la vista de la nota que había empezado a escribir y sus anteojos, como siempre, se deslizaron sobre su nariz hasta quedar en la posición que ocupaban habitualmente.


—¿Qué hombre?


Paula se encogió de hombros, sintiéndose incómoda y maldiciéndose ella misma y a Brian por su estúpida conducta.


—Ya sabes, el que llamó la semana pasada. El...


No pudo seguir porque Marcia la interrumpió.


—¿Aquel de la voz grave y sexy?


Paula asintió en silencio.


—Sí, llamó. Pero reboté. Estaba interesado solamente en ti. —jugó distraídamente con el lápiz que tenía entre los dedos.— Pero todo fue bastante extraño, porque cuando le dije que estarías ausente toda la semana en otro trabajo, en seguida pareció renunciar. De todos modos, no volvió a llamar.


Una vez más Paula se sintió presa de dos emociones muy diferentes: alivio porque el hombre había renunciado, y decepción por el mismo motivo. Parecía que él era exactamente igual a todos los otros hombres que había conocido en su vida. Decían una cosa y hacían otra. Fingían ser algo, alguien, y resultaban ser otros... y todos tenían la constancia de un caballo de carreras en medio de una manada de yeguas.


Cuando Paula salió de sus cavilaciones vio que Marcia la estaba observando con una expresión intrigada en sus ojos marrones. Se recobró rápidamente y dijo, en tono satisfecho:
—Bueno, personalmente creo que ese tipo estaba bastante chiflado.


Marcia lanzó un fuerte suspiro.


—¡Ah, esa clase de chifladura!


Paula le dirigió a su amiga una mirada de simpatía y murmuró secamente:
—Te veré dentro de dos semanas. 


En seguida salió de la oficina.



PERSUASIÓN : CAPITULO 7




Las horas del fin de semana parecían arrastrarse eternamente. Quizá porque estaba lloviendo, quizá a causa de la depresión que había descendido sobre ella el viernes, cuando recordó las luminosas esperanzas que había abrigado en las primeras semanas de su matrimonio. Paula no lo sabía, pero una nueva inquietud se apoderó de ella y ahora sentíase casi feliz de ver el comienzo de otra semana. 


Quizá, con algo de suerte, Marcia tendría para ella un trabajo realmente interesante, uno que la distrajera, que apartara su mente de, bueno, de todo. Paula se negaba a admitir que, tal como había sucedido la semana anterior, en los últimos dos días sus pensamientos se habían vuelto más de una vez hacia el hombre llamado Pedro. Y si la verdad alguna vez se afirmaba a sí misma, ella salvaba su conciencia diciéndose que el desliz era puramente académico: sólo estaba pensando si las tácticas de Marcia habían dado resultado... eso era todo. Pero una pequeña y empecinada sección de su cerebro, sobre la cual tenía poco control, se negaba a creer en esa explicación y secretamente se preguntaba si la mañana en que ella llegaría a la oficina, sería recibida con una pila de memorándums telefónicos con las imperativas órdenes de Pedro de que lo llamase por teléfono.


Paula se sentía disgustada por su demostración de estupidez.




jueves, 30 de agosto de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 6




La semana en Miller Aviation pareció pasar volando... sin hacer juegos de palabras, se sonrió cansadamente Paula mientras por última vez, el viernes por la tarde, tapaba su máquina de escribir. La semana siguiente, la secretaria regular regresaría de una luna de miel de una semana y podría una vez más tomar las riendas del puesto. Eso si podía apartar su mente de su nuevo marido, pobre muchacha inocente. Ahora probablemente estaría pensando que había alcanzado el pináculo de la felicidad terrena. No sabía qué pronto la desilusión empañaría sus sueños dorados. A Paula no le había llevado mucho tiempo, y las aproximadamente cincuenta semanas que siguieron hubieran podido surgir de una pesadilla.





PERSUASIÓN : CAPITULO 5




Paula pasó el fin de semana actuando, en la superficie, como si nada desusado hubiera sucedido el viernes anterior. El sábado lavó ropa y limpió su pequeño departamento hasta dejarlo reluciente. Por la noche fue a un concierto en el Music Hall. Los servicios religiosos, un partido de tenis y una fiesta improvisada en la casa de una de sus amigas le llevó el domingo y una buena parte de la noche de ese día.


Pero cuando ella menos se lo imaginaba, la imagen de unas facciones bronceadas, esculturalmente cinceladas, aparecían en su mente y se negaban a dejarse expulsar. ¡Era como si el hombre hubiera lanzado sobre ella una especie de encantamiento! Cuando estaba encerando el linóleo del piso de la cocina, cuando escuchaba serenamente una sinfonía de Beethoven, cuando hablaba el ministro, cuando bebía una Coca Cola estirada cómodamente sobre blandos cojines en el suelo escuchando a una amiga que parloteaba sobre su trabajo... el hombre súbitamente hacía su aparición. ¡Y ella parecía incapaz de dejar de pensar en él!


Decir que Paula estaba desazonada era poco. 


Cuatro años había vivido fiel a su juramento de no volver a responderle profundamente a un hombre. Y había tenido éxito. Durante esos cuatro años, ni un solo segundo de su tiempo fue perturbado por la compañía, o por la falta de compañía de un hombre... hasta ahora. Y eso la disgustaba tanto como el hombre en sí. 


Especialmente cuando junto con su recuerdo de él venía el recuerdo de su reacción a los besos que le había dado. La primera vez se había sentido chocada; la segunda... bueno, prefería no pensar en esa segunda vez. Era más turbadora que la primera. Su único alivio venía del hecho de que jamás lo volvería a ver.


Sin embargo, una y otra vez una visión de unos cálidos ojos castaños arrugados en los ángulos por una sonrisa se insertaba en sus pensamientos, y Paula, desasosegada, se cubría la cara con la sábana en un vano intento de borrar esa visión.


Era tarde... más de la una y media, y mañana tendría que presentarse temprano a la oficina, fresca y descansada para que la enviaran a un nuevo trabajo. Había sido una estúpida al quedarse levantada hasta tan tarde... y sin embargo, esta noche, por alguna razón, había sentido la necesidad de conversación.


Paula se encogió en su cama y se relajó con un largo suspiro. Estaba cansada. Hubiera podido dormir veinticuatro horas sin parar. Pero cuando se quedaba quieta, esperando que la bendición del sueño se apoderara de ella, comprobaba que sus nervios seguían tan excitados como las cuerdas de un arma dejada en medio del aula de un jardín de infantes, lleno de niños que tuvieran permiso para jugar todo el día con ella.


Y esa sensación podía adjudicarse solamente a una causa, solamente a una persona: el desconocido, ese hombre, ese Pedro. ¡Él le había hecho esto! ¡Y todo porque no quiso dejarla tranquila! Entonces y ahora. Pero lo que estaba ocurriendo en este momento era mucho más por culpa de ella que de él. Seguramente, ella hubiera tenido que mostrar mucha más determinación para permitir débilmente que él invadiese sus pensamientos.


Paula miró la luz moteada que un farol callejero de frente a su apartamento lanzaba contra su cortina. Mirando al pasado. Siempre mirando al pasado. Y recordando. No olvidar nunca los errores del pasado... entonces sería más fácil volver la espalda y olvidarse de que este hombre existía.


Con otro suspiro, Paula cerró los ojos y trató de relajarse haciendo esfuerzos de voluntad. No volvería a pensar en él.


Pero las circunstancias no permitieron que su firme determinación tuviese mucho tiempo para fortalecerse. Lo primero que sucedió el lunes por la mañana cuando se presentó a la agencia de empleos temporarios para la que trabajaba, fue que la joven encargada la miró de un modo curioso y le informó que había recibido varias llamadas por el servicio de respuestas durante el fin de semana. Era un hombre, dijo, con una voz ronca y profunda y que sonaba sumamente sexy. Había dicho que su nombre era Pedro.


Pese a su determinación en contrario, un relámpago de algo semejante a una mezcla misteriosa de temor y excitación atravesó de un salto el cuerpo de Paula. Pero de algún modo fue capaz de controlar sus sobresaltadas emociones y cuando preguntó, su expresión fue un ejemplo de indiferencia:
—¿Qué dijo?


—Sólo dejó un número para que tú lo llames. ¿Quién es él, Paula? —Marcia Stanley bajó su cabeza oscura y rizada y miró a Paula sobre el borde superior de sus anteojos.


—Un hombre... nada más.


—Pues sonaba como un hombre muy especial.


Paula le dirigió una leve sonrisa y cambió de tema.


—¿Tienes algo que me podría interesar?


Marcia entendió la indirecta y le dio una hoja de papel con el nombre de un servicio de vuelos privado.


—Pensé que esto podía ser para ti. Es nada más que por una semana, pero se trata de algo diferente.


Paula posó la mirada en el papel. Un servicio de vuelos. Enarcó una ceja.


—¿Les digo que vas para allá? —preguntó Marcia—. Necesitan que alguien vaya lo antes posible.


Paula se encogió de hombros, levantando la tela de color verde claro de su vestido.


—Sí, por supuesto. —Miró la dirección y el delgado reloj de oro que llevaba en la muñeca.


— Diles que estaré allá dentro de media hora.


El servicio de vuelos tenía su base en un pequeño aeropuerto de las afueras de la ciudad, no lejos de la oficina de la agencia.


—Diré en cuarenta y cinco minutos para darte más tiempo. Podrías necesitarlo, con el tráfico que hay.


Paula asintió y tomó su bolso del escritorio donde lo había dejado. Casi había llegado a la puerta cuando la voz de Marcia la detuvo.


—Dime... ¿qué hay de tus llamadas? ¿No quieres el número telefónico que dejó ese hombre?


Irritada por los acelerados latidos de su corazón, Paula encogió levemente sus hombros.


—No, no especialmente.


—¿Pero si él llama otra vez? ¿Qué le digo?


Paula pensó un momento y después sonrió.


—Dile que me he ido a un safari y que no esperan que regrese hasta dentro de uno o dos años. Dile que Jacques Cousteau me necesitaba con urgencia en el Calypso. Dile cualquier cosa, no me interesa.


Los ojos de color chocolate de Marcia se abrieron muy grandes, llenos de comprensión.


—Cualquier cosa menos dónde estás tú.


Paula asintió.


—Exacto.


Se volvió para marcharse pero otra vez la detuvieron las palabras de Marcia.


—Si su voz tiene alguna relación con su aspecto, ¿te importa si hago la prueba de pescarlo? Te lo pregunto porque no quiero cruzarte en mi camino.


Paula rechazó la preocupación de su amiga con un rápido movimiento de la mano.


—Haz como quieras.


Marcia Stanley sonrió.


—Bien. Entonces, te veré la semana que viene.
Paula saludó y corrió hacia su automóvil, diciéndose todo el camino que si la belleza de Marcia y su atrayente personalidad cautivaban la atención de Pedro, a ella le habría sucedido una de las mejores cosas de su vida.



PERSUASIÓN : CAPITULO 4




El camarero vino con eficiente prontitud. Cuando estuvo terminada la necesaria transferencia de dinero, Pedro se puso de pie y fue a ayudar a Paula a hacer lo mismo. Estiró la mano para conducirla hacia la puerta, pero Paula se apartó. 


No quería que él volviera a tocarla. En cambio, caminó graciosamente adelante de él, con su oscura cabeza enhiesta, el mentón en alto... una imagen muy diferente de la mujer que había sido conducida a tientas hasta la mesa.


El sol estaba ocultándose cuando una vez más salieron al mundo exterior, y sus rayos lanzaban un resplandor anaranjado rojizo sobre los modernos edificios de acero y cristal que bordeaban las calles céntricas.


Paula se permitió volverse hacia el hombre sólo cuando sintió que sus emociones estaban totalmente controladas. Aun no estaba segura de lo que le había sucedido durante la comida, pero estaba decidida a que no volviera a suceder. El no le gustaba. En realidad, no podía soportarlo. Y quedaba completamente fuera de los alcances de su entendimiento cómo pudo parecer que la compañía de él realmente le agradaba. Formalmente, empezó:
—Gracias por invitarme a comer...


El no la dejó terminar.


—Debemos hacerlo nuevamente alguna vez —dijo. Sus ojos marrones la miraron burlones. 


¡Sabía que ella no iba a acceder a eso!


Paula cerró la boca con un gesto decidido.


—¿Dónde está estacionado tu automóvil? —preguntó él— ¿O viajas en autobús?


Paula, con las plumas encrespadas, respondió secamente: —Soy muy capaz de encontrar sola mi automóvil. Gracias.


—Oh, no lo dudo. Yo diría que eres muy capaz de todo. Eres toda una mujer.


Paula ladeó ligeramente la cabeza y preguntó:
—¿Estás tomándome el pelo?


Pedro soltó una carcajada y dijo:
—¡Oh, santo Dios, claro que no!


Ella siguió mirándolo con mucho recelo. No confiaba en él ni un centímetro.


—Vamos. Déjame acompañarte hasta tu automóvil. Pronto estará oscuro y creo que no deberías andar sola por las calles.


Paula soltó un bufido de exasperación. ¡Él tenía siempre una respuesta para todo! Pero en este caso, él tenía razón... y ese hecho sirvió solamente para irritarla todavía más.


—No es lejos —protestó, tratando una vez más de librarse de él.


—Abre la marcha —dijo él, no dándose por aludido.


Paula le lanzó una mirada asesina antes de girar en redondo y encaminarse calle abajo. ¡El hombre era como una sanguijuela! Una vez adherido era imposible sacárselo de encima. 


Cubrió las ocho manzanas hasta el estacionamiento tan rápidamente como le fue humanamente posible, esperando impaciente cuando una luz de tráfico la obligaba a perder tiempo.


Por fin se detuvo junto a un deportivo y dorado Datsun 280—ZX y proclamó en tono contundente:
—Bien, ya has cumplido con tu deber. Estoy a salvo. Ahora puedes largarte.


El hombre miró el automóvil y la miró a ella.


—¿Tienes las llaves?


Paula explotó:


—¡Cielo santo! ¡No sé cómo me las he arreglado estos últimos veinticuatro años sin ti!


El hombre le sonrió, las finas arruguitas de los ángulos de sus ojos se hicieron más marcadas y su boca se curvó hacia arriba en una expresión de buen humor.


—Y yo tampoco sé cómo hice para vivir treinta y tres años sin ti —dijo.


—No quise decir... —Paula empezó a balbucear indignada, pero se detuvo cuando él siguió hablando como si ella no hubiese dicho nada.


—Cuando seamos viejos y canosos y estemos rodeados de nuestros nietos, ellos nos preguntarán cómo nos conocimos. Seguramente tendremos algo para contarle, ¿verdad?


Paula lo miró estupidizada, con la boca parcialmente abierta.


—Estás loco —susurró por fin—. Yo lo sabía pero no lo creía hasta este momento.


El dio un paso, obligándola a apoyarse en la puerta del automóvil. A Paula la respiración se le atascó en la garganta.


—Te dije que generalmente consigo lo que quiero —le recordó él con voz ronca—. Y, señora mía, te quiero a ti.


Paula quedó completamente sin habla. Miró hipnotizada cuando él le apoyó las manos en los hombros y bajó la cabeza hasta que sus labios se encontraron. Su boca era cálida y suave, se movía con sensualidad, excitándola, tratando de obtener una reacción. Pero ella estaba como congelada y sólo podía seguir así, completamente inmóvil.


Lentamente, él se apartó, con una expresión contrita en su hermoso rostro. Suspiró, y casi como si hablara consigo mismo, dijo:
—Esto va a ser más largo de lo que yo pensaba. Pero creo que si vale la pena tener algo, vale la pena luchar por conseguirlo.


Pasaron varios segundos sin respirar mientras Paula continuaba mirándolo, mientras el pánico trataba de arrancarla de su estado de inmovilidad. Entonces, cuando él dio un paso atrás, aumentando el espacio que los separaba, Paula se obligó a moverse y sus dedos trémulos buscaron las llaves dentro de su bolso. Una vez que las encontró, insertó la que correspondía en la cerradura, subió rápidamente al asiento del conductor, cerró violentamente la puerta tras de sí, con la mente puesta en una sola cosa... ¡alejarse rápidamente!


Pero cuando puso el motor en marcha y el automóvil en primera, Pedro dio un golpecito en la ventanilla cerrada, haciendo que ella lo mirara sobresaltada. Su corazón se encogió cuando él dobló su largo cuerpo para estar más cerca.


—Tienes que salir conmigo mañana por la noche, Paula —la tentó suavemente, pues sus palabras atravesaron sin dificultad el cristal de la ventanilla que los separaba.


Un fino temblor recorrió la columna vertebral de Paula; fue algo que ella no esperaba. Desde David no había sentido una atracción tan intensa, tan magnética... ¡y pensar adonde la había llevado!


Sin palabras, apartó la mirada y pisó con fuerza el acelerador, haciendo que los neumáticos de las ruedas traseras chirriaran una protesta sobre el asfalto cubierto de polvo. Cuando el automóvil llegó a la calle, Paula miró rápidamente a ambos lados antes de lanzarse cuando se produjo una fugaz interrupción en el tráfico.


Pero aun entonces comprobó que no estaba completamente a salvo de la fascinación del hombre. Sin querer, sus ojos fueron atraídos hacia atrás para dirigirle una última mirada, para verlo por última vez: él estaba donde ella lo había dejado, alto, esbelto en su traje oscuro, con el resplandor de un farol callejero brillando en su espeso cabello castaño. Y estaba observándola... con sus facciones bien hechas ahora con expresión solemne, ausente la sonrisa que había sido evidente en sus ojos y en su boca bien dibujada.


El conductor de una camioneta detrás del automóvil de Paula hizo sonar irritado el claxon y eso la ayudó a volver la mirada hacia adelante. 


Pero el inesperado sonido nada hizo por aliviar el tumulto de emociones que se agitaban en su interior.


Sus suaves labios estaban tensos cuando ella apretó rápidamente el acelerador, y la creciente velocidad puso distancia entre ella y el hombre que tan descaradamente se había insinuado en su vida... y lo que resultaba todavía más turbador, en su conciencia.