domingo, 29 de julio de 2018
¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 8
Difícilmente, Pedro podía permanecer callado.
Aquel asunto del circo se le estaba escapando de las manos. Según Raúl, el circo de la familia Ramón organizaba giras por el sudoeste y pasaba los inviernos en Brownsville, fuera de temporada. Al parecer, Raúl y Lily se habían conocido cuando, siendo unos adolescentes, se presentaron como candidatos para trabajar en el circo.
—¿Sabes? Nuestra idea era escaparnos con el circo. Vimos a los chicos y pensamos: Vaya, estos no tienen que ir a la escuela y pueden comer todas las palomitas y el algodón de azúcar que les apetece... además de que pueden ver los espectáculos gratis...
Paula asentía continuamente, sonriendo y tomando notas. Pedro, en cambio, no le veía el sentido a todo aquello. ¿Qué le había sucedido a la conversación sobre logística que tenía pendiente?
—¿Qué queríais hacer en el circo? —le preguntó ella—. Sé que ya has hablado de esto con Georgina, pero a Pedro y a mí nos gustaría escuchar de nuevo tu historia.
En realidad, poco le importaban a Pedro los sueños infantiles de Raúl. ¿Por qué Paula no le decía de una vez que era imposible que un circo entero desfilara por delante de la casa de su novia? ¿Por qué estaban perdiendo el tiempo de esa manera?
—Quería ser el hombre bala que salía disparado de un cañón a bordo de una moto, ¿sabes? Y Lily quería llevar vestidos de lentejuelas y montar elefantes.
—Elefantes —asintió Paula, garabateando notas.
—Practicábamos mucho.
—¿Cómo se practica para aprender a montar elefantes? —inquirió Pedro y oyó a Paula contener un suspiro de irritación.
—Bueno, ella tenía un caballo tremendamente gordo —explicó Raúl, riendo.
Pedro no estaba de humor para reír. Podía leer el pensamiento de Paula con tanta facilidad como si lo hubiera expresado en voz alta. Iba a esforzarse para que aquella mujer montara en un elefante de verdad.
—¿Y se hacía disfraces? —preguntó Paula.
—A mí también —admitió Raúl, tímido—. El caso es que quiero pedirle que se case conmigo... y me he acordado de lo del circo.
—Es lógico —Paula se inclinó hacia delante y le tomó una mano, mirándolo con ternura—. ¿No te parece terriblemente romántico, Pedro? —se volvió hacia su jefe, sonriendo de oreja a oreja.
—Sí, pero hay algunas dificultades prácticas que...
—Las superaremos.
—No veo cómo...
—Raúl, creo que tu propuesta es una idea magnífica, y estoy terriblemente contenta de que estés dispuesto a compartirla con los espectadores de Hartson Flowers. Ahora, déjame revisar un momento mis notas.
Su exagerada expresión de ternura y felicidad desapareció mientras consultaba sus papeles.
Pedro se alegró de que Paula no estuviera tan encandilada con el aspecto romántico de aquella situación como para olvidarse de su problema principal.
—¿Conseguiste el permiso para el desfile?
—Sí —Raúl se levantó de un salto para recoger un papel de la mesa de la cocina—. Y el anillo también.
—¿Puedo verlo? —se lo entregó a Paula.
Sonriendo, Raúl le entregó la caja de terciopelo.
Cuando la abrió, Paula se deshizo en elogios como si estuviera contemplando el diamante más grande del mundo. En realidad, era un anillo muy modesto.
Pedro lo miraba con expresión aprobadora. Al menos aquel joven no había perdido la cabeza hasta el punto de empezar su vida de casado acosado por las deudas.
—¿Te importaría preguntarle por los detalles del circo? —le susurró a Paula en voz baja.
Pero o se había olvidado de su problema o estaba decidida a ignorar a Pedro, porque concertó una cita a la mañana siguiente con el personal del circo. Pedro no podía creerlo, pero hizo un esfuerzo supremo y no volvió a mencionar el tema hasta que subieron al coche para dirigirse al motel.
—Por favor, explícame por qué le has dado tantas esperanzas a ese joven —le pidió, consciente de que había empleado un tono de voz más duro del que había pretendido.
—¿Qué quieres decir? ¿Acaso no es la historia más romántica que has escuchado en tu vida?
—No me importa lo romántica que sea. ¿Por qué no le dijiste que un desfile circense es algo absolutamente imposible?
—Porque no lo es. Cuenta con el permiso.
—¿Cómo... —Pedro se interrumpió de repente, pensando que el mundo parecía haberse vuelto loco, empezando por Paula—. Los elefantes nunca podrán pasear por esa calle.
—Lo harán con sus correspondientes preparadores.
—¿Y si esos preparadores no pueden controlarlos? Imagínate lo que podrían hacerles a los pequeños jardines de las casas, a los coches... Y Hartson Flowers y Producciones por cable Alfonso serían los responsables. Nos demandarían.
—Eso no va a suceder —insistió Paula—. Te preocupas demasiado.
Aquélla fue una desafortunada elección de palabras. Al oírla pronunciar aquella frase, Pedro desahogó toda la frustración que había estado acumulando hasta ese preciso instante.
—Tienes toda la razón: eso no va a suceder.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Paula, conteniendo el aliento.
Pedro frenó el coche delante de un semáforo en rojo y aprovechó aquella oportunidad para mirarla directamente a la cara.
—Quiero decir que no vamos a rodar esa petición de matrimonio.
—Eso no te corresponde decidirlo a ti. Soy yo la que está al mando.
—Ya no.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario