domingo, 29 de julio de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 7




Paula levantó la mirada del mapa.


—Creo que es la próxima salida de autopista —consultó la dirección escrita que había recibido de Raúl Garza—. Sí, ésta es.


Finalmente, después de un viaje que les había parecido doce veces más largo de lo que había sido en realidad, llegaron a la ciudad tejana de Brownsville. Muy pronto ambos podrían escapar a la tensión del coche.


La tensa conversación había dejado exhausta a Paula. Aunque no había sido culpa de Pedro. De hecho, sospechaba, o, mejor dicho, sabía que él sentía lo mismo que ella. No podían relajarse cuando estaban juntos. Pedro lo había intentando, y Paula valoraba aquel gesto; la conversación sobre temas intranscendentales no era uno de sus fuertes. Paula sabía que Pedro se comunicaba cuando tenía algo que decir y se callaba en caso contrario.


Apreciaba sus esfuerzos, y había intentado estimularlo a hablar hasta que se dio cuenta de que preferiría permanecer callado y ella también. 


Al cabo de un largo silencio, y pensando que ella se mantenía callada a propósito, Pedro había vuelto a hacerle otra pregunta; de esa manera se había repetido un nuevo ciclo.


Durante la mayor parte del tiempo, sus conversaciones habían terminado cuando más evidente resultaba la diferencia de sus puntos de vista. Puntos de vista completamente opuestos en muchas cosas. En vez de debatir, cada uno se había replegado a su posición. Hasta ese momento, Paula no había encontrado a ninguna persona con la que pudiera disentir en todo.


Era así de sencillo: su atractivo jefe y ella no congeniaban bien. Era algo de lamentar, pero no tenía mayor importancia. Ella estaba allí para hacer un trabajo, y lo haría de todas formas.


—Antes de pasar por la casa de Patterson, enviaremos al equipo para que nos registre en el motel. No queremos exponernos a que vea la caravana y se estropee de esa forma la sorpresa.


—¿Quieres que pare en una gasolinera para que tú puedas decírselo al equipo? —le preguntó Pedro.


—Oh, no —Paula ya había bajado el cristal de la ventanilla—. Ellos ya saben lo que tienen que hacer —hizo una seña a la gente de la caravana y volvió a subir el cristal.


—¿Pero cómo saben adónde van a ir?


Paula se ordenó no perder la paciencia. Hasta ese momento, lo estaba haciendo bastante bien.


—Tenemos aquí las reservas —«para que te enteres», añadió para sí—. Y, por supuesto, siempre está el teléfono móvil —dio una palmadita en su bolso de mano.


—Vaya, me había olvidado de eso. Yo nunca llevo móvil.


—¿Por qué no?


—Supongo que porque siempre estoy o en mi casa o en la oficina, o de camino entre las dos.


Lo cual indicaba, pensó Paul, la aburrida vida que llevaba. Quizá fuera por eso por lo que nunca hablaba de su vida personal: porque no tenía ninguna.


—Tenemos que ir hacia el paseo de Oakwood —le dijo—. Tendrás que girar a la derecha.


—¿Puedo ver el mapa? —inquirió Pedro con tono tenso.


—Tengo indicaciones de dónde es —«los hombres y su comportamiento machista a la hora de buscar direcciones», rezongó Paula para sí.


—Hace dos calles que hemos pasado Oakwood.


Y así había sido, mientras Paula hablaba de teléfonos móviles y lo castigaba mentalmente. 


En silencio, le entregó su mapa. Cuando finalmente llegaron a la calle donde vivía Lily Patterson, reprimió un gruñido. Era una calle estrecha de doble sentido, con dos filas de coches aparcados.


—Y yo que me estaba preguntando cómo ibas a encontrar un circo... Ahora lo que me pregunto es qué vas a hacer con él cuando lo encuentres... —comentó Pedro con un tono seco que dejaba traslucir cierta diversión.


Paula podría haberse sentido intrigada si aquella diversión no se hubiera ejercitado a su costa.


—El circo de la familia Ramón se encuentra aquí, en Brownsville. No habría venido sin haber confirmado algo tan básico.


—¿El señor Garza quiere que el circo desfile por delante de la casa de su novia?


—Sí.


—Creo que ya es hora de que tengamos una conversación con él para ver si ha reflexionado bien sobre su idea.


Paula le dio la dirección de Raúl Garza, y luego intentó imaginarse cómo podrían arreglárselas para montar un desfile de elefantes por aquella calle tan pequeña. Si Georgina hubiera estado allí, habrían organizado una lluvia de ideas, pero Pedro ya había decidido que aquello era imposible. Podía asegurarlo con tan sólo verle la cara.


Maldijo en silencio. De pronto, sacó del bolso su teléfono móvil y marcó el número de Georgina, sin preocuparse de que Pedro pudiera oír su conversación.


—¡Georgina! —al escuchar la voz de su amiga, se relajó visiblemente. Charló con ella durante unos minutos, antes de empezar a ser consciente de las impacientes miradas que le lanzaba Pedro mientras seguía conduciendo—. Escucha, estamos en la localización del segmento Garza-Patterson. Todavía no hemos hablado con Raúl, pero resulta que no hay mucho espacio. Por esta calle sólo podría pasar un circo de pulgas... —al escuchar un tecleo al otro lado de la línea, Paula supuso que Georgina estaría accediendo al archivo de Garza en su ordenador portátil.


—Cariño, ya estuve hablando con él acerca de ello. Y me aseguró que había suficiente espacio.


—No sé... la calle no es ancha, y además hay varios coches aparcados. Eso va a ser un problema.


—No veo por qué tiene que ser un problema —la interrumpió entonces Pedro—. Hablaremos con el tipo y le diremos que su idea no funcionará. Luego iremos a ver a la pareja número dos.


Paula le lanzó una mirada fulminante.


—He oído eso —le dijo Georgina—. ¿Te vas a dejar intimidar por él, Paula?


—Todavía no —replicó ella—. Quiero hablar con Raúl y luego volveré a llamarte. Piensa en algo.


—Muy bien.


Paula cerró la conexión y marcó de inmediato el número de Raúl. A pesar de su tardía salida de Houston, todavía disponían de cuarenta y cinco minutos antes del tiempo programado. Georgina conducía rápido, y ésa era una de las razones por las que Paula no la dejaba conducir demasiado a menudo. Pedro conducía aún más rápido. Por otro lado, Pedro, el equipo y ella no habían tardado tanto tiempo en comer como solía hacerlo Georgina.


Iba a tener que dejar de comparar a Pedro con Georgina. Al menos estaba allí, con ella. Nada le habría resultado más fácil que reprogramar el horario, y en ese caso Paula no habría tenido más remedio que aguantarse. Decidió que merecía la pena esforzarse por ser amable y tolerante con él..., incluso aunque para ello tuviera que morderse la lengua.


Raúl Garza los estaba esperando.


—¡Por fin habéis llegado! —sonriendo, los invitó a pasar a su pequeño apartamento.


—Al menos una de nosotras lo ha hecho... —repuso Paula—. Te presento a Pedro Alfonso, el productor de Hartson Flowers. Me está ayudando porque Georgina tiene que guardar cama durante el resto de su embarazo.


—¿Se encuentra bien? —le preguntó el joven con expresión preocupada.


—Oh, sí. Va a tener gemelos.


—¡Gemelos! ¡Qué maravilla! —exclamó, pero cuando se encontró con la mirada de Pedro, Paula pudo ver cómo se evaporaba su sonrisa.


—No le hagas caso. No hace más que pensar en el montón de trabajo que le estará esperando cuando vuelva a su despacho —Paula tomó a Raúl del brazo—. Mira, hemos pasado por delante de la casa de Lily —empezó a explicarle mientras sacaba su bloc de notas—, y necesitamos hablar de los aspectos logísticos...


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