domingo, 29 de julio de 2018
¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 6
Al cabo de una hora, incluso su empecinado silencio terminó por irritar los nervios de Pedro.
Paula callada era casi tan irritante como Paula charlatana. Pedro era consciente de cada una de las mirada de reproche que ella le lanzaba de vez en cuando, y de cada suspiro que emitía mientras veía pasar el paisaje ante sus ojos.
A pesar del trato que habían hecho, Pedro no había esperado que se quedara absolutamente callada; no la había creído capaz de una cosa así.
—¿Por qué no me pones al tanto de las tres parejas que Georgina y tú habéis elegido? —le preguntó, incapaz de soportar aquel silencio por más tiempo.
Aunque no la miraba directamente, pudo percibir su sorpresa. Paula recogió del asiento trasero su maletín y lo abrió.
—Ayer llamé a Raúl Garza, de Brownsville, para confirmar su intención de declararse a Lily Patterson delante de las cámaras de Hartson Flowers —le enseñó un papel—. Éste es el contrato que firmó.
—Estoy convencido de que lo tienes todo en orden —repuso Pedro.
—Desde luego.
Pedro sentía su mirada fija en él, y apartó la vista de la carretera para mirarla a su vez. Tenía los ojos azules. De un color azul frío, casi helado. O irritado.
—Quería decir.... —no estaba acostumbrado a justificarse. Y tampoco a no responsabilizarse de todo y a recordarse que aquel no era su programa; Paula había interpretado su pregunta como una crítica sutil, cuando no había pretendido nada parecido—. Sólo me estaba preguntando cómo habíais encontrado Georgina y tú a esa gente...
—Esa gente —repitió Paula, con un levísimo énfasis— nos escribió. Allá por el día de Acción de Gracias, invitamos a cualquiera que quisiera aparecer en el especial de San Valentín a que nos describiera por escrito la forma en que pensaba declararse a su parea y pedirle matrimonio...
—¿Y respondió mucha gente?
—Sí. Lo creas o no, recibimos cerca de cien cartas y faxes. La mayoría de hombres.
—¿Hombres? ¿Y no crees que fueron incitados a ello por sus novias?
—Descartamos ese tipo de solicitudes en un proceso previo de selección. Para nuestros telespectadores, el mayor atractivo consiste en la sorpresa de la pareja que recibe la propuesta de matrimonio.
A Pedro le resultaba difícil creer que muchos hombres pudieran ver Hartson Flowers. Por otro lado, el tono de Paula le advertía de que todavía seguía irritada con él.
—No puede ser tanta sorpresa. Un tipo normal no se arriesgaría a que le dieran calabazas delante de una cámara.
—Pues sí que se arriesgan. Además, Georgina tiene una especie de sexto sentido para las relaciones. De hecho, después de hablar con alguna gente, seguro que moverá la cabeza diciendo: «Seguro que para Navidades esa pareja ya se habrá disuelto».
—Entiendo.
—En el pasado, hemos tenido parejas que han renunciado porque no podían esperar a que las filmásemos. La Navidad es una fecha muy popular para regalar anillos de compromiso.
Pedro pensó que hablar con Paula, al fin y al cabo, no era una experiencia tan mala. Cuando lograba contener su efusividad, resultaba incluso tolerable. Pero aún podía oírla burbujear, como el champán presionando contra el tapón de la botella...
—Ojalá tuviéramos más —admitió, para consternación de Pedro—. Pero no es justo pedirles que aplacen su compromiso para que puedan aparecer en nuestro show.
—Si Georgina hace un trabajo tan bueno de investigación y selección, ¿para qué habrías de desear más parejas de reserva? —pensó que si Paula quería más parejas, eso quería decir que existía una alta proporción de fracaso con las primeras. Y ese fracaso significa pérdidas de tiempo y de dinero. El fracaso le daba dolores de cabeza.
—Nosotras trabajamos con personas, Pedro —volvió a dejar su maletín en el asiento trasero—. Para nosotros se trata de un buen programa de televisión, pero para ellos se trata de sus vidas. A ellos no les preocupan ni nuestros índices de audiencia ni nuestros calendarios de programación; no son profesionales y se ponen nerviosos. ¿Tú te has declarado alguna vez a una mujer?
Aquella pregunta le pilló desprevenido. ¿Cómo había podido derivar la conversación hacia aquel tema?
—No.
—Iba a preguntarte si te habías puesto nervioso... probablemente sí que lo estabas la primera vez que le pediste a una chica del instituto que saliera contigo. Pues imagínate esos nervios multiplicados por cien... y sabiendo que las cámaras están siguiendo cada uno de tus movimientos —estremeciéndose, continuó—: Todavía me sorprende que podamos encontrar a algún hombre dispuesto a declararse en nuestro programa.
—Dijiste que también teníais mujeres.
—No muchas. Para muchas mujeres sigue siendo una fantasía de colegiala que, algún día, un príncipe azul se les declare y terminen viviendo felices y comiendo perdices.
La voz de Paula había cambiado, se había tornado más suave. Pedro se preguntó si sería consciente de ello. Había ladeado la cabeza mientras contemplaba el paisaje por la ventanilla.
¿Estaría recordando? ¿Soñando? ¿Habría un príncipe azul en su vida? Sinceramente, Pedro no tenía ni idea; aquello jamás le había preocupado antes. Pero aún así... tenía que saberlo.
—¿Así fue en tu caso?
—¿Mmmm? No he oído lo que me has dicho.
«Genial», pensó Pedro. No debería haberle hecho esa pregunta.
—Te he preguntado por la manera en que se te declararon.
—A mí nadie se me ha declarado —parpadeó asombrada.
Pedro se dijo que había terminado de arreglarlo.
¿Qué le diría ahora?
—Pero sí sé que será el momento más romántico de toda mi vida —continuó Paula, ahorrándole a Pedro una incómodo comentario—. Y lo sé porque así es como será el hombre del que me enamore.
Aquello parecía sugerir que le resultaría imposible amar a cualquier otro tipo de hombre.
Que un poetastro remilgado era superior a cualquier otro tipo de hombre... una opinión que Paula compartiría seguramente con su madre y su hermana.
Por razones que no alcanzaba a comprender, Pedro se sentía disgustado con Paula. En un principio, le había parecido una mujer lo suficientemente sensata como para no dejarse engatusar por hombres que se servían de su verbo florido para compensar sus otros defectos. Pensando en su cuñado, sacudió la cabeza.
—¿Estás cansado de conducir? —le preguntó Paula—. Las estadísticas demuestran que los conductores deberían descansar cada dos horas en los viajes largos. Creo que también es una buena idea para los pasajeros —señaló una de las numerosas áreas de descanso que jalonaban la autopista.
Pedro habría sido capaz de conducir de seguido durante siete horas hasta Brownsville sin detenerse nada más que para reponer gasolina, pero consintió en hacer una parada. También era conveniente para la caravana que los seguía. Nada más salir del coche, Paula se puso a realizar unos ejercicios de estiramiento.
—¡Vamos, Pedro! Sal para activar tu circulación sanguínea.
Para su sorpresa, la tripulación entera de la caravana de Hartson Flowers había empezado a imitar a Paula en sus ejercicios. Aquel área de descanso era muy frecuentada, y la gente los estaba mirando. Evidentemente, el logotipo de Hartson Flowers impreso en el equipo de la caravana podría haber tenido algo que ver en ello...
—¡Venga, sal del coche, Pedro! —exclamó de nuevo Paula, abriéndole la puerta.
En esa ocasión, Pedro lo hizo. Ceder ante Paula Chaves era obviamente la única manera de mantenerla callada.
—¿Quieres que te releve al volante? —le preguntó ella al final de su sesión de ejercicios.
—No, estoy bien —se sentía más animado y descansado; eso tenía que admitirlo—. Parar ha sido una buena idea.
Arqueando una ceja, Paula lo miró entre sorprendida y recelosa.
—Vaya, Pedro... ¿eso ha sido un cumplido?
—Supongo que sí.
—Gracias —y volvió a subir al coche.
Pedro tenía la sensación de que ella había querido decirle otra cosa. ¿Por qué las mujeres no podían expresar claramente lo que sentían?
Durante el resto del camino hasta Brownsville, Pedro tuvo mucho cuidado en limitar la conversación estrictamente a temas de trabajo. Le preguntó a Paula acerca de costes, programas, etcétera, sin importarle que pudiera sentirse ofendida o no. Su compañía de producción era la que corría con los gastos, después de todo. Ella podría estar al frente de su show, pero él tenía completo derecho a conocer todos los detalles internos del programa.
Aparentemente, Paula no se sintió nada ofendida. Contestó a cada pregunta con tono suave y sin dudar, lo cual le indicó a Pedro que ya se había anticipado a cualquier dificultad que pudiera surgir. A pesar de sí mismo, no pudo menos que sentirse impresionado por todo el trabajo que había desarrollado con Georgina.
Le lanzó una furtiva mirada. Quizá fuera posible que se entendieran sin llegar a pelearse...
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