sábado, 28 de julio de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 3




Paula parpadeó asombrada y se apresuró a salir del despacho. Ni siquiera le había contestado «de nada». Y, ciertamente, tampoco le había devuelto la sonrisa.


Intentó decirse que aquella sonrisa había sido probablemente falsa. Trabajando en televisión, había tenido oportunidad de ver muchas falsas sonrisas. ¿Qué podía importar que la de Pedro fuera la mejor falsa sonrisa de todas las que había visto en su vida? Seguía siendo falsa, y tendrían que trabajar el uno al lado de otro durante las tres próximas semanas, en esa perspectiva fue en lo que pensó de camino al despacho que compartía con Georgina.


Aquello era como entrar en otro mundo. Las paredes pintadas de color melocotón pálido y la moqueta pardo claro neutralizaban la dura luz de los fluorescentes. El mobiliario beige y las estanterías de madera creaban una atmósfera profesional, a la vez que femenina. Los almohadones de color verde de las sillas de oficina añadían otro toque de color.


—Hey, llama al asistente para que te ayude con eso —Paula apresuró el paso al descubrir a Georgina levantando cajas y archivadores.


—Estoy bien —Georgina dejó caer un montón de archivadores en una caja de cartón y se incorporó para mirar a su amiga—. De hecho, creo que voy a hablar con mi médico. Si procuro controlarme y trabajar sólo media jornada, entonces quizá no tenga necesidad de pasarme los tres próximos meses en la cama.


—No seas ridícula. Te dijo que te quedaras en la cama, y te quedarás en la cama —Paula ladeó la cabeza para leer las etiquetas de los archivadores—. No irás a llevarte todo lo que necesito, ¿verdad?


—No. Pienso poner al día la correspondencia y contactar con alguna gente que nos haya sugerido historias para los guiones —Georgina miró a Paula con expresión preocupada—. Escucha, podría intentar ayudarte con el show de San Valentín, a pesar de todo.


—Me parece que ya se te ha adelantado alguien.


—Jamás imaginé que Pedro insistiría en ocupar mi lugar —gimió Georgina, mordiéndose el labio—. ¿Me odias?


—No —respondió Paula, abrazándola.


—Pero odias a Pedro.


—No lo odio —Paula esbozó una mueca—. Simplemente no congeniamos bien, eso es todo.


—Y yo nunca he sido capaz de averiguar por qué. Si hablas tranquilamente con él, puede llegar a ser un tipo bastante razonable.


—Pero es tan... —Paula cerró los puños—... ¡mandón!


—¡Eso es porque es el jefe! —exclamó su amiga, riendo.


—Ya sabes lo que quiero decir —cruzó los brazos y se apoyó en el escritorio de Georgina—. Rechaza todas mis ideas.


—No es verdad.


—Bueno, pues al menos las detesta. Siempre las está criticando —bajó la voz, imitando la de barítono de Pedro—. «¿Es que necesitamos todos esos extras? ¿No podemos recortar alguno? ¿No existe alguna forma más barata de conseguir el mismo efecto?» —volvió a adoptar su tono de voz normal—. He oído estas frases al menos un millón de veces.


—Es su trabajo. Tiene que mirar por el presupuesto.


—Pero al menos por una vez me gustaría oírle decir: «Ésa es una gran idea. Adelante».


Pedro no es así... Sólo cuestiona tus grandiosos planes —señaló la pared al lado de Paula—. ¿Te importaría enrollarme ese calendario?


—Con mucho gusto —Paula desenganchó el enorme calendario en forma de corazón rosa, una auténtica monstruosidad en términos de decoración—. No veo por qué no podemos hacer este año un especial de San Valentín tipo local, en plan modesto. Sería más barato.


—Ya has oído a Pedro. Hasta el momento, ya ha vendido el show a tantas cadenas como tuvimos el año pasado —Georgina tomó el calendario enrollado—. A la gente le encanta ver en televisión las peticiones de matrimonio por sorpresa.


—Lo sé —suspiró Paula—. Son tan románticas... —esbozó una sonrisa soñadora—. La gente está tan enamorada que quiere compartir su felicidad con el mundo entero. ¿Te acuerdas de lo que sentiste tú?


—Claro que sí. Daniel me pidió que me casara con él porque los tipos de interés habían bajado y era un buen momento para comprar una casa —Georgina sujetó el calendario con una goma y lo dejó caer dentro de la caja.


—¡Pero si me dijiste que te escribió la petición en una galletita china del porvenir!


—Esa historia sonaba mejor —Georgina levantó los ojos al cielo—. Lo que en realidad estaba escrito en la galletita china era: Quien vacila está perdido, y Daniel lo tomó por un augurio referente a sus inversiones en bolsa.


—Ojalá no me lo hubieras contado —Paula se apoyó pesadamente en el borde del escritorio—. Durante todo este tiempo, he estado esperando encontrar a un hombre tan romántico como tu marido. Quiero que me hagan una maravillosa propuesta de matrimonio. Quiero que contrate una orquesta en un club selecto para que toquen nuestra canción mientras bailamos abrazados, solos en la pista... O que me cante una serenata bajo mi balcón...


Georgina continuó recogiendo sus archivadores.


—Tu apartamento está en un bajo.


—O mientras navegamos por el Gran Canal de Venecia, con nuestro gondolero entonando baladas italianas...


—Tengo entendido que esos canales apestan.


—¡Georgina! ¿Qué es lo que te ocurre? Eres todavía peor que Pedro.


—Me duelen los pies y si no me quito los zapatos es porque luego no voy a ser capaz de ponérmelos —se descalzó y le enseñó un pie—. Gordo. Tengo gordos hasta los pies.


—Entonces, siéntate. Yo te ayudaré con los archivadores.


En lugar de discutir con ella, Georgina se dejó caer en una silla. Paula estaba decidida a mandarla a su casa sin que tuviera que preocuparse por nada. Mientras le entregaba unas carpetas, continuó:
—¿Sabes? Antes sólo me estaba desahogando un poco; no hablaba en serio. El show será maravilloso, y Pedro y yo nos llevaremos bien —«mientras no nos veamos ni hablemos», añadió para sí—. Lo que pasa es que no quiero hacer el show sin ti.


—Yo tampoco quiero que lo hagas sin mí.


Paula sintió una punzada de emoción. Iba a echar de menos a Georgina. Los próximos tres meses hasta el parto, y los otros tres que pensaba utilizar para cuidar a sus hijos, significaban para Paula trabajar durante medio año sin su compañera. Después del especial, seguirían semanas enteras de shows que hacer antes de que volviera Georgina. Se preguntó si Pedro insistiría en coproducirlos con ella, también...


—Bueno... —continuó Georgina, con una risa temblorosa—, ¿y si al final resulta que prefieres trabajar con Pedro antes que conmigo?


Por toda respuesta, Paula extendió una mano para tocarle la frente.


—Hmmm. Qué raro. No tienes fiebre.


—No, lo digo en serio —Georgina le retiró la mano—. Es un tipo con experiencia... guapo...


—Ese hombre es como un nubarrón en un día soleado.


—Se limita a ser profesional...


—Es un profesional del mal humor. Siempre está hablando de costes de producción, de tiempo de producción, de cifras... ¡números! —Paula se tocó las sienes—. Los números me dan dolor de cabeza.


—Farsante —rió Georgina—. ¡Yo soy la que hago números con él, y no tú!


—Pero yo escucho detrás de la puerta.


—¡No es posible! —Georgina parpadeó sorprendida, y Paula esbozó una mueca—. Vamos, no sé si estás bromeando o no —al ver que su amiga se callaba, exclamó—: ¡Pequeña serpiente! ¡Jamás habría podido imaginarme una cosa así! Ahora, cuando entre en su despacho, no podré dejar de preguntarme si me estarás escuchando...


—Bueno, ya no tendrás que entrar en su despacho durante meses, así que puedes olvidarte de ello —repuso Paula.


—Me parece a mí que, a partir de ahora, podrás negociar sola con él.


—¡Ah, no! ¡Todo menos eso! —le suplicó Paula, juntando las manos como la protagonista de un melodrama—. Por favor, por favor no me hagas esto...


—Creo que te vendría muy bien.


—No, me vendría fatal. El es como un gigantesco agujero negro de creatividad. Un vacío que neutraliza todas mis ideas...


Georgina estalló en carcajadas y Paula no tardó en imitarla, contenta de que su amiga y compañera hubiera recuperado el sentido del humor. ¿Cómo podría pensar Georgina ni siquiera por un momento que preferiría trabajar con Pedro antes que con ella? Miró el segundo cajón del archivador.


—Aquí están tus fuentes locales. ¿Quieres alguna?


—Será mejor que lo revise antes.


Paula levantó un fajo de archivos y se los acercó a su amiga.


—¿Sabes? Creo que parte de tu problema es la manera en que reaccionas ante Pedro —le comentó Georgina—. El no es tu padre adoptivo y tú no eres tu madre.


—¿De dónde has sacado eso?


—Del programa especial del Día de la Madre de hace dos años. Conocí a tu familia, ¿recuerdas? En aquella ocasión, nos visitaron aquí mismo, en el estudio.


—¿Y? —Paula recordaba demasiado bien aquello.


—Tu padrastro es muy... —se interrumpió, haciendo un gesto con la mano.


—Es un tacaño dictatorial y tiránico —pronunció Paula, pensando incluso que estaba siendo demasiado respetuosa para lo que podría decir de él.


—Dictatorial y tiránico son sinónimos.


—No con él —Paula sintió una opresión el estómago y empezó a hacer sus ejercicios de respiración profunda. Cerrando los ojos, viajó mentalmente a la playa en la que podía observar las olas y escuchar su rítmico rumor. Aspirar... oler aquel aire marino... espirar... sentir la caricia del sol relajando sus músculos tensos. Cuando se sintió más tranquila, abrió los ojos para encontrarse con la inteligente mirada de Georgina—. Mi relación con el marido de mi madre nada tiene que ver con la que tengo con Pedro


—Yo creo que sí. Tu padrastro lo criticaba todo, desde el número de chaquetas de traje que guardamos en el armario, hasta el precio de las bebidas de la máquina y la cantidad de ellas que tú consumías...


—No me había dado cuenta de lo mucho que te habíais fijado...


—No pude evitarlo. Era como si de pronto te hubieras convertido en una niña pequeña. Te apresurabas a justificar todo lo que hacía; era increíble. Y tu madre, chistándote constantemente para que te callaras...


—Ella no quiere disgustarlo —murmuró Paula—. Nunca ha querido disgustarlo. Él podría abandonarla, y entonces... ¿qué haría ella? Ya fue bastante malo tener que soportar a la hija de otro hombre. «Debería sentirme agradecida por haber crecido con un tejado sobre mi cabeza»: esta frase la tengo grabada en el cerebro —Paula se interrumpió bruscamente; aunque las dos tenían una relación muy estrecha, jamás había hablado de su familia con Georgina. Y no deseaba hacerlo ahora. Intentó visualizar nuevamente la playa.


—Estás resentida con tu madre porque ella jamás podría dejar plantado a tu padrastro. Así, tú recreas esa situación con Pedro, sólo que él desempeña el papel de tu padrastro y tú el de tu madre. Algo muy común.


—Eso es ridículo. Sabía que no debería haber permitido que te entrevistaras con esa nueva psiquiatra...


—Pertenece a una altamente respetada familia de terapeutas —Georgina suavizó su tono de voz—. Pero no era mi intención molestarte. Simplemente, dale a Pedro una oportunidad, ¿vale? —sonrió—. ¿Quién sabe? Puede que se convierta en el hombre de tus sueños. Y no me refiero a tus pesadillas....


—El hombre de mis sueños es tremendamente romántico —replicó Paula—. Será a amor a primera vista. Y no tan misterioso y discreto como Pedro Alfonso.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario