lunes, 30 de julio de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 11




A las ocho y media de la mañana siguiente, Paula estaba muy nerviosa. Y lo estaba por la manera en que había dejado plantado a Pedro la noche anterior... sin quedarse a cenar con él. 


Había sido una reacción infantil, pero no había podido evitarla.


También había sido infantil no decirle desde el principio que podrían organizar un desfile circense con crías de animales, y no sabía por qué no lo había hecho... Aparte del hecho de que había ansiado realmente que confiara en ella. ¿Debería llamar a su puerta en aquel mismo momento y recordarle que tenían que marcharse? Ella era la responsable del coche, así que Pedro no podría salir sin más a las nueve...


Cerró con fuerza la puerta de su habitación, haciendo ruido a propósito, y luego vaciló, esperando que el propio Pedro abriera su puerta. Como no lo hizo, empezó a caminar por el pasillo cuando de pronto de detuvo; aquello era ridículo. Volvió sobre sus pasos y levantó la mano para llamar con los nudillos, pero en ese preciso instante se abrió la puerta. Por una fracción de segundo, se quedó sin habla.


—Yo... yo me marchaba ahora —balbuceó.


—Sí —Pedro salió, cerró la puerta y la observó detenidamente—. Y deja de mirarme así, como si fuera a comerte viva. Creo que tenemos una cita con el circo, ¿no?


—Bueno, me parece recordar que tú tenías intención de salir para Austin. Eso te habría resultado algo difícil dado que soy yo la conduce el coche —si no lo hubiera conocido mejor, habría jurado percibir en su mirada una expresión satisfecha.


—¿Con estas llaves? —las sacudió delante de sus ojos.


—No, con éstas —y sacó su propio juego.


—Vaya, vaya... ¿cómo las conseguiste?


—Siempre dejo un juego de más con alguien del equipo en caso de que me deje las mías en el coche.


—¿Y eso ha sucedido alguna vez?


—Desgraciadamente, sí. A veces me distraigo.


—Puedo imaginármelo —murmuró Pedro.


Mientras se dirigían hacia el aparcamiento, Paula se esforzaba por averiguar el estado de ánimo de Pedro. No parecía furioso, pero tampoco resignado: simplemente neutral, indiferente. Seguro que tenía que sentir algo y le estaba costando muchísimo descubrir qué era...


—Crías de animales —dijo Pedro.


Se había acercado a Paula, que estaba instruyendo al equipo de filmación mientras grababa imágenes del circo.


—Sí, incluyendo un altamente fotogénico y monísimo elefantito, que Lily se encargará de montar.


—Podrías habérmelo dicho.


Paula se metió un cable de micrófono por debajo de la maga de su chaqueta roja.


—Y tú podías habérmelo preguntado.


—Conocías mis objeciones.


—Y tú conocías mis antecedentes —replicó mientras se sujetaba el cable a la solapa. Al levantar la mirada, interpretó la tensión de sus rasgos con lo furia. Mal asunto. Ella tenía mucho más derecho que él a estar furiosa, y Pedro todavía no se había disculpado por dudar de su capacidad—. ¿Tienes algo más que decirme? Ahora mismo voy a grabar la introducción.


—Sí, tengo algo que decirte —señaló su chaqueta roja y sus pantalones blancos de lana—. Que pareces un algodón de azúcar gigante —y se marchó.


—¡Son los colores de San Valentín!


Pedro siguió alejándose, y Paula se volvió hacia el cámara.


—Julian, sácame sólo de cintura para arriba, ¿vale?


Al día siguiente se pondría pantalones negros. 


En cualquier caso, la lana blanca resultaba incomodísima con aquel calor.



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