martes, 31 de julio de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 12





—Soy Paula Chaves y a mi lado se encuentra Raúl Garza, que está a punto de pedirle a su gran amor, Lily Patterson, que se case con él. ¿Cómo os conocisteis, Raúl?


Paula le acercó a Raúl el micrófono. Aquélla era la segunda vez que grababan la entrevista. Raúl se ponía tan nervioso que Paula ya estaba temiendo que tuvieran que grabar por tercera vez para conseguir una entrevista decente.


Se preguntó qué estaría haciendo Pedro que junto con el segundo cámara, se encontraba al principio de la calle de Lily Patterson. Paula y su equipo se dirigirían hacia allí con Raúl. Pedro tenía que captar la reacción de Lily.


El técnico de sonido estaba emboscado en el pequeño jardín delantero de la casa de Lily, dispuesto a dar el aviso en caso de que se marchara. Lily era peluquera, y el miércoles era su día libre. Raúl, que trabajaba como repartidor, le había comentado que tal vez le haría una visita, pero no se lo había asegurado para no levantar sospechas.


Los payasos, los animales y varios vehículos del circo se estaban concentrando en el aparcamiento de una tienda justo a la vuelta de la esquina. Tan pronto como Raúl finalizara la entrevista, se reuniría con ellos acompañado de Paula.


—De manera que tu sueño se va a ver realizado en todos los sentidos, ¿verdad? —le preguntó Paula, señalando el atuendo de motorista que llevaba.


—Sí —respondió, tímido.


—Vamos entonces —Paula indicó al cámara que la siguiera, mientras Raúl, con su mono plateado, montaba en la moto y arrancaba—. ¡Va demasiado rápido! —exclamó Paula mientras subía apresurada a la caravana de Hartson Flowers—. ¡Julian, sigue grabando! —y puso en marcha el vehículo.


Atravesaron rápidamente las calles de Brownsville, pero tuvieron que detenerse ante un semáforo en rojo.


—Lo hemos perdido —comentó el cámara, subiendo el cristal de la ventanilla.


—No me sorprende —Paula esperaba al menos que Pedro consiguiera una buena secuencia.


Al llegar al aparcamiento vio a Pedro grabando a ponies, perros y un tigre gris viejo y desdentado; cuando él la vio, le hizo una seña para que se acercara.


—Este tigre está para jubilarse. Pensaron que le gustaría asistir a un desfile más. Mira —señaló al tigre, al que su domador le estaba poniendo un collar de lentejuelas—. Ese hombre lo está manteniendo perfectamente quieto: puedes decir que es un viejo profesional.


—¡Oh, qué tierno!


Mientras lo observaban, el tigre estiró el cuello para que el domador pudiera abrocharle el collar.


—Anda, ve a hablar con él —la urgió Pedro—. Saca alguna imagen.


Era una buena idea, y así lo hizo Paula. Cuando terminó, volvió a reunirse con Pedro.


—Ya están todos listos —le informó él.


—Bien, pues ahora sigue a Raúl. No te olvides de recordarle que hinque una rodilla en tierra mientras abre la caja del anillo.


—¿Y si no quiere hacerlo?


—¿Por qué no habría de querer hacerlo? —le preguntó Paula, asombrada.


—Porque es tremendamente cursi.


—Es romántico.


—Es un puro cliché.


—Es lo que nuestros espectadores esperan. Cada proposición de matrimonio que hemos mostrado en el programa se ha hecho así.


Por un momento pareció como si Pedro quisiera discutir, pero en aquel preciso instante empezó a resonar la música del circo por el altavoz, colocado en un carroza de colores en la que iban montados los payasos. Sacudiendo la cabeza, se dirigió hacia Raúl.


Paula y su cámara, Julian, se encaminaron a su vez hacia la casa de Lily. Los coches habían sido retirados de la calle y los vecinos observaban la escena desde sus patios. El tercer miembro del equipo les había repartido globos de colores.


El plano general era brillante, espectacular, y hacía un tiempo perfecto. Pero quedaba lo más difícil. Grabar las propuestas de matrimonio era algo excitante a causa del elemento sorpresa: entraba dentro de lo posible que Lily le diera calabazas al novio. O que se quedara paralizada cuando viera las cámaras. Paula intentaría ser lo más discreta posible, pero aun así tenía que conseguir un buen primer plano.


Los tambores resonaron a lo lejos y la carroza de los payasos con el altavoz dobló la esquina. 


El sol de la mañana arrancaba reflejos a los millares de lentejuelas. La cálida brisa hacía flotar las elegantes plumas. Los vecinos de Lily, que estaban en el secreto, aplaudían desde sus patios.


Paula y su cámara estaban situados al lado del puerta principal. El pulso le latía acelerado.


—Está en casa, ¿verdad? —le preguntó a Julian, angustiada.


El cámara asintió sonriendo, acostumbrado de sobra a aquellas preguntas nerviosas de última hora.


—Déjame que lleve yo el traje.


Paula había alquilado una capa y una diadema rodeada de plumas para que se las pusiera Lily.


En aquel momento alcanzaron a ver a Raúl, encabezando el desfile a bordo de su moto. 


Detrás de él trotaba un bebé elefante.


—¡Oh, mira, qué mono! —susurró Paula; de pronto el sol arrancó un reflejo cegador al mono plateado que lucía Raúl—. Espero que el reflejo no vele las cámaras.


—Qué va. Todo saldrá bien.


Aumentó el volumen de la música. Paula estiraba el cuello para ver algo de la casa. Lily tenía que haber oído el desfile; ¿cuándo se iba a dignar salir? Después de indicarle al cámara que se quedaba donde estaba, retrocedió unos pasos para asomarse por una ventana y creyó ver a alguien moviendo la cortina.


—Creo que ya viene.


Julian levantó la cámara para enfocar la puerta principal. Raúl detuvo la moto delante de la casa; el elefante y los cuidadores también se detuvieron. Tal y como se había planeado, el resto del personal del circo continuó hasta el final de la calle, para luego dar media vuelta y volver. Si todo salía bien, llegarían a tiempo de que Raúl le propusiera a Lily que los dos se incorporaran al desfile.


¿Pero dónde se había metido Lily? Paula ya estaba a punto de derribar la puerta y sacar a Lily Patterson arrastrándola del pelo, cuando se abrió la puerta y una rubia pequeña, de aspecto angelical y melena rubia y rizada, salió de la casa. Vaciló nada más descubrir a Paula con el cámara.


—¿Raúl?


—Soy yo, Lily.


—¿Qué significa todo esto?


El joven bajó de la moto; las piernas le temblaban visiblemente. Paula esperaba que el cámara de Pedro estuviera pasando por alto aquel detalle. O quizá no. Los hombres que temblaban con la emoción del momento resultaban tan entrañables...


—¿Te acuerdas de que siempre habíamos soñado con incorporarnos a un circo? —inquirió Raúl, señalando la comitiva que estaba a su espalda.


—Oh, Raúl.


Sólo en aquel momento Paula consiguió tranquilizarse. Lily estaba mirando a su novio con una expresión tan tierna y amorosa que resultaba evidente que iba a aceptar. Avanzó un paso y envolvió a la sorprendida Lily en una capa de lentejuelas plateadas, para ceñirle a continuación la diadema en la cabeza. Después procedió a retirarse para dejar que se desenvolviera la escena.


Pedro y su cámara se encontraban en sus puestos. La comitiva circense ya había dado la vuelta y se dirigía hacia allí. Raúl miró a Paula, que asintió sonriendo. Luego hincó una rodilla en tierra.


—¡Dios mío! —exclamó Lily, llevándose las manos a la boca.


—Lily, te he amado desde que éramos niños... —empezó a decir Raúl.


A Paula se le puso la carne de gallina al oírlo.


—Y desde que éramos niños hemos tenido un sueño.


Lily empezó a llorar suavemente. Y también Paula, por lo que el técnico de sonido tuvo que cambiar la posición del micrófono.


—Hoy estoy haciendo realidad nuestro sueño infantil y espero que tú hagas realidad mi sueño de adulto... — con manos temblorosas, Raúl sacó de un bolsillo la caja de terciopelo y la abrió.


—¡Oh, Raúl!


—Lily, este anillo tiene nueve diamantes, por los nueve años transcurridos desde que nos vimos por primera vez —la miraba con una expresión tan anhelante, que si en aquel preciso momento se hubiera vuelto hacia Paula para pedirla en matrimonio, ésta habría aceptado sin dudarlo—. Uno por cada año que te he amado. ¿Quieres casarte conmigo?


Paula se mordió los nudillos para reprimir un sollozo. Daba igual el número de peticiones de matrimonio a las que hubiera asistido; siempre se emocionaba con cada una de ellas.


Lily balbuceó en sí y prácticamente se derrumbó en el hombro de Raúl. Desgraciadamente, su cabeza estaba fuera del ángulo de visión de Paula. Parpadeando para contener las lágrimas, le indicó frenéticamente a Pedro que grabara a Raúl deslizando el anillo en el dedo de Lily.


Pedro levantó un pulgar como diciéndole que todo estaba controlado. Y en ese momento, la pareja recién comprometida se besó apasionadamente, en medio de las aclamaciones de los vecinos y del regreso de la comitiva. Después, Lily fue escoltada hasta el elefante y los cuidadores la ayudaron a montarlo. Raúl volvió a subir a su moto y el desfile continuó su marcha hasta el principio de la calle.


—Ya está, ¿no? —le dijo Pedro a Paula—. Creo que ya tenemos suficientes imágenes del desfile.


—De acuerdo —repuso ella, frotándose los ojos.


—A propósito: enhorabuena —sonrió, sacudiendo la cabeza—. Ha sido estupendo. Y yo que creía que no podías hacerlo...


Paula no podía creerlo: estaba sonriendo. Incluso se había reído; no había sido una carcajada, pero sí una risita divertida. Pensó que debería reírse más a menudo. Lo hacía más humano e infinitamente más atractivo.


—¿Qué pasa? —le preguntó él, al advertir la fijeza con que lo estaba mirando.


—Oh, ¿en qué estado se encuentra mi rimel? Debería estar bien. Es impermeable... —balbuceó.


Pedro le levantó la barbilla y estudió detenidamente su rostro. Su escrutinio resultó más intenso de lo que ella había esperado, y Paula fue muy consciente de su cercanía y del cálido contacto de sus dedos...


—El rimel está bien, pero podías retocarte el maquillaje —y retiró la mano.


Paula todavía podía sentir el contacto de sus dedos en la piel. Asintiendo, se frotó de nuevo los ojos.


—Lo haré cuando me asegure de que no voy a llorar más.


—¿Por qué estás llorando? Habría supuesto que estarías dando saltos de alegría. Raúl y Lily se han comprometido y lo tenemos todo grabado... tal y como querías.


—Es que todo ha sido tan romántico... ¿Oíste lo que dijo acerca de los sueños? —volvieron a llenársele los ojos de lágrimas—. Era tan romántico... —se sacó otro pañuelo del bolsillo.


Pedro la miraba frunciendo el ceño.


—¿Siempre lloras así?


—Sí —se sonó la nariz—. Así es como sé que he logrado grabar una buena petición de matrimonio.


Al escuchar aquello, Pedro se echó a reír. Y en esa ocasión lo hizo a carcajadas.


—Entonces, ésta ha debido de ser estupenda...



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