lunes, 30 de julio de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 10




Paula debería de haber sabido que a Georgina terminaría por ocurrírsele algo. Después de tratar unos cuantos detalles más, colgó el teléfono. Se sentía inconmensurablemente mejor. Incluso tenía algo de apetito. De repente, llamaron a la puerta.


—¿Quién es? —preguntó, esperando que fuera alguien del equipo.


Pedro.


Bueno, evidentemente alguien se había presentado para quitarle toda gana de comer. 


Saltó de la cama y se tomó su tiempo antes de abrirle la puerta. Allí estaba Pedro, alto y solemne. Incluso más alto de lo que recordaba, pero eso probablemente se debía a que ella iba descalza.


—¿Sí?


—Quería discutir contigo esta segunda entrevista —respondió, tendiéndole el informe que le había entregado.


—Todavía no hemos terminado con la primera.


—Sí que lo hemos hecho. No es realizable.


—¿Según qué punto de vista?


—Según el punto de vista de cualquier persona cuerda —replicó Pedro.


—¿Te refieres a una persona cuerda nada creativa y con escasa imaginación?


—Me refiero a una persona cuerda que no esté dispuesta a derrochar el dinero en eso.


—¡Oh, por favor...! ¡En primer lugar, no dispondrías de ningún dinero que dedicarle a esto si nosotras no te lo hubiéramos conseguido!  —Paula sabía que aquello era una puñalada por la espalda, pero quería provocarlo para poner a prueba su paciencia.


—Haz el favor de bajar la voz —le ordenó Pedro con los ojos brillantes de ira.


Al fin había conseguido que reaccionara; en lugar de sentirse intimidada, Paula se animó aun más. De manera deliberada lo había hecho enfadar. Si Pedro podía enfurecerse, entonces sería capaz de sentir alegría y pasión. Y entonces, quizá, podría comprender por qué era tan importante realizar los sueños de Raúl Garza.


—¿Por qué crees que Hartson Flowers ha tenido tanto éxito? Por nuestro empeño personal —declaró Paula—. Nunca nos rendimos, nunca cedemos ante las dificultades. Y en esta ocasión, también lo lograremos. Lo sé —esperó a que él le preguntara cómo pensaba hacerlo.


—¿También superaremos las dificultades que entrañará una denuncia legal?


—No habrá ninguna denuncia.


De pronto se oyó un portazo, que distrajo la atención de Pedro.


—No pienso seguir aquí, en plena calle, discutiendo de todo esto contigo.


—Pues entonces vámonos a algún sitio en el que podamos hablar tranquilamente —dejándolo en umbral, entró en el dormitorio para calzarse los zapatos y recoger su bolso.


Pedro estaba apoyado en el marco de la puerta, esperándola, cuando Paula salió del dormitorio. 


Había medio esperado que irrumpiera en la habitación sin esperar a que lo invitara a pasar, pero aquel no era su estilo. Contenerse era su verdadero estilo.


—Avisaré a los chicos —dijo mientras llamaba a la puerta enfrente de la suya.


—Ya se han marchado —le informó Pedro, sorprendiéndola—. Querían acercarse a la frontera de México y localizar un buen restaurante.


—¿Y no me han avisado?


—Tu línea de teléfono estaba ocupada.


«Podrían haberme llamado por el móvil», pensó Paula. Tenía más bien la sensación de que no habían querido cenar con Pedro; por otro lado, ella no habría podido hacerle un desaire a su jefe, y ellos lo sabían. «Gracias, muchachos», gruñó para sí. Se había perdido una sabrosa comida mexicana; quizá al día siguiente tuviera mejor suerte.


—Hay una cafetería al lado mismo del motel. Podemos ir allí —señaló su bolso—. ¿No necesitas tu bloc de notas?


—No —«porque que no hay nada que discutir», añadió para sí.


Salieron al exterior. La noche era cálida, y Paula aspiró profundamente el denso aroma de la hierba fresca y las plantas en flor.


—Aquí ni siquiera huele a invierno.


—¿Cómo es el olor del invierno?


Paula se alegró de que, aparentemente, Pedro hubiera decidido esperar un poco antes de dar comienzo a su discusión.


—Es como frío, metálico...


—No me hago una idea. Soy de Houston. No sé a qué huele el invierno.


—¿Nunca has viajado?


—En invierno no. Excepto una vez en la universidad, cuando fui a Colorado en un viaje de fin de curso, a esquiar.


Otro fragmento de información personal, pensó Paula.


—Bueno, ¿y cómo fue?


—Frío y húmedo. No llevaba ropa apropiada —al llegar a la cafetería le sostuvo la puerta para que pasara primero—. Y además, no sabía esquiar.


—Entonces, ¿por qué fuiste?


—La chica con la que salía en aquel tiempo quería ir, así que yo le dije que la acompañaría.


En ese momento una camarera los condujo a una mesa. Mientras tomaba asiento, Paula no pudo evitar sentirse cautivada por la imagen de Pedro saliendo con una chica... y por la manera en que se habría desarrollado aquella relación. Le habría hecho más preguntas, pero él inmediatamente concentró su atención en la carta del menú.


Paula se decidió por una ensalada. No tenía sentido derrochar su cuota extra de calorías cuando a la noche siguiente podría darse un festín de comida mexicana.


—¿No vas a comer nada más que eso? —le preguntó Pedro cuando la camarera volvió para pedirles las órdenes.


—Sí; mañana desayunaremos temprano. No te olvides de que a las nueve tenemos una cita con la gente del circo.


Pedro pidió una hamburguesa antes de morder el cebo que le había lanzado Paula.


—A las nueve estaremos de camino hacia Austin.


—Yo no. Yo me quedaré aquí.


Paula observó cómo suspiraba profundamente. 


Sus ojos ya no echaban chispas, pero sabía que estaba furioso.


—Ya te he explicado de manera suficientemente clara que no vamos a grabar esa entrevista.


—Mira, si te preocupa el asunto de las responsabilidades, toda persona que aparece delante de una cámara firma una declaración en la que...


—Históricamente, eso nunca ha funcionado en un tribunal —lo interrumpió Pedro—. Además, estoy más preocupado por la responsabilidad relativa a los residentes de Oakwood que a la de Raúl y su novia.


—¿Es que nunca vas a escucharme? Hemos preparado una de las historias más increíbles que hemos tenido nunca. Será estupenda; tenemos todos los ingredientes —empezó a contar con los dedos—. Tenemos un amor de adolescencia, tenemos un circo, tenemos la historia de una romántica fuga... y tenemos a dos personas enamoradas. ¿Qué más necesitas?


—¿Qué te parecen un par de carriles extra en la calle?


Paula se dijo que aquel hombre era insufrible. 


Se levantó de su asiento, desaparecido absolutamente su apetito.


—No necesitamos ningún carril extra. Y si quieres saber por qué, quédate aquí.


—No tengo intención alguna de permitirte...


—No se trata de que me permitas nada. Se trata de mi programa y la decisión es mía. ¡Se supone que has venido para ayudarme, no para abusar de tu autoridad conmigo! —exclamó; de tanto poner a prueba la paciencia de Pedro, había terminado por estallar ella misma.


—Espero verte en mi coche a las nueve de la mañana.


—¡A las nueve estaré en el circo! —Paula era perfectamente consciente de que estaba llamando la atención de los demás clientes, pero no le importaba.


—No si quieres seguir realizando este show.


—¿Perdón? Tú fuiste el único que te empeñaste en grabar el especial de San Valentín tal y como estaba planeado.


—Eso no funcionará —pronunció con tono frío y tranquilo, subrayando cada palabra.


—Sí que funcionará —replicó Paula.


—¿Señorita? —la camarera se encontraba detrás de ella, cargada con una bandeja—. Me disponía a servirles la cena...


Paula miró la bandeja y luego a Pedro; finalmente optó por marcharse de la cafetería antes de sucumbir a la abrumadora tentación de estrellársela en la cabeza.



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