miércoles, 25 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 35




Paula se despertó a la mañana siguiente llena de desasosiego. ¿Cómo iba a poder presentarse delante de Pedro? Aunque consiguiera hacerlo, ¿cómo reaccionaría él? Tenía un trabajo. Podía marcharse inmediatamente.


¿Dejar a Sol y a Octavio? No lo haría hasta que los dos estuvieran a salvo y fueran felices con una buena familia. Tenía que presentarse delante de él. Era mejor hacerlo temprano, antes de que se marchara y los niños se levantaran. 


Por eso, se duchó, se vistió y ya tenía el café listo cuando él bajó por las escaleras.


—Ven a la cocina —dijo ella—. Esta mañana te voy a mimar un poco.


—Esto no es muy frecuente —contestó él, entrando en la cocina con aire temeroso y luego mirando el plato con el bollo y el zumo que tenía ya preparados.


—Es una disculpa —replicó ella, sirviéndole un poco de café.


—¿Una disculpa?


—En la residencia, yo solo daba masajes a mujeres y se me olvidó.


—¿Qué se te olvidó?


—Los genes, el hombre y la mujer… La química. Las cosas se me escaparon de las manos.


—La química puede resultar muy poderosa. Lo sé —musitó él, que parecía tan avergonzado como ella.


—¿Me perdonas?


—Solo si tú me perdonas a mí —replicó Pedro, tomando entre la suya la mano que ella le extendía.


Aquel intercambio aclaró el ambiente entre ellos. 


Al menos, Paula podría continuar con su rutina alegre con los niños. Bueno, ya no tan alegre. A pesar de que no volvió a ver a Catalina o a la señorita Clayton ni los posibles padres adoptivos, le preocupaban los planes que se hubieran hecho para Sol y Octavio.


También vio muy poco a Pedro. Sus negociaciones le apartaban casi continuamente de la ciudad. Si estaba en San Francisco, se marchaba muy temprano y volvía muy tarde. 


Paula no dejaba de preguntarse qué parte de su tiempo ocupaba su trabajo y qué parte Catalina Lawson.


No pudo olvidarse de la idea de adoptar ella a los niños. Pedro sabía que la querían mucho. Si pudiera persuadirle de que su abuela la ayudaría a cuidarlos… Sin embargo, todavía no había logrado convencer a su abuela. Cuando se lo había consultado, la mujer había dudado, ya que no quería dejar solo al abuelo. Sin embargo, 
Paula no podía retrasar mucho más el trabajo de Los Ángeles. Si se quedaba con los niños, tendrían que empezar a organizarlo todo enseguida. Por ello, decidió esperarle levantada la noche antes de que se marchara a la reunión que tenía en Nueva York.


Era casi medianoche cuando entró. Parecía tan cansado… Paula no quería hablar con él en aquellas condiciones, pero no podía esperar.


—Ven a la cocina un momento, ¿quieres? —le pidió ella—. Hay algo de lo que quiero hablar contigo. No te entretendré mucho. Además, prometo no darte ningún masaje —añadió, en tono de broma—. ¿Te apetece una taza de mi té mágico o leche con cacao? Los dos te harán dormir.


—Nada me podrá hacer dormir ahora, no con lo que tengo que afrontar cada vez que voy a Nueva York.


—¿Cómo?


En aquel momento, unos gritos desgarradores llegaron de la planta de arriba.


—¡Dios mío! —exclamó Pedro.


Los dos subieron rápidamente las escaleras. Paula había pensado que Octavio había superado aquellas terribles pesadillas, pero lo encontraron muy agitado, gritando todo lo que le permitía sus pulmones. Sol estaba a su lado, intentando despertarle.


—No pasa nada, Octavio —dijo Paula, colocándose al otro lado de la cama—. Estás…


—Tranquilo, Octavio —le ordenó Pedro, con voz firme.


En aquel momento, el niño abrió los ojos y se fijó solo en Pedro.


—¡Estás aquí! ¡Estás aquí! —Exclamó, apartándose de Paula y lanzándose a los brazos de Pedro—. ¡Venía detrás de mí y no te podía encontrar!


—Ya estoy aquí. No pasa nada —susurró Pedro, hasta que el pequeño fue calmándose. Sin embargo, no se soltó de él—. Me lo llevaré a mi cama. Si no, no creo que se duerma.


—De acuerdo —dijo Paula—. Yo me llevaré a Sol.


—No, yo me voy con Octavio —replicó la niña, agarrando su osito.


Paula observó cómo los tres desaparecían en la habitación de Pedro. Se sintió descorazonada. 


¿Se sentirían alguna vez tan cercanos a ella como a Pedro? A pesar de todo, nadie los querría más que ella. Los adoptaría. ¡Claro que sí! Eso si podía decirle a él alguna vez sus intenciones. Pedro había estado tan inmerso en sus asuntos… Además, se marcharía por la mañana y estaría fuera varios días.


Bueno… Le llamaría a Nueva York si era necesario. No podía esperar ni un minuto más.




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