lunes, 11 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 20




Chocaron los vasos. A la tenue luz del restaurante, era fácil olvidarse de que estaban trabajando y de que eran adversarios. Esa noche, en ese preciso instante, Pedro sólo veía a una mujer hermosa, sexy e inteligente sentada enfrente de él. Si bien la conversación no era nada íntima y todas las palabras quedaban grabadas, él sabía que hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto con la compañía de una mujer.


Dos horas más tarde, estaban de vuelta en el anodino apartamento de Paula. Mucho después de que ella le hubiera deseado las buenas noches, Pedro seguía tumbado en el sofá haciéndose preguntas sobre aquella mujer que se había cruzado en su vida.


Al final de la segunda semana de competición, ya se habían creado una pauta de conducta. Pedro y Paula discutían y se lanzaban venablos durante las reuniones con Raul para encontrar los puntos débiles en la coraza del otro, pero cuando ella volvía al apartamento todas las noches, dejaban a un lado todas las armas y disfrutaban de una agradable tregua. A veces, Paula llevaba vino. Otras veces, Pedro la sorprendía con un postre de aspecto lamentable que las niñas y él habían hecho juntos.


No había sido nada premeditado. Sencillamente surgió así y se mantuvo. Primero charlaron quince minutos, luego media hora y algunas veces se quedaron más tiempo. Paula tenía que reconocer que estaba deseando que llegaran esas charlas con Pedro.


Pedro también lo deseaba.


Sin embargo, lo que más le sorprendía a Pedro era que también estaba deseando ver a las niñas cuando llegaba por las tardes después del trabajo. El apartamento era pequeño, abrasador y rebosaba de risas francas y contagiosas.


Chloe había sido la primera en ablandarse y la primera vez que alargó sus bracitos regordetes para que Pedro la tomara en brazos, a él se le cayó la baba.


Pedro no dejaba de preguntarse cómo era posible que un hombre renunciara a todo aquello, como había hecho Kevin.


Sintió una punzada de remordimiento. ¿Acaso él no se había alejado de los hijos de su hermano? Nunca había jugado con ellos ni se habían reído juntos por cualquier tontería. 


Naturalmente, ser padre y ser tío no era lo mismo, pero a Pedro le sorprendía que ya no pudiera justificarse su alejamiento de ellos sólo porque su hermano y su ex novia lo hubieran traicionado.


—Estás muy callado esta noche —le hizo ver Paula.


—Estoy pensando.


—Mmm —Paula se sentó en una butaca con las piernas dobladas debajo de ella.


—¿Puedo hacerte una pregunta personal?


—Supongo que sí…


Pedro, que estaba sentado en el sofá, se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas.


—Evidentemente, eres una mujer joven, brillante y lista.


—Por el momento, me gusta la pregunta —bromeó Paula.


—¿Por qué te casaste tan joven? ¿Cuántos años tenías, diecinueve, veinte…?


—Diecinueve.


Paula ya no sonreía y Pedro esperó. No sabía si ella le contaría algo más, aunque él estaba deseándolo.


Paula suspiró profundamente.


—Me enamoré. Estaba empezando mi primer curso en la Universidad cuando lo conocí. Él tenía veintitrés años y estaba en el último curso de la especialidad de publicidad. Me volvió loca. Al final del curso ya estábamos casados.


—Pero seguiste en la Universidad.


—Sí —Paula se rió sin ganas—. Kevin consiguió un trabajo en una pequeña agencia de publicidad de Chicago y vivíamos casados en un piso para estudiantes. A él le encantaba el ambiente universitario, incluso después de licenciarse. Ahora me doy cuenta de que él nunca quiso crecer. No sé muy bien por qué se casó conmigo. Desde luego, no quería la responsabilidad de tener una mujer. Ni hijos —añadió con un susurro cargado de dolor.


—Maca debió de nacer cuando tú seguías estudiando.


—Sí, en el último curso. Tardé un trimestre más en terminar, pero me licencié en diciembre.


—Con sobresaliente…


—Mi vida es un libro abierto o, al menos, una ficha personal abierta. Juegas con ventaja.


—¿Quieres que te conteste alguna pregunta? Házmela…


—Muy bien.


Lo dijo lentamente y pasándose el dedo por los labios. El gesto fue involuntario y no quería resultar sexy ni provocativa. Lo era sin proponérselo.


—Tú dirás…


—Me pregunto por qué un hombre atractivo y triunfador como tú ha llegado a los treinta y cuatro años sin un anillo en el dedo anular. Aunque, a lo mejor sí has estado casado.



—No.


—Una respuesta muy lacónica, lo cual quiere decir que tiene su historia. Vamos, cuéntame algunos detalles. Yo te he abierto mi corazón.


No le había abierto su corazón. Pedro quería saber más cosas de su relación con su ex marido. Por mera curiosidad, naturalmente. Por ejemplo, ¿seguía amándolo? Era una pregunta que empezaba a obsesionarle.


—¿Y bien? —insistió Paula.


—Estuve comprometido una vez.


—¿Qué pasó? —le preguntó ella delicadamente.


—Se casó con mi hermano.


—Lo siento.


—Fue hace mucho tiempo —Pedro se encogió de hombros.


—Me parece que no fue hace tanto tiempo como para que no te duela todavía. ¿Por eso no vas mucho por casa de tus padres?


Hacía una semana le habría dicho que no se metiera en lo que no le importaba, pero las cosas habían cambiado.


—Sí. Hace años que no voy por allí. Seis años, para ser más exactos.


—Eso tiene que destrozarle el corazón a tu madre… y a todos.


—¿Estás intentando que sienta remordimientos?


—No. No hace falta. Te conozco lo suficiente como para saber que ya los tienes.


—¿Crees que me conoces bien? —Pedro esbozó una sonrisa. Estaba encantado de cambiar de tema—. ¿Cuál es mi color favorito?


—El azul —Pedro abrió los ojos como platos—. Usas muchas camisas azules —le aclaró ella.


—Eso es lo que me gusta de ti. Prestas atención a los detalles. Algún día serás una buena ejecutiva.


El halago complació a Paula, pero se sentía bastante descarada.


—Gracias, pero ya soy una buena ejecutiva.


1 comentario: