lunes, 11 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 19




Paula se repetía la frase como una letanía mientras intentaba dar una bola tras otra. 


Después de una hora con el profesor, había conseguido dar un golpe de ciento cincuenta metros. Por desgracia, la bola se había quedado donde estaba y lo que había volado por el aire había sido un buen trozo de césped.


—Buenas tardes, fraulein Chaves.


Paula se dio la vuelta y se encontró con Karl Boeke. Era más joven de lo que se había imaginado.


—Le presento a Helmut Reich y a Ralph Schmidt, mis abogados.


—Encantada de conocerlos.


Paula se sentía en inferioridad numérica y fuera de su terreno. Aun así, sonrió con una confianza que no sentía, les presentó a Vern y el resto del equipo y les contó la versión del documental sobre las mujeres empresarias.


—Me temo que estoy un poco desentrenada con el golf—le explicó a Karl mientras dejaban las bolsas en un coche eléctrico.


—No pasa nada. Un día maravilloso con una mujer maravillosa es una forma más que aceptable de pasar el tiempo.


Paula se dio la vuelta para montarse en el coche.


—Schoene beine —oyó Paula que decía Karl a sus abogados.


—Danke, herr Boeke —intervino ella—, pero no hemos venido a hablar de mis piernas. Hemos venido a hablar de sus electrodomésticos y a negociar un contrato para que Danbury's los distribuya en exclusiva en Estados Unidos.


—Habla alemán —Karl tuvo la elegancia de sonrojarse.


—No tan bien como usted inglés, pero lo suficiente.


—Le pido disculpas por mi comentario.


—No se preocupe —Paula cruzó las piernas que él había admirado—. Juguemos al golf.


Pedro estaba esperándola en el apartamento. 


Paula casi no había cerrado la puerta cuando empezó el interrogatorio.


—¿Qué ha dicho? ¿Cómo ha ido todo?


—¿No quieres saber quién ha ganado? —bromeó Paula.


—Boeke, por decir algo, ¿no?


—Me decepciona tu falta de confianza en mi capacidad —Paula se rió—. Decidí dedicarme a conducir el coche eléctrico después del segundo hoyo. Estuve a punto de abrirle la cabeza a uno de sus abogados con un golpe fallido y el equipo de filmación se tiraba al suelo cada vez que daba a una bola.


—¿Qué dijo Boeke?


—Me dijo que tenía unas piernas bonitas.


—¿Te lo dijo directamente? —le preguntó Pedro con incredulidad.


—No, lo dijo en alemán.


—¿Hablas alemán?


—¿Por qué le sorprende tanto a todo el mundo? —Paula agarró a Chloe y le dio un sonoro beso—. ¿Qué tal está mi niña? ¿Habéis sido buenas con Pedro?


—Paula, estás poniéndome muy nervioso. ¿Qué dijo Boeke?


—Bueno, los abogados tendrán que pulir los detalles, pero ha aceptado que Danbury's distribuya sus productos en exclusiva en Estados Unidos durante dos años.


Pedro soltó un grito de alegría y como quiso besarla otra vez, no sólo para celebrarlo, la agarró con fuerza del brazo.


—Esto merece un brindis. Sacaré las jarras de cristal de la mejor mermelada y tomaremos un poco de zumo —propuso Pedro.


—Tengo una idea mejor. Vamos a salir. Me apetece champán.


—Me temo que mi presupuesto no da ni para cerveza nacional.


—Lo sé, pero yo invito —le guiñó un ojo—. Sin límite. Puedo permitírmelo. Al menos, durante las próximas tres semanas. Además, la factura de tu tarjeta de crédito no llegará hasta que volvamos a ser los mismos de siempre.


Se decidieron por contratar a una niñera porque serían cerca de las nueve cuando llegaran al restaurante. Como ella no tenía la elegante ropa nueva en el apartamento, eligieron un pequeño restaurante italiano que había a unas manzanas. 


Fueron caminando seguidos del cámara que había sustituido a Joel. Su presencia garantizaba que la conversación se limitaría al trabajo y a otros temas poco comprometidos.


Paula se sentó en un asiento rojo de plástico y Pedro se alegró de que tuvieran carabina. No podía reprochar nada a Boeke. Paula tenía unas piernas preciosas. Aunque él le hubiera propuesto que las aprovechara para sacar ventaja, le fastidiaba que hubiera sido otro hombre el que las hubiera disfrutado casi toda la tarde.


Pedro estudió la carta de vinos. Estaba decidido a concentrarse en la celebración.


—No veo champán, pero me parece que tienen un chianti aceptable.


Pedro pidió la botella a la camarera y se volvió hacia Paula.


—Quiero que me des todos los detalles.


—Todavía no puedo creerme que lo consiguiera —Paula sonrió y pareció más joven y feliz que nunca—. Hizo algunos comentarios sobre una reunión con Fieldman's la semana pasada y sobre que no estaba seguro de comprometerse con Danbury's porque sabía que la empresa tenía dificultades económicas.


—¿Cómo le convenciste de lo contrario?


—Tuve una corazonada.


La sonrisa de Paula era contagiosa.


—¿Qué tipo de corazonada?


—Boeke es una empresa familiar. Se remonta a su abuelo, que patentó una cafetera y montó el negocio con su hermano. Danbury's también es una empresa familiar y le dije que Stephen Danbury quiere que siga siéndolo. Fieldman's fue una empresa familiar, pero ahora es parte de un grupo de empresas en el que hay desde grandes almacenes a distribuidores de mercancías baratas que pueden encontrarse en cualquier centro comercial de las afueras.


—Muy inteligente.


—La verdad es que no podía impresionarlo con mi juego de golf.


La camarera llegó con la botella de vino y una cesta con palitos de pan. Pedro levantó el vaso después de que la camarera les hubiera tomado nota.


—Por una relación larga y próspera con Electrodomésticos Boeke.


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