domingo, 10 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 17




Se mantuvieron alejados casi toda la mañana. A la hora de comer, el apartamento parecía un horno, pero el ambiente era gélido.


—¿Podemos ir al parque, mamá? —le preguntó Maca.


Paula estaba sentada a la mesa de la cocina leyendo el balance de la situación financiera del último trimestre. El lunes por la mañana tenía una cita con Stephen Danbury y quería estar preparada.


—Eso es asunto de Pedro.


—Mamá, él sigue poniendo lavadoras. Va a tardar todo el día —Macarena suspiró teatralmente.


—Sólo tiene que poner tres lavadoras. Seguro que terminará antes de que anochezca —replicó irónicamente Paula—. Además, Chloe sigue echando la siesta.


Paula oyó la puerta de la casa y supo que Pedro y Joel volvían del cuarto de lavadoras, que estaba en el sótano.


—¿Por qué no le ayudas a doblar la ropa? Cuanto antes termine, antes iréis al parque.


Macarena salió de la cocina arrastrando los pies.


—Estás haciéndolo mal —oyó Paula que decía su hija al cabo de unos segundos.


—¿Se pueden doblar mal unas toallas?


—Nosotras no las doblamos, las enrollamos. Así.


Paula asomó la cabeza por la esquina de la sala justo a tiempo para ver la explicación de Maca.


—Luego las ponemos en la balda que hay al lado de la ducha.


Pedro levantó la cabeza y vio a Paula.


—Tu madre me enseñó esa balda hace un rato.


Paula se puso roja como un tomate, pero consiguió mantener la calma.


—Deja espacio libre debajo del lavabo y resulta decorativa.


—Estás hecha una profesional…


—Saqué la idea de una revista de decoración.


—¿También aprendiste en una revista las otras… técnicas que empleaste en el cuarto de baño?


—Me parece que eso no tiene importancia —Paula miró a Joel, que estaba atónito con la conversación.


—No sé… A lo mejor me gustaría suscribirme…


—Bueno, eso exigiría un compromiso de doce meses y me parece que no eres capaz de quedarte durante doce meses con la misma… revista.


—No lo sé. Tú pareces tan reacia a los compromisos como yo y lo has conseguido.


—Mamá saca la revista de la biblioteca —intervino Maca, que estaba cansada de la tensión que notaba entre los adultos—. ¿Podemos ir al parque cuando hayamos terminado con la colada? Mamá me ha dicho que te lo pregunte a ti.


Pedro se secó el sudor de la frente. Un sudor que no era porque hiciera calor.


—Es la mejor idea que he oído desde las tortitas.


Veinte minutos más tarde estaban camino del parque con Chloe en el cochecito y algo de comida.


Encontraron una sombra debajo de un arce y extendieron la manta. Las niñas se pusieron a jugar en los columpios sin importarles el calor y Pedro se sirvió un vaso de limonada que le supo a gloria.


—¿Quieres un poco, Joel? —le preguntó al cámara.


—Sabes que no debes dirigirte a mí —le recordó Joel.


—Es verdad, eres invisible. ¿Quieres o no?


Joel sonrió detrás de la cámara.


—Que sea doble.


Todos menos Chloe se comieron los sándwiches. La pequeña se negó a probar el atún y Paula sonrió con aire triunfal.


—Te dije que no se lo comería. Tú y tus teorías de que los niños no son quisquillosos con la comida si los padres no se lo permiten… ¿Qué vas a hacer?


Pedro revolvió en la bolsa y sacó un trozo de queso envuelto en celofán y una bolsa de galletas saladas con forma de pez.


—Plan B.


Paula asintió con la cabeza y farfulló:
—Estás aprendiendo…


A última hora de la tarde, cuando ya volvían a casa, Pedro fue al puesto de flores y compró una rosa roja que le dio a Paula.



—¿Por qué lo has hecho?


—¿Una tregua? Las tres semanas que quedan pasarán mucho más deprisa si no nos tiramos a la yugular del otro.


La respuesta era lógica, aunque no era lo que una mujer quería oír cuando le regalaban una rosa.


—Una tregua —concedió ella.


—Además, Macarena me ha dicho que compras una todas las semanas. La que hay en el florero está un poco mustia. Si me permites que te lo diga, me parece un derroche para una mujer que se hace el caldo de pollo.


Paula acarició los pétalos de la flor.


—Me imagino que será un derroche.


—Entonces, ¿por qué lo haces?


—Representan la esperanza en el futuro y me recuerdan que tengo que ir con calma.


—Entiendo. Tomarte tu tiempo para oler las rosas.


—Exactamente. Las niñas crecen muy deprisa. Hace nada Macarena era un bebé y ya tiene siete años.


—Siete y medio, mamá —la corrigió su hija.


—¿Ves lo que digo?


—Los hijos de mi hermano tienen tres y cinco años.


—No sabía que tuvieras un hermano. ¿Es mayor o menor?


—Menor, pero no llega a un año menos. De niños, la gente creía que éramos gemelos.


—¿Se ha vuelto al este?


—Sí.


—Echarás de menos no ver a tu familia. Yo echo de menos a la mía. Mis padres viven en Arizona. Se fueron allí cuando mi padre se jubiló. Yo era muy joven.


—Sí, los echo de menos.


Pedro se lo reconoció a sí mismo por primera vez en muchos años.


El teléfono estaba sonando cuando entraron en el apartamento.


—¿Dígame? —contestó Pedro—. ¿La señorita Chaves? Un momento, por favor.


Pedro tapó el teléfono con la mano.


—Es Karl Boeke —le dijo Pedro a Paula—. Llevo semanas intentando ponerme en contacto con él. Es el director de una marca de electrodomésticos alemanes y quiero conseguir que Danbury's los distribuya en exclusiva en Estados Unidos.


—¿Qué quiere?


—No lo sé, pero no desperdicies la ocasión.


Paula intentó no sentirse presionada y tomó el teléfono.


—Dígame.


Paula miró a Pedro, que iba de un lado a otro de la cocina.


—Mañana… —siguió Paula—. Mmm, perdone un segundo que mire mi agenda —Paula tapó el teléfono y se dirigió a Pedro—. Quiere que nos veamos a las dos.


—¡Fantástico!


—En el Club de Golf. Quiere jugar unos hoyos. Dice que los estadounidenses hablan así de negocios.


—Muy bien, dile que muy bien.


—Señor Boeke, tengo la agenda libre. Nos veremos allí. Estoy encantada.


Paula colgó el teléfono y se derrumbó en una butaca de la sala.


—Es espantoso.


—¿Qué dices? Es maravilloso. ¿Sabes cuántos grandes almacenes harían cualquier cosa por tener los electrodomésticos Boeke? Tú tienes una cita con él…


—No tengo una cita, Pedro. Voy a jugar unos hoyos de golf.


—¿Y bien…?


—No sé jugar al golf.


—¡Adiós!


—Exactamente.


Chloe estaba dormida y Macarena viendo La Sirenita cuando Pedro empezó la primera lección. Los dos habían decidido que esa colaboración merecía correr el riesgo de que los descalificaran. Los electrodomésticos Boeke eran demasiado importantes.


—Muy bien, el palo se sujeta así —Pedro hizo la demostración.


Paula lo imitó con una escoba en la mano.


—¿Y ahora?


—Cuando bajes el palo, no dobles el brazo izquierdo y mantén la cabeza baja sin apartar la mirada de la bola.


—Muy bien. Brazo recto y mirada en la bola.


Paula no sabía de qué estaba hablando, pero asentía vigorosamente con la cabeza. Al día siguiente iba a tener una muerte lenta y dolorosa en un campo de golf.


—¿Alguna pregunta más? —le preguntó Pedro.


—¿Eres católico?


Pedro soltó una carcajada.


—Sí, ¿por qué?


—A lo mejor quieres empezar a rezar al patrón de las causas perdidas…


Paula se hundió un poco más en la butaca con un suspiro.


—Muy bien. Plan B.


Paula lo miró con curiosidad.


—¿Plan B?


Pedro se sentó muy recto y sonrió.


—Ponte unos pantalones muy cortos y una camiseta muy pequeña pero con cuello, estamos hablando del Club de Golf. Se exige un atuendo adecuado —comentó burlonamente—. Ah, déjale ganar.


—¿Dejarle ganar? Mmm, me parece que eso no va a ser un problema.


—Coquetea con él.


—¿Quieres que coquetee con él?


—Yo no quiero que coquetees con él, pero ya que no sabes jugar al golf…


—¿Qué?


—Estaba pensando que esas piernas que tienes conseguirían que casi cualquier hombre se olvidara de su nombre.


Paula debería haberse sentido ofendida por un comentario tan sexista, pero se sintió halagada.



—Eso no lo enseñan en la escuela de empresariales.


—Me lo imagino, pero seguramente sea la mejor alternativa que tienes en lugar del golf.


Paula suspiró, se levantó y volvió a agarrar la escoba.


—Sigamos un rato con esto.


1 comentario: